Esplendor en la hierba
En este campeonato de Europa hemos visto equipos que bajar¨ªan a Segunda si jugaran en Primera. La selecci¨®n espa?ola se ha lucido dos veces contra un conjunto ruso t¨¦cnicamente torpe y f¨ªsicamente lento (a pesar de lo de Holanda, que result¨® ser un espejismo de dos caras). Nunca acabaremos de saber si un equipo juega bien porque el otro juega mal o si el otro juega mal porque no le dejan jugar bien. A ciencia cierta, no sabemos nada. Salvo que hemos visto una Francia de pena, una Italia lastimosa, una Grecia anodina, un Portugal arronaldado, una deslizante Rep¨²blica Checa entre los guantes de Cech, una peripat¨¦tica Polonia y una milagrosa Turqu¨ªa, cuya inocencia acab¨® siendo mayor que su fe. Tampoco los croatas vieron premiado su fervor patri¨®tico. Y, que me perdonen, pero dejando aparte a los finalistas, no recuerdo gran cosa de los dem¨¢s, incluida la tan temida Suecia. Quienes afirman que hemos visto uno de los mejores campeonatos europeos se refieren, sin duda, a la emoci¨®n propiciada por una espor¨¢dica genialidad de ¨²ltima hora o un fallo de ¨²ltimo minuto. Tambi¨¦n eso es f¨²tbol, es verdad. Pero, a mi entender, ni siquiera Alemania ha estado a la altura de los m¨¢s grandes de otras ¨¦pocas. Juro que no es a?oranza, sino evidencia. Europa est¨¢ en crisis y, en ese contexto, el equipo espa?ol es, al tiempo, una esperanza y una realidad. Un equipo joven de la llamada Espa?a plural (la que se romp¨ªa y no se ha roto), con un inmigrante de lujo y otros integrantes con acento anglosaj¨®n. Bajos de estatura y altos de nivel t¨¦cnico, crecemos por momentos y contamos adem¨¢s con uno de los pocos porteros que no ha cantado bajo la lluvia. Como cierta cerveza de Copenhague, probablemente, es el mejor. Nunca hab¨ªamos tenido un equipo as¨ª y, en eso, s¨ª estoy de acuerdo con todos. Por tanto, esperemos que a la en¨¦sima vaya la vencida. Pero antes de citar aqu¨ª la arenga de Jenofonte a sus soldados en La retirada de los diez mil, como alternativa al barriobajero "?a por ellos!", me viene a la memoria, por algo ser¨¢, una de las m¨¢s miserables an¨¦cdotas xenof¨®bicas que me ha tocado vivir. ?rase una vez un muchacho negro (de Cabo Verde, supongo) que lleg¨® a Portugal para jugar con el Belenenses. Tra¨ªa una carta de presentaci¨®n que exhib¨ªa orgulloso. La carta dec¨ªa as¨ª: "Este desgraciado es una bestia, criado en plena selva, y habr¨¢ que tener cuidado de que no huela el alcohol o vaya con mujeres, porque se comportar¨ªa como un aut¨¦ntico salvaje". El muchacho en cuesti¨®n result¨® ser un buen chico, muy atento y disciplinado. Se llamaba Yanka. No fue f¨¢cil conseguir que se desprendiera de la carta de presentaci¨®n que para ¨¦l significaba su ¨²nico documento de identidad. Y vaya ahora la prometida arenga de Jenofonte antes de la batalla: "Y si alguno de vosotros est¨¢ desalentado porque no disponemos de caballer¨ªa y los enemigos la tienen numerosa, considerad que diez mil jinetes no son nada m¨¢s que diez mil hombres: nadie muri¨® jam¨¢s en una batalla a consecuencia de los mordiscos o las coces de un caballo; son los hombres quienes deciden la suerte de las batallas. ?Y puede negarse que nosotros marchamos sobre un veh¨ªculo mucho m¨¢s seguro que los jinetes? Ellos van suspendidos sobre sus caballos, temerosos no s¨®lo de nuestros ataques, sino tambi¨¦n de caerse. Nosotros, en cambio, que marchamos sobre tierra, golpearemos con mucha m¨¢s fuerza si alguno se acerca, daremos con m¨¢s facilidad en el blanco que queremos. S¨®lo en una cosa nos llevan ventaja los jinetes: podr¨¢n huir con m¨¢s seguridad que nosotros". As¨ª que ya lo sabemos. Los alemanes son m¨¢s altos, fuertes y experimentados que nosotros. Si tropiezan, caer¨¢n desde m¨¢s arriba. Y ser¨¢ nuestro el esplendor en la hierba.
Mart¨ªn Girard es el seud¨®nimo que el escritor y cineasta Gonzalo Su¨¢rez utilizaba en sus tiempos de cronista deportivo.
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