Guadianas literarios
Las obras maestras se dirigen no s¨®lo al presente, sino a las ¨¦pocas futuras. En plena temporada estival de lectura, he aqu¨ª un recorrido por algunos textos decisivos, libros de eterno retorno
A primera vista, puede sorprender la gran cantidad de representaciones cl¨¢sicas de este verano en toda Europa. Dante ha sido el centro del Festival de Avi?¨®n con escenificaciones del Infierno, el Purgatorio y el Para¨ªso en tres lugares distintos. He visto anunciado a Shakespeare por todos lados y yo mismo, en Barcelona, he asistido a dos excelentes Rey Lear casi seguidos. Distintos teatros han acogido una buena porci¨®n de las tragedias griegas, empezando por Las troyanas, de Eur¨ªpides, representada en M¨¦rida. Sorprendentemente, pues, en apariencia, dado que nuestra ¨¦poca no se distingue por un excesivo refinamiento cultural.
Puede que, en efecto, el fen¨®meno ¨²nicamente forme parte de nuestra necesidad de espect¨¢culos, incluidos algunos de alta cultura. Dejo esto para los soci¨®logos. A m¨ª me interesa m¨¢s preguntar por qu¨¦ determinadas obras parecen encajar en ciertos periodos y, en cambio, caen en el olvido en otros. En general, no se trata s¨®lo de criterios de moda o gusto, por lo que acostumbran a escapar a las previsiones y planificaciones. No hay editor o gestor cultural que pueda prever factores que desbordan los estudios de mercado porque discurren por los recovecos de la imaginaci¨®n de cada ¨¦poca. Hay algo en la atm¨®sfera que exige el retorno de una obra largamente ignorada.
Es ejemplar la resurrecci¨®n vigorosa de 'El coraz¨®n de las tinieblas', de Conrad
Para tener nuestros instantes de verdad retornemos a Dante, a Shakespeare...
Uno de los mejores ejemplos de esta exigencia es la resurrecci¨®n vigorosa de una novela como El coraz¨®n de las tinieblas, de Joseph Conrad. Cuando era estudiante, le¨ª casi por casualidad este libro, que pocos conoc¨ªan. Por supuesto, Conrad no era un perfecto desconocido, pero pasaba por ser un autor de culto, un poco al modo de Malcolm Lowry, cuyo Bajo el volc¨¢n yo encontraba muy conradiano. En las tres ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XX, las ediciones de Joseph Conrad se multiplicaron, a lo que sin duda contribuy¨® la adaptaci¨®n cinematogr¨¢fica de Coppola en Apocalypse Now.
Sin embargo, esta ¨²ltima explicaci¨®n no es, desde luego, suficiente. Las causas de la influencia de la novela son m¨¢s complejas y misteriosas. El coraz¨®n de las tinieblas apunta en direcci¨®n contraria al sentimentalismo y psicologismo predominantes y, no obstante, da en la diana al expresar nuestras ansiedades y nuestros miedos. Aun conectados por meandros enigm¨¢ticos, el horror conradiano y el nuestro aparecen superpuestos. Quiz¨¢ por esto, un texto dif¨ªcil, duro, sin concesiones, sigue abri¨¦ndose camino en medio de los conformismos literarios de este inicio del siglo XXI.
Otro ejemplo espl¨¦ndido de renacimiento son los Ensayos de Montaigne. Ni que decir tiene que tampoco ¨¦ste se hab¨ªa esfumado del mapa cultural europeo, pero hasta hace unos meses parec¨ªa circunscrito a los c¨ªrculos acad¨¦micos y escritores que sent¨ªan una particular identificaci¨®n con el talante de Montaigne, como era el caso de Paul Val¨¦ry o, entre nosotros, Josep Pla. Era frecuente que circularan fragmentos de los ensayos montaignianos, aunque no la obra entera, esmeradamente publicada, como ahora no es infrecuente encontrar en editoriales de Europa.
Desde el punto de vista del estilo, o incluso del modo de afrontar las pasiones humanas, nada tienen que ver Montaigne y Conrad, la voluntad tr¨¢gica de ¨¦ste y el estoicismo m¨¢s bien hedonista de aqu¨¦l. Como escritores, ellos est¨¢n muy lejos entre s¨ª; no obstante, es nuestra ¨¦poca la que los hermana al requerir, por as¨ª decirlo, sus servicios. Hay algo profundamente tranquilizador, gratificante, en la mirada ir¨®nica de Montaigne, del mismo modo en que el hero¨ªsmo desesperado de Conrad es una medicina cat¨¢rtica. Cada uno a su manera nos habla de nosotros.
