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Reportaje:EL ANTI-RATZINGER

El cardenal que se atreve a pensar

El cardenal Carlo Maria Martini es visto en amplios sectores como la ¨²ltima gran voz progresista de la Iglesia, la contrafigura de Joseph Ratzinger, su rival en la elecci¨®n papal. A sus 81 a?os, retirado, enfermo de p¨¢rkinson, sigue dando guerra. Su ¨²ltimo libro ha levantado ampollas en el Vaticano

A un libro como el suyo, Martini no le hubiera aplicado su expeditivo m¨¦todo de lectura. Apenas una ojeada a la portada, a la introducci¨®n y al ¨ªndice, en busca de la esencia. "El cardenal ha dicho siempre que cada libro tiene una sola idea. ?l la encontraba enseguida". Lo cuenta Gregorio Valerio, un hombre alto y macizo que fue secretario personal de Carlo Maria Martini en sus ¨²ltimos a?os como arzobispo de Mil¨¢n. Valerio guarda en el despacho de su casa parroquial, en una barriada milanesa modesta, montones de libros, recuerdos variados y discos de m¨²sica cl¨¢sica regalados por su eminencia.

Lo mejor del cardenal lo conserva en la memoria. Por ejemplo, ese pasmoso m¨¦todo de lectura, gracias al cual le¨ªa en tiempo r¨¦cord muchos de los libros que llegaban a diario al palacio arzobispal. Yendo al grano, dejando de lado lo superfluo. Un m¨¦todo inaplicable para su ¨²ltimo libro, Coloquios nocturnos en Jerusal¨¦n, porque no contiene una ¨²nica idea. Estamos ante el testamento espiritual y personal del hombre al que muchos consideran el m¨¢ximo representante en la Iglesia de una l¨ªnea liberal, dialogante, que apuesta por la comprensi¨®n de las sociedades laicas del siglo XXI y no por la contraposici¨®n.

El cardenal Martini conserva la capacidad de escandalizar, de remover las aguas estancadas
Amar la adversidad por amor a la verdad es el lema de su escudo cardenalicio, tomado de san Gregorio Magno
Martini lleg¨® al c¨®nclave de 2005 apoyado en un bast¨®n. Una se?al de la enfermedad que le hac¨ªa inelegible
"Como buen jesuita, dice y no dice", opina el vaticanista Andrea Tornielli, que no le considera un liberal
Decir que es un cardenal de izquierdas ser¨ªa una simplificaci¨®n, seg¨²n el senador Ignacio Marino
Jerusal¨¦n es un buen sitio para morir, asegura Martini, pero un mal sitio para un moribundo

En los coloquios redactados por Georg Sporschill, jesuita austriaco de 62 a?os, Martini habr¨¢ apreciado tambi¨¦n ese impulso, org¨¦ en griego, como le gusta decir al cardenal; esa cualidad vital que caracteriza a las obras inspiradas. Su publicaci¨®n, en alem¨¢n, ha levantado ya la polvareda que suele acompa?ar a las declaraciones de Carlo Maria Martini, visto en muchos sectores de la Iglesia como la contrafigura de Benedicto XVI. Infatigable buscador de verdades, este turin¨¦s de buena familia parece conservar intacta a los 81 a?os la capacidad de escandalizar, de remover las aguas estancadas. Sin apenas levantar la voz, diciendo cosas que se alejan siempre del runr¨²n oficial, de los lugares comunes, de los ra¨ªles particularmente r¨ªgidos de la instituci¨®n a la que pertenece desde hace 56 a?os, la Iglesia Cat¨®lica Apost¨®lica Romana.

"El cardenal es simplemente un hombre que se atreve a pensar", dice el cirujano Ignacio Marino, que mantuvo con ¨¦l un di¨¢logo famoso, publicado por el semanario L'Espresso, en 2006. En ¨¦l qued¨® patente el estilo Martini. El de un hombre dispuesto a escuchar las razones del otro, a buscar un punto de consenso, y sobre todo a no descalificar. Ah¨ª est¨¢ su sufrida aceptaci¨®n de la investigaci¨®n con ovocitos, antes de que las c¨¦lulas que los constituyen comiencen a dividirse. O su rechazo al encarnizamiento terap¨¦utico. Martini se ha esforzado por comprender el drama de los que practican la eutanasia, para evitar el sufrimiento a un ser querido, aun consider¨¢ndolo un hecho terrible. Ante una de las bestias negras de la Iglesia, la homosexualidad, su postura es cuando menos humana. "Tengo conocidos que son parejas homosexuales, hombres muy estimados y muy sociables. Nunca se me ha pedido, ni a m¨ª se me habr¨ªa ocurrido, condenarles", declara en su ¨²ltimo libro.

