Laporta y Sarkozy, grande fue la ca¨ªda
Seguro que pronto veremos en nuestras universidades proyectos de tesis sobre la fulminante ca¨ªda de la imagen de Joan Laporta. Y es probable tambi¨¦n que alg¨²n investigador proponga la comparaci¨®n con Nicolas Sarkozy, que todav¨ªa ha necesitado menos tiempo que el presidente del Barcelona para pasar de la m¨¢s alta popularidad a la m¨¢s absoluta miseria demosc¨®pica. No es f¨¢cil explicar como dos personas elevadas a los cielos por ampl¨ªsimas mayor¨ªas, llevadas en volandas como s¨ªmbolos de una modernizaci¨®n imprescindible de sus instituciones, ven su imagen y su prestigio carbonizados a ojos de la opini¨®n p¨²blica en un brev¨ªsimo periodo. Dos a?os en el caso de Laporta, los que separan la final de la Copa de Europa de Par¨ªs del voto de censura; un a?o en el caso de Sarkozy, de su triunfal elecci¨®n al t¨ªtulo de presidente menos valorado de la historia de la Quinta Rep¨²blica.
Los dos se han visto atrapados por las mismas leyes de la comunicaci¨®n medi¨¢tica que tan bien cre¨ªan dominar
En este "eterno presente comercial" en el que "el consumismo es lo ¨²nico que nos da sentido" (James G. Ballard), es probable que los liderazgos pol¨ªticos y sociales, convertidos en una mercanc¨ªa m¨¢s, est¨¦n destinados a quemarse tan deprisa como cualquier otro producto de moda. Al fin y al cabo, la curva del ¨¦xito-fracaso de Laporta se parece mucho a la de Ronaldinho, la mercanc¨ªa estrella de su gesti¨®n. En cualquier caso, es un aviso para todo tipo de liderazgo medi¨¢tico: el l¨ªder es un producto que est¨¢ sometido a los vaivenes de la moda. Y puede que pase su momento sin que el interesado se entere de c¨®mo ha sido. Los vaivenes del consumo son muy caprichosos, por m¨¢s que con la publicidad y la propaganda se intente dominarlos. Y el estado de eterna frustraci¨®n del consumidor provoca rabietas que cuando la mercanc¨ªa es una persona se traducen en formas de resentimiento, rechazo y escarnio.
Las grandes instituciones generan h¨¢bitos muy resistentes. Laporta y Sarkozy se saltaron el orden de la tribu. Esta ruptura, que probablemente fue decisiva para su ¨¦xito, les ha pasado factura. Si Laporta hubiese respetado el escalaf¨®n y hubiese aceptado ir de segundo en la candidatura de Bassat, probablemente ahora estar¨ªa prepar¨¢ndose para tomar el relevo con el general asentimiento de todas las fuerzas vivas del barcelonismo. Se sinti¨® capaz de romper los equilibrios establecidos y se encontr¨® con demasiada gente pensando que m¨¢s grande ser¨ªa la ca¨ªda, del mismo modo que buena parte de la derecha francesa se frota las manos viendo que Sarkozy se hunde en los sondeos y su convencional primer ministro va para arriba.
Sin embargo, nadie ha hecho tanto para su descr¨¦dito como los propios Laporta y Sarkozy. Los dos han ca¨ªdo en la tentaci¨®n del adanismo, la creencia de que la historia de sus instituciones -el Club de F¨²tbol Barcelona y la presidencia de la Rep¨²blica Francesa- empezaba con ellos, de que todo lo anterior era pura prehistoria y de que s¨®lo desde el d¨ªa de su llegada las cosas se empezaron a hacer como era debido. "Que aprendan", espet¨® el presidente Laporta. Los dos han sufrido el mismo s¨ªndrome de prepotencia medi¨¢tica: convencidos de que eran imbatibles en los medios, no han sabido esconder sus aristas. Cada vez m¨¢s seguros de su omnipotencia, se han mostrado tal como son. Y han pagado esta obscenidad, porque nadie es tan perfecto como para que la exhibici¨®n de sus miserias no incomode a los dem¨¢s. Los dos han cre¨ªdo que todo les estaba permitido. Y as¨ª han cruzado todas las rayas que marcaban los l¨ªmites de su funci¨®n. Laporta, con una promiscuidad excesiva con los jugadores que ha significado su p¨¦rdida de autoridad y el caos en el equipo. Sarkozy, con una promiscuidad excesiva con el mundo del dinero mal vista por la hipocres¨ªa social reinante. Los dos han exhibido el lado m¨¢s chulesco de su autoritarismo, de modos muy parecidos: con incidentes con ciudadanos, con periodistas y con diversas exhibiciones de malos modales. Y los dos han cre¨ªdo que estaban por encima de las reglas no escritas de su cargo.
