S¨®lo humo
La gente asaba sardinas en la playa y met¨ªa los pies en el mar en busca de esa peque?a inmortalidad que a nada compromete. Navegando rumbo a Ibiza, esa noche de San Juan, desde la oscuridad de las aguas, se o¨ªan los boleros de algunas verbenas cargados de promesas y quejas de amor. "Los ojos de la espa?ola que tanto am¨¦", cantaba el vocalista que hab¨ªamos dejado en la fiesta del puerto. Llevaba el bigote te?ido y le asomaba un peine en el bolsillo superior de la chaqueta blanca. Su voz de caramelo la tra¨ªa y se la llevaba la brisa bajo las vagas estrellas de la Osa hasta diluirse finalmente en el oleaje. En la noche m¨¢s breve del a?o, el faro del cabo de la Nao nos acompa?¨® durante las primeras horas de navegaci¨®n. A bordo hubo una discusi¨®n acerca de la esencia de otros puntos de luz que marcaban el perfil de la costa que hab¨ªamos dejado atr¨¢s en las tinieblas. Unos dec¨ªan que eran las hogueras de la gente feliz que asaba sardinas, otros que eran los farolillos rojos que coronaban las innumerables gr¨²as de la construcci¨®n. En todo caso, parec¨ªa que hab¨ªan nacido en el universo unas constelaciones nuevas. El solsticio de verano te obliga a amar la fugacidad de la vida. Precisamente porque muy pronto se van a diluir en la nada, son m¨¢s deseables los frutos dulces del azar, aunque uno debe restituir a la naturaleza la moneda de oro que le debe despu¨¦s de gozarlos, fiando el tiempo que le queda a los astros. En aquella traves¨ªa, todo el misterio del Mediterr¨¢neo consist¨ªa en saber si el patr¨®n hab¨ªa comprado mojama y huevas de at¨²n para desayunar cuando amaneciera. No hay un momento tan perenne como ¨¦se en la memoria: avistar la isla entre la bruma dorada, darse un ba?o en alta mar y sentir despu¨¦s que todo el velero huele a caf¨¦ y ver que la corteza del pan suelta esquirlas al rebanarlo. En la ciudad qued¨® la piel de la serpiente que uno hab¨ªa mudado, y el cuerpo, con el primer sudor del verano, hab¨ªa liberado tambi¨¦n el rigor de la conciencia dejando ahorcado a un dios en cada palmera. Toda la naturaleza estaba bajo los pies desnudos, y despu¨¦s, a la hora de la siesta, a la sombra de una higuera, su savia se convert¨ªa en sangre silenciosa que bombeaba en el interior de dos cuerpos a la vez. El verano ten¨ªa entonces los ojos azules.
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