Ah¨ª est¨¢ tambi¨¦n su cr¨ªtica seria, erudita, nada reverencial al libro Jes¨²s de Nazaret, publicado por Benedicto XVI el a?o pasado. "Un libro hermoso", declara el cardenal, aunque se ve claramente que su autor, "no ha estudiado directamente los textos cr¨ªticos del Nuevo Testamento". O su rechazo a la misa en lat¨ªn -"considero que el Vaticano II fue un paso adelante en la comprensi¨®n de la liturgia"- publicado en un diario econ¨®mico poco despu¨¦s del motu proprio del Papa que autorizaba el viejo rito.

Martini ha tenido siempre un sello especial. El ¨²ltimo libro, el ¨²ltimo esc¨¢ndalo, no hace m¨¢s que reforzar el mito de este estudioso at¨ªpico, autor de centenares de obras eruditas, muchas de ellas compendios de ejercicios espirituales, homil¨ªas y pl¨¢ticas. Lo que dice el cardenal interesa. Aunque, ?qui¨¦n es realmente Carlo Maria Martini, el gran rival de Joseph Ratzinger en el ¨²ltimo c¨®nclave? ?Qui¨¦n es el jesuita que renunci¨® a su estatus de pr¨ªncipe de la Iglesia al jubilarse, para refugiarse en una austera residencia de la Compa?¨ªa, cerca de Roma?

Gregorio Valerio, su fiel secretario, y Sandro, el ch¨®fer de toda una vida, le acompa?aron a su nuevo domicilio un d¨ªa de septiembre de 2002. Valerio recuerda todos los detalles. La habitaci¨®n espartana, el estudio con una nevera vac¨ªa, el saco verde para meter la ropa sucia. El secretario se estremeci¨®. "El cardenal suda mucho, me preocupaba que no tuviera ropa disponible. Aquella austeridad era algo tremendo. Los jesuitas, ya sabe como son", dice con gesto indescifrable. Felizmente supo antes de marchar que el cardenal -"aqu¨ª es padre Martini", hab¨ªa dicho uno de los internos- tendr¨ªa ba?o propio. Cosas intrascendentes para quien cambi¨® hace a?os una vida de comodidades por la severidad del mundo jesuita. Y adem¨¢s, Ariccia era s¨®lo un lugar de paso. Su verdadero destino era Jerusal¨¦n.

"El cardenal era feliz all¨ª", dice el cirujano Marino, senador del izquierdista Partido Democr¨¢tico italiano, que le visit¨® hace un par de a?os en la Ciudad Santa para tres religiones. "Me cit¨® un d¨ªa temprano, para ir al Santo Sepulcro. Fue una experiencia ¨²nica". Marino entorna un poco los ojos, y rememora. Ser¨ªan las siete de la ma?ana. El ¨¢rabe que custodia las llaves del sepulcro acababa de abrirlo. La soledad, el silencio, daban al interior un aire m¨ªstico. "Martini me mostraba los restos arqueol¨®gicos con un dominio impresionante. 'Esto es hist¨®rico, esto otro no sabemos, aquello forma parte de la leyenda'. ?Qu¨¦ gran gu¨ªa!". Y luego, al filo de las 10.30, como todos los d¨ªas, el cardenal le llev¨® a la gasolinera, cerca del Instituto B¨ªblico, donde preparan el mejor espresso de la ciudad.

El sue?o de Jerusal¨¦n qued¨® roto hace unos pocos meses. El p¨¢rkinson que le atormenta hace progresos, y Martini tiene que someterse a un tratamiento en la residencia-hospital que los jesuitas tienen en Gallarate (a unos 30 kil¨®metros de Mil¨¢n). Un caser¨®n del siglo pasado rodeado por un jard¨ªn, donde el paciente lleva una vida rutinaria, sin renunciar al trabajo.