Este ¨²ltimo factor ha pesado mucho en el deterioro de la imagen de Laporta. El presidente ha cometido dos pecados mortales en el Bar?a: politizarlo y dar la sensaci¨®n de que se aprovechaba del cargo en beneficio propio.
Laporta no ha entendido o no ha querido entender los matices de la dimensi¨®n c¨ªvica y pol¨ªtica del Bar?a. El eslogan M¨¦s que un club ha funcionado como punto de reconocimiento de todos los barcelonistas, porque tiene una virtud a la que este pa¨ªs es muy sensible: la polisemia. Cualquier aficionado del Bar?a se puede sentir identificado con ¨¦l, porque puede significar catalanismo o nacionalismo, pero tambi¨¦n puede significar civismo, o tradici¨®n democr¨¢tica, o simplemente una manera diferente de entender un club de f¨²tbol. Al poner al Bar?a bajo la bandera del "visca Catalunya lliure!", Laporta introduce una fractura, le da una dimensi¨®n sectaria: convierte la bandera de una parte en la bandera de todos. Y por tanto, deja de ser el presidente de todos para serlo de unos cuantos. En el momento de la ca¨ªda, se agarra equivocadamente a este error: Laporta ser¨ªa, seg¨²n ¨¦l, un h¨¦roe independentista; por tanto, una v¨ªctima del anticatalanismo. Est¨¢ bien si le sirve para lamerse las heridas que le ha dejado el voto de censura, pero es un error si lo convierte en el an¨¢lisis sobre el que fundar su estrategia de futuro.
El segundo, y probablemente el m¨¢s grave, de los errores de Laporta ha sido la sensaci¨®n de que el Bar?a era para ¨¦l un trampol¨ªn para su futura carrera en otros ¨¢mbitos, el pol¨ªtico, primero, y el econ¨®mico, despu¨¦s. Sus flirteos con la pol¨ªtica han resultado letales para sus intereses. Los rumores -que ¨¦l nunca ataj¨®, m¨¢s bien lo contrario- sobre su intenci¨®n de dar el salto a una candidatura al Ayuntamiento de Barcelona o a la presidencia de la Generalitat puede que dieran r¨¦ditos a su vanidad, pero desconcertaron a los aficionados. El barcelonismo tiene sus liturgias para amparar la hipocres¨ªa que toda instituci¨®n genera. El car¨¢cter semirreligioso de la adhesi¨®n al club requiere que el presidente transmita la sensaci¨®n de que este cargo no es de paso, que lo es todo para ¨¦l y que no lo necesita para mejorar su posici¨®n. Laporta, por una ambici¨®n que le sale por los ojos y porque por su edad ten¨ªa vida m¨¢s all¨¢ del Bar?a, no ha tenido la contenci¨®n necesaria para transmitir esta confianza. Y a partir de aqu¨ª las c¨¢balas han sido infinitas. El retrato del joven rupturista, innovador y un poco impertinente se ha ido ajando hasta convertirse en una mezcla de autoritarismo, prepotencia, desd¨¦n y un alarmante sentido de la impunidad que le hace despreciar una derrota por 23 puntos. Algunos dicen que se le ha contagiado el s¨ªndrome del futbolista.
Laporta y Sarkozy pueden consolarse pensando que sus instituciones son muy conservadoras y que han chocado con un parapeto de intereses y h¨¢bitos muy dif¨ªcil de doblegar. En parte, es verdad. Pero han cre¨ªdo que con su imagen bastaba y han sido atrapados por las mismas leyes de la comunicaci¨®n medi¨¢tica que tan bien cre¨ªan dominar. Uno debe saber d¨®nde se mete, porque la mejor manera de descarrilar es equivocar los ritmos y las maneras del cambio. Sarkozy todav¨ªa tiene tiempo para rehacerse. Laporta est¨¢ jugando la pr¨®rroga y, de momento, se ha metido ya alg¨²n gol en propia puerta.
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