La violencia que nos ata
El azar ha querido que la llegada al poder de la guerrilla colombiana de un fil¨®sofo o antrop¨®logo, Alfonso Cano, coincida con la reuni¨®n en Medell¨ªn de quinientos fil¨®sofos iberoamericanos para pensar sobre la convivencia en tiempos violentos. La filosof¨ªa tiene una deuda con la violencia que viene de lejos pero se agudiz¨® en Latinoam¨¦rica a partir de los a?os cincuenta. Que los ideales iniciales de justicia social y defensa de los excluidos se metamorfosearan en cr¨ªmenes indiscriminados, no quita sino pone responsabilidad a los cultivadores de la filosof¨ªa.
Hay fil¨®sofos como Levinas o Rosenzweig que tildan a la filosof¨ªa de ideolog¨ªa de la guerra. La creencia de que pensar es apropiarse del componente m¨¢s importante de la cosa -la llamada esencia- tirando al cubo de los desperdicios otros elementos menos importantes, que tildamos de accidentes, es un violento gesto intelectual que ha condenado a muerte a lo m¨¢s fr¨¢gil de la existencia. Ahora bien, si buce¨¢ramos tras las esencias de Occidente (Dios, hombre, mundo), descubrir¨ªamos una sarta de intereses inconfesables (poder, dominio, dinero), cuyo precio ha sido declarar desechable otros elementos conceptuales menos glamurosos (el sufrimiento, la pobreza, la esclavitud).
La aut¨¦ntica causa revolucionaria debe desmontar la tiran¨ªa, no recrearla
En esto la filosof¨ªa no ha sido original. Relatos fundantes de nuestra civilizaci¨®n como La Il¨ªada y la Biblia est¨¢n fascinados por la violencia profana o sagrada. Homero canta la grandeza de la guerra, la majestuosidad de sus h¨¦roes en el combate, la belleza de las heridas que ¨¦l se representa como cinceladas por un sabio artesano. Y el primer relato de una muerte en la Biblia es el asesinato de Abel.
La filosof¨ªa, es verdad, ha remachado esa historia declarando a la violencia partera de la historia -Marx dixit- de ah¨ª que los movimientos pol¨ªticos en ¨¦l inspirados hayan ejercido de comadronas sin mala conciencia. Los movimientos revolucionarios en Iberoam¨¦rica, desde los a?os cincuenta en adelante, llevaban en la mochila una teor¨ªa filos¨®fica con la que explicar la maldad de la situaci¨®n de hecho y un poco del b¨¢lsamo de Fierabr¨¢s que todo lo cura. Si nunca fue bueno que los fil¨®sofos oficiaran de reyes, menos a¨²n cuando lo que propon¨ªan eran dosis de violencia adquiridas en la farmacia de Plat¨®n donde, como se sabe, s¨®lo se trataban ideas y no sufrimientos humanos. Am¨¦rica Latina consigui¨® de esta suerte un r¨¦cord de revoluciones que no han tra¨ªdo m¨¢s justicia social aunque s¨ª algunos experimentos notables, como en Colombia, donde marxistas de anta?o han devenido pr¨®speros narcotraficantes hoga?o.
La filosof¨ªa que en su momento legitim¨® estos movimientos y que luego se ha desentendido de sus consecuencias, volc¨¢ndose en la teor¨ªa deliberativa de Habermas y neocontractualista de Rawls, olvidando que esto son pociones para sociedades m¨¢s desarrolladas e igualitarias, deber¨ªa volver sobre sus pasos y sacar las consecuencias del uso pol¨ªtico de la violencia. Ya sabemos que la toma revolucionaria del poder en nombre del pueblo no significa reconocer a cada miembro del pueblo dominio sobre el propio destino; que no es lo mismo mandar sobre las vidas de los otros, que tomar el poder sobre la propia vida. Sabemos, pues, que no basta liberarse de un tirano para sacudirse la tiran¨ªa.
Pero hay algo m¨¢s decepcionante a¨²n. La lucha contra la injusticia, que en teor¨ªa podr¨ªa explicar la jibarizaci¨®n de la libertad en nombre del bienestar material, ha incrementado el sufrimiento de la gente al sumar a la poca eficacia econ¨®mica la ¨¦pica del luchar o morir. Naturalmente que debe de haber causas por las que sacrificarse pero esas causas, en min¨²scula, consisten en evitar el sufrimiento de los dem¨¢s, y no en causarlos; en desmontar una tiran¨ªa, y no en reinventarla; en denunciar la existencia miserable y no en sublimarla con apelaciones estupendas.
Hay que pasar de una ¨¦pica filos¨®fica, que subordinaba los sufrimientos del hombre a la conquista de grandes palabras, a una filosof¨ªa pobre, como dec¨ªa Georg Luk¨¢cs en sus buenos tiempos. No parece que le sea dado a la filosof¨ªa salvar al hombre, pero s¨ª indignarse porque se llame destino lo que es maquinaci¨®n del hombre o de que haya quien quiera confundir la sangre de la guerra con el ketchup de las pel¨ªculas de Hollywood.
Ya que no nos es dado rebobinar la historia, s¨ª pueden los participantes en el III Congreso Iberoamericano de Filosof¨ªa, que se celebra estos d¨ªas en Medell¨ªn, rectificar el rumbo, enfrent¨¢ndose rigurosamente a lo que Benjamin llamaba la "violencia m¨ªtica". Lo que hemos aprendido de nuestros errores y lo que nos han aportado de positivo las cat¨¢strofes humanitarias del siglo XX es que las estrategias pol¨ªticas que valoran m¨¢s las causas que las v¨ªctimas no pueden encontrar amparo en la ¨¦tica. Lo revolucionario es el quinto mandamiento. No es un programa menor ya que se exigir¨¢ a cualquier promesa de salvaci¨®n una memoria de costos humanos y sociales que ninguna filosof¨ªa podr¨¢ orillar.
Reyes Mate es profesor de investigaci¨®n del CSIC y autor del libro Justicia de las v¨ªctimas. Terrorismo, memoria, reconciliaci¨®n.
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