Corrige, cuando se encuentra con fuerzas, las pruebas de la versi¨®n italiana del libro de Sporschill, y avanza en el an¨¢lisis de las anotaciones marginales, o escoria, del C¨®dex Vaticano (el manuscrito que contiene la versi¨®n en griego m¨¢s antigua que se conoce del Nuevo Testamento, junto al C¨®dex Sinaiticus). ?Podr¨ªa recibir a la periodista? El cardenal no se encuentra con fuerzas. En un gesto que confirma su escaso apego a lo protocolario, Martini llama personalmente para disculparse. "Estoy en tratamiento m¨¦dico. Mi salud falla. Siento mucho decirle que no, pero no estoy bien". Su voz suena infinitamente fr¨¢gil a trav¨¦s del tel¨¦fono. Irreconocible. Imposible relacionarla con aquella voz imperiosa, remachando cada palabra, del arzobispo de Mil¨¢n, en la entrevista que concedi¨® a EL PA?S nada m¨¢s recibir el Premio Pr¨ªncipe de Asturias, en 2000.

"Est¨¢ aprendiendo a hablar otra vez. Trabaja con un logopeda", explica Franco Agnesi, una de las cuatro personas con las que Martini comparti¨® vida en su etapa de arzobispo. Agnesi, que acaba de visitarle en Gallarate, cuenta que sigue a?orando Jerusal¨¦n. "Le duele no estar all¨ª, pero mantiene el sentido del humor. Yo le cit¨¦ la frase del Evangelio de San Juan, del cap¨ªtulo 21: 'Cuando seas viejo te llevar¨¢n adonde no quieres".

Carlo Maria Martini fue enviado adonde no quer¨ªa siendo todav¨ªa un hombre joven. La decisi¨®n de Juan Pablo II de nombrarle arzobispo de Mil¨¢n lleg¨® en diciembre de 1979 y cay¨® como una bomba en los palacios obispales de Italia. ?Qui¨¦n era aquel jesuita, estudioso de las Sagradas Escrituras, sin experiencia pastoral alguna, que escalaba hasta lo m¨¢s alto de la jerarqu¨ªa nacional? ?Qu¨¦ sab¨ªa del mundo de la curia, de las obligaciones profesionales de un arzobispo, el estudioso y t¨ªmido Martini? A toda prisa, el papa le consagr¨® obispo despu¨¦s del nombramiento con el que so?aban buena parte de los obispos de Italia. ?l, el jesuita alto, de porte aristocr¨¢tico, t¨ªmido y reservado, no aspiraba a la di¨®cesis de San Ambrosio. Estaba a gusto como rector de la Universidad Gregoriana, un puesto en el que llevaba poco m¨¢s de un a?o, despu¨¦s de casi nueve dirigiendo el Instituto B¨ªblico de Roma.

El salto entre un cargo y otro hab¨ªa sido casi imperceptible. La Gregoriana y el Instituto est¨¢n casi puerta con puerta, en un rinc¨®n relativamente tranquilo del centro hist¨®rico de Roma. Martini pas¨® de una habitaci¨®n austera a otra habitaci¨®n austera. De una vida en comunidad -con ba?o compartido- a una vida en comunidad, un pelda?o m¨¢s arriba en el escalaf¨®n acad¨¦mico eclesi¨¢stico. Stephen Pirani, el jesuita estadounidense que fue su alumno y es hoy rector del B¨ªblico, recuerda cu¨¢nto lament¨® su marcha. "Como profesor ten¨ªa una gran claridad de ideas. Era capaz de explicar admirablemente una cosa tan rara como es la Cr¨ªtica Textual, su especialidad". Pirani ha mantenido el contacto con el cardenal desde los a?os setenta. Porque Martini no se apart¨® nunca, ni siquiera agobiado por el peso de la di¨®cesis m¨¢s grande de Europa, de su pasi¨®n por manuscritos y papiros b¨ªblicos.

Cambi¨® de ciudad y de vida, despu¨¦s de obtener el permiso del superior general de los jesuitas, Pedro Arrupe. Se instal¨® en el ala noble del palacio arzobispal, el que se asoma a la Via del Duomo. Y aprendi¨® deprisa. Se percat¨® enseguida del ritmo fren¨¦tico de la ciudad. De la peculiaridad de su tarea pastoral en tiempos violentos. Los a?os de plomo daban sus ¨²ltimos coletazos, con acciones terribles del terrorismo negro y de las Brigadas Rojas, que disparaban a las piernas a hombres de negocios y profesores universitarios. Conden¨® el terrorismo, pero no se neg¨® a escuchar a los terroristas. Celebr¨® funerales por las v¨ªctimas y bautiz¨® en cierta ocasi¨®n a dos gemelos concebidos durante uno de aquellos juicios de alta seguridad contra brigadistas rojos. Martini visit¨® las c¨¢rceles, convencido de que en ellas no hab¨ªa espacio para la "rehabilitaci¨®n de los presos"; recorri¨® hospitales y parroquias. Y desde el p¨²lpito conden¨® el esc¨¢ndalo de Tangent¨®polis, el sistema de corrupci¨®n pol¨ªtico-econ¨®mica que acabar¨ªa por dinamitar la vida pol¨ªtica italiana a comienzos de los a?os noventa.

Nada de esto le distingui¨® de los dem¨¢s obispos. Fueron otras iniciativas las que dieron pie al mito Martini. La primera, leer el Evangelio a los j¨®venes y dar espacio al silencio y a la meditaci¨®n en sus vidas. La Escuela de la Palabra, como se denomin¨® a estos encuentros mensuales, se revelar¨ªa todo un ¨¦xito. El Duomo registra llenos espectaculares en cada cita. Miles de j¨®venes se re¨²nen ante el altar para escuchar los textos sagrados y meditar un rato sobre la propia vida.

En medio del frenes¨ª diario de Mil¨¢n -junto a Tur¨ªn, motor econ¨®mico de Italia-, Martini predica silencio y pausa. El segundo gran acierto del cardenal (Wojtyla le concede la birreta en 1983) llega en 1987. Y ser¨¢ bautizado como la c¨¢tedra de los no creyentes. Encuentros espor¨¢dicos con intelectuales laicos para debatir sobre las razones de la duda, de la fe, o de la falta de fe. Una frase del libro de Ratzinger Introducci¨®n al cristianismo, en la que reflexiona sobre el "no creyente que hay en todo creyente", le da la idea. El cardenal se inspira tambi¨¦n en la sentencia del fil¨®sofo Norberto Bobbio: "Lo importante no es creer o no creer, sino pensar o no pensar". A partir de ah¨ª, la c¨¢tedra despega. Martini debate con el semi¨®logo Umberto Eco y con decenas de intelectuales en aulas universitarias y salas de conferencias. Muchos de los coloquios se publicaron. No es casual que en 2000, tanto Eco como el cardenal reciban el Nobel espa?ol, el Premio Pr¨ªncipe de Asturias.

A Martini le cost¨® aceptar ese honor. Normalmente rechaza los premios. Le abruman los elogios, le interesan s¨®lo los comentarios cr¨ªticos, de los que aprende m¨¢s. Ya lo dice el lema de su escudo cardenalicio: "Amar las cosas adversas por amor a la verdad", sacado de las reglas pastorales de san Gregorio Magno. Aunque Martini es, por encima de todo, un jesuita. Aprecia el silencio y las pausas en el ajetreo diario. Una regla de oro que mantuvo siempre en sus a?os de arzobispo. "Me oblig¨® a dejar en blanco su agenda los jueves por la ma?ana", cuenta su secretario, Valerio. Sal¨ªan en coche hacia la monta?a. Una vez en el punto elegido, cada uno se iba por su lado. Eso s¨ª, con el tel¨¦fono m¨®vil en el bolsillo.

Sin ser un monta?ero, Martini conserva de su infancia la afici¨®n por las excursiones a los Alpes. Las largas vacaciones familiares se divid¨ªan entre las playas de Liguria y las monta?as cercanas a Tur¨ªn. Su padre prefer¨ªa las marchas. De arzobispo, Martini se atrev¨ªa a escalar los picos alpinos. Casi siempre los de la vertiente de la Suiza italiana, para no ser reconocido. Luego, purificado por las alturas y la soledad, regresaba a la curia y retomaba su agenda.

Gregorio Valerio le recuerda siempre correcto, incapaz de una mala palabra, aunque siempre distante. "Es un hombre pasional, pero se domina. Lo consigue a fuerza de voluntad y entrenamiento". Vest¨ªa clergyman, salvo en las salidas pastorales. Moderado en las comidas, el cardenal segu¨ªa una dieta f¨¦rrea, dirigida por un especialista, al menos un par de semanas al a?o. Motivos de salud o quiz¨¢ un deseo de purificaci¨®n f¨ªsica. Hay un lado curioso tambi¨¦n en la personalidad del intelectual, biblista de fama internacional y pensador rebelde: sus dotes de catador de vinos. "Al arzobispado llegaban muchos regalos, a veces cajas de vino. Yo siempre me fiaba de la opini¨®n del cardenal. Cuando dec¨ªa: '?ste es un excelente vino de mesa', yo sab¨ªa que el vino no val¨ªa nada", cuenta su secretario.

El cardenal pasaba horas en su estudio privado, casi siempre con la puerta abierta. Cuando la cerraba era una se?al de que no deb¨ªan molestarle. Martini compart¨ªa mesa en el desayuno, comida y cena con sus colaboradores directos. El entonces n¨²mero tres de la curia milanesa, Franco Agnesi, le define como un hombre con gran sentido del humor, aunque siempre contenido, distante. Una compostura que algunos feligreses interpretaban como insuperable frialdad. "Cuando te saludaba, despu¨¦s de las misas en el Duomo, era como una esfinge", cuenta un milan¨¦s devoto, que no oculta sus preferencias por el nuevo arzobispo, Dionigi Tettamanzi.

Martini siempre ha cre¨ªdo en la potencia de la raz¨®n, en perfecta armon¨ªa con su fe. Algo que le ocasion¨® en Mil¨¢n algunos problemas. "Comuni¨®n y Liberaci¨®n le hizo la vida bastante dif¨ªcil", dice Agnesi. Era entonces un movimiento joven, muy ligado a la derecha pol¨ªtica, en una fase de agresiva expansi¨®n. El cardenal encaj¨® la situaci¨®n con su autocontrol habitual. Sin dejar de apreciar por eso dos cualidades en estos movimientos. Por un lado, su redescubrimiento de Cristo; por otro, su capacidad de establecer relaciones muy intensas dentro del grupo.

Amigos y adversarios, colaboradores y meros observadores coinciden en considerar a Martini un hombre enormemente reservado. Su educaci¨®n, su historia, los golpes de la vida han hecho de ¨¦l una persona casi impenetrable. El segundo de tres hermanos, Carlo Maria Martini naci¨® el 15 de febrero de 1927 en Tur¨ªn, en una familia de la burgues¨ªa industrial. Leonardo, su padre, era un ingeniero con una boyante empresa constructora. Su madre, Olga, una cat¨®lica extraordinariamente devota. El ni?o fue enviado al colegio de los jesuitas, uno de los m¨¢s prestigiosos de la ciudad. Y all¨ª surgi¨® la vocaci¨®n. "A mi padre no le gust¨® demasiado la idea", dir¨ªa despu¨¦s Martini. Quiz¨¢ ten¨ªa otros proyectos para ¨¦l, pero su destino estaba marcado. Ser¨ªa jesuita.

Los primeros a?os de formaci¨®n coincidieron con la II Guerra Mundial, pero los Martini no pasaron especiales apuros. A los 25 a?os, Carlo Maria es ordenado sacerdote. Una d¨¦cada despu¨¦s, tras licenciarse en teolog¨ªa y filosof¨ªa y completar su formaci¨®n de jesuita, ocupa la c¨¢tedra de Cr¨ªtica Textual en el Instituto B¨ªblico de Roma. En 1972 conoce a Karol Wojtyla, arzobispo de Cracovia, que le invita a visitar a los expertos b¨ªblicos de su ciudad. Martini hizo el viaje en coche con su hermano mayor, Francesco. Fue el ¨²ltimo que hicieron juntos. En octubre de 1972, su hermano muere de infarto cerebral. En apenas 18 meses, Martini pierde tambi¨¦n a sus padres. La familia del cardenal se reduce ahora a su hermana menor, Maria Stefania, y sus sobrinos, Giulia y Giovanni.

Son golpes de la vida que le han marcado, como la enfermedad. El p¨¢rkinson le acecha desde comienzos del nuevo milenio. Pese a los iniciales desmentidos oficiales, la noticia es del dominio p¨²blico antes del c¨®nclave de 2005. La muerte de Juan Pablo II ese a?o brinda una ocasi¨®n a la Iglesia para afrontar quiz¨¢ la reforma que muchos desean. Los seguidores de Martini conf¨ªan en sus posibilidades de ser elegido. "Habr¨ªa sido peor", dice el vaticanista del diario conservador Il Giornale Andrea Tornielli. "Martini habr¨ªa dividido a la Iglesia mucho m¨¢s que Ratzinger". El cardenal se presenta en Roma apoyado en un bast¨®n. Los expertos saben que el bast¨®n significa "no me elij¨¢is, estoy enfermo", en el metalenguaje vaticano.

Martini sufre el mismo mal que ha convertido en un infierno los ¨²ltimos a?os de Juan Pablo II, aunque en un grado mucho menos agudo. Por eso, el cardenal sigue activo. Divide sus d¨ªas entre Jerusal¨¦n y Ariccia. Acude a las reuniones de las congregaciones vaticanas de las que forma parte. Y sigue dirigiendo ejercicios espirituales. Los ¨²ltimos, este mismo a?o, vuelven a ser motivo de pol¨¦mica. El cardenal habla ante un grupo de sacerdotes, y denuncia la envidia "como vicio clerical por excelencia". Habla tambi¨¦n de la calumnia. Recuerda que en sus a?os de arzobispo en Mil¨¢n llegaban decenas de cartas an¨®nimas repletas de calumnias contra sacerdotes y prelados que ¨¦l mandaba quemar. "La mayor¨ªa procedentes de Roma".

Al d¨ªa siguiente, la homil¨ªa de Martini est¨¢ en el diario La Repubblica, y es la comidilla en los corrillos vaticanos. "Creo que el cardenal es un poco ingenuo. A veces dice cosas sin comprender que pueden ser utilizadas err¨®neamente", opina el obispo Vincenzo Paglia, amigo personal de Martini. "No es un hombre de izquierdas, aunque se empe?an en convertirlo en el anti-Papa. No tiene una visi¨®n pol¨ªtica, sino una visi¨®n evang¨¦lica de la Iglesia. Es cierto que habla con libertad, pero muchas veces se le malinterpreta".

No s¨®lo sus amigos y antiguos colaboradores coinciden en lamentar la "distorsi¨®n" medi¨¢tica que ha convertido al cardenal en un personaje de izquierdas dentro de la jerarqu¨ªa cat¨®lica. Tambi¨¦n quienes le contemplan con m¨¢s distancia, como el vaticanista Tornielli, creen que el personaje Martini es una invenci¨®n de algunos periodistas. "Se empe?an en eso, como se empe?aron en afirmar que Ratzinger fue elegido en el ¨²ltimo c¨®nclave gracias a su apoyo. Lo cual es absolutamente falso". Martini no es un liberal, cree Tornielli, que se ha molestado en recopilar muchas de las intervenciones del purpurado, a su juicio contrarias a esa aureola, en un libro titulado La scelta de Martini (La elecci¨®n de Martini). "Como buen jesuita, dice y no dice", apunta el vaticanista.

Tornielli no encuentra, sin embargo, motivo de esc¨¢ndalo en las ¨²ltimas intervenciones de Martini. Ni siquiera en el libro del jesuita Sporschill. "No se ha publicado a¨²n en italiano. El cardenal est¨¢ jubilado. Sus palabras ya no escandalizan. Lo que dice lo dice porque est¨¢ obligado a mantener su personaje", insiste.

Muchos seguidores del cardenal liberal esperan este texto con expectaci¨®n. Saben, por los res¨²menes publicados, que recoge una conversaci¨®n sin reservas con Georg Sporschill. Los dos se conocieron hace un par de d¨¦cadas, en Viena. "El cardenal daba un cursillo para sacerdotes y trabajadores sociales de c¨¢rceles", recuerda el autor. A partir de ah¨ª surgi¨® la amistad. Sporschill admiraba al cardenal, y Martini siempre se interes¨® por el trabajo del austriaco, que se ocupa de los ni?os de la calle de Bucarest. As¨ª, entre los dos, fue tomando cuerpo la idea de un encuentro a tumba abierta sobre las grandes cuestiones de la Iglesia, y las opiniones m¨¢s personales del cardenal. "Le visit¨¦ en Jerusal¨¦n tres semanas, a lo largo de varios meses. Cuando estaba all¨ª, nos ve¨ªamos diariamente, convers¨¢bamos horas y horas, siempre que su salud lo permit¨ªa", precisa Sporschill a trav¨¦s del correo electr¨®nico.

El resultado es un libro delgado, pero de contenido denso, y pol¨¦mico. Martini confiesa en ¨¦l las dudas que le han atormentado durante a?os. Su dificultad de comprender las razones de Dios para hacer sufrir a su Hijo en la cruz. Siendo ya obispo, Martini considera insoportable, a veces, la contemplaci¨®n de un crucifijo. Tampoco era capaz de aceptar la muerte, hasta que un d¨ªa comprendi¨®. "Sin la muerte no nos entregar¨ªamos totalmente a Dios. Nos quedar¨ªan salidas de emergencia abiertas". El cardenal em¨¦rito confiesa que so?¨® durante a?os en la posibilidad "de una Iglesia en la pobreza y la humildad, independiente de las potencias del mundo". Hoy ha dejado de so?ar. Aun as¨ª, pide valor a la Iglesia para transformarse. Para aceptar que el mundo cambia. Aunque s¨®lo fuera por puro pragmatismo, tendr¨ªa que abrir los brazos a los sacerdotes casados, valorar la hip¨®tesis de la ordenaci¨®n de mujeres.

Martini reconoce tambi¨¦n que la enc¨ªclica de Pablo VI, Humanae Vitae, en la que el magisterio de la Iglesia condena el uso de anticonceptivos, est¨¢ superada. A Ignacio Marino, cirujano y senador, que considera a Martini "una de las grandes personalidades de nuestro tiempo", no le ha sorprendido la sinceridad del cardenal, aunque lamenta que sus palabras sean casi siempre piedra de esc¨¢ndalo. "Siempre ha hablado con libertad, pero ama a la Iglesia y es enormemente fiel al Papa". ?Es un cardenal de izquierdas? "Decir eso ser¨ªa una simplificaci¨®n".

El rector Pirani teme que la imagen de Martini haya sido distorsionada por los periodistas. "Muchas veces me ha comentado que le molesta que intenten enfrentarlo al Papa o a otros cardenales". Para este jesuita no hay enigma alguno ni contradicci¨®n en la personalidad del cardenal. La cosa es simple. "En ¨¦l se conjuga una gran fidelidad a la Iglesia con el valor de hacer preguntas". Es lo mismo que opina el obispo Vincenzo Paglia, que le conoci¨® en los a?os setenta, cuando era rector del Instituto B¨ªblico, y viv¨ªa angustiado por su falta de contacto con los pobres. La Comunidad de San Egidio era entonces una experiencia nueva, y a Martini le interes¨®. Primero acudi¨® a ayudar a un anciano enfermo que viv¨ªa en la miseria, luego ampli¨® el alcance de su actividad pastoral. "Iba a celebrar misa a una barriada pobre, en el Alessandrino. Recuerdo que oficiaba en una antigua pizzer¨ªa, y preparaba el serm¨®n, los s¨¢bados, con dos de los muchachos de la comunidad", cuenta Paglia.

Biblia y fe religiosa son un todo en Carlo Maria Martini. ?l mismo ha relatado su infatigable peregrinaci¨®n por las librer¨ªas de Tur¨ªn, su ciudad natal, siendo un adolescente, en busca de un ejemplar en italiano del Antiguo y el Nuevo Testamento, traducidos del griego. La Biblia, que conoce de pe a pa, tan poco presente en la formaci¨®n de los cat¨®licos, es la verdadera base de la espiritualidad de Martini. Para responder a cualquier pregunta, para resolver cualquier problema, el cardenal echa mano de las Escrituras. Sin miedo a quedarse solo. "Sigue la m¨¢xima de san Ignacio: 'Solo y a pie", a?ade Franco Agnesi, su antiguo colaborador, que a?ora los a?os pasados junto al cardenal, al que todav¨ªa pide consejo. ?se fue el motivo de su ¨²ltima visita: preguntarle qu¨¦ hacer ahora, que le trasladan de parroquia. El cardenal le escuch¨® y le aconsej¨®. Y fue capaz de dominar la nostalgia cuando se habl¨®, de pasada, de Jerusal¨¦n. La ciudad donde quer¨ªa morir. En la que ten¨ªa reservada una sepultura. Ahora esa posibilidad es remota. El propio Martini se lo dijo: "Jerusal¨¦n es un buen sitio para morir, pero un mal sitio para un moribundo".

Carlo Maria Martini, de rojo cardenalicio, durante un acto religioso en fecha no determinada.
Carlo Maria Martini, de rojo cardenalicio, durante un acto religioso en fecha no determinada.REUTERS

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