Es cierto que esto podr¨ªa extenderse a todas las grandes creaciones del arte y del pensamiento, las cuales deben poseer la virtud de dirigirse, no s¨®lo a su presente, sino a las ¨¦pocas futuras. Pero estas ¨¦pocas no siempre prestan atenci¨®n, y ¨¦ste es el matiz decisivo para establecer los tortuosos cauces de las fortunas art¨ªsticas. Las obras maestras son aquellas que siempre est¨¢n en condiciones de hablar; sin embargo, para que efectivamente se hagan escuchar, los o¨ªdos de una determinada ¨¦poca deben prestar atenci¨®n.
As¨ª se explica el aparente silencio de algunos gigantes y el desigual eco de voces originalmente poderosas. No hay que condenar con juicios fr¨ªvolos y apresurados el ostracismo actual de ciertos autores, como si su momento perteneciera definitivamente al pasado. Proust o Joyce, referentes imbatibles hace unos lustros, son mucho m¨¢s nombrados que le¨ªdos. Thomas Mann, enterrado por tantos, ha remontado el vuelo. Kafka y Beckett mantienen su papel de int¨¦rpretes contempor¨¢neos. Cercanos a los ejemplos de Montaigne y Conrad, aunque respondiendo a otras necesidades nuestras, Dostoievski y Camus se han consolidado como interlocutores irrenunciables.
Un caso particularmente elocuente para los de mi generaci¨®n es el de Stefan Zweig. Muchos de nosotros est¨¢bamos acostumbrados a ver los libros de Zweig en las bibliotecas familiares, pero no se nos ocurr¨ªa leerlos. En las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XX, El mundo de ayer, la descomposici¨®n espiritual de Europa, aparenta estar en condiciones de amparar las dudas y pasiones de nuestro presente. Y otro tanto sucede con autores como Joseph Roth o Arthur Schnitzler.
Los rebrotes literarios, adem¨¢s de hacer justicia a escritores ocultados por la moda o la cr¨ªtica sectaria, se adecuan a demandas epocales a menudo dif¨ªciles de apreciar. De hecho, lo que muchos editores ofrecen como modelos de "rabiosa actualidad" son, con frecuencia, menos aptos para el an¨¢lisis de la sensibilidad contempor¨¢nea que bastantes textos desechados por inactuales.
Cada ¨¦poca necesita de palabras que la empujen a mirarse despiadadamente en el espejo. No importa que estas palabras sean del pasado o del presente. Cada ¨¦poca genera una literatura acomodaticia destinada a proponerle lo que quiere escuchar y otra, intempestiva, que le habla sin servidumbres ni contemplaciones. Por m¨¢s que se niegue -ocurre tambi¨¦n en cada ¨¦poca-, s¨®lo esta ¨²ltima est¨¢ en condiciones de perdurar m¨¢s all¨¢ de la oferta y de la demanda de su tiempo.
Por eso volvemos continuamente a los que llamamos cl¨¢sicos: en busca de aquella intempestividad que, al despreciar nuestra apat¨ªa y nuestro conformismo, nos ofrezca instantes no de ¨¦xito -para eso tenemos el resto del espect¨¢culo de nuestra civilizaci¨®n-, sino de verdad. Para eso, para tener nuestros instantes de verdad, retornamos a Dante, a Shakespeare, a los poetas griegos. Y, desde luego, nunca son completamente arbitrarios estos retornos ni indiferentes a las ansias de cada presente.
Fij¨¦monos en Shakespeare (que tampoco se libr¨® de una ¨¦poca de purgaci¨®n tras el impacto inicial). Aparte de Hamlet, que, independientemente de las generaciones, tan bien logra encarnar siempre la confusi¨®n humana, las otras obras han ido variando seg¨²n la predilecci¨®n de los p¨²blicos. A veces Macbeth y Julio C¨¦sar han sido los favoritos; otras, Otelo, El mercader de Venecia o La tempestad. En los ¨²ltimos a?os, sin embargo, quiz¨¢ ninguno de los dramas de Shakespeare ha sido tan representado como El rey Lear. No podemos saber la raz¨®n por la cual esta obra extremadamente compleja parece adecuada a nuestros escenarios, aunque s¨ª podamos sospechar que tiene que ver con que "los locos gu¨ªen a los ciegos".
En cuanto a la tragedia griega, no deja de ser elocuente hasta qu¨¦ punto hemos tendido a mostrar nuestros conflictos a trav¨¦s de sus argumentos. Edipo, Ant¨ªgona, La orest¨ªada y Las troyanas son rigurosamente contempor¨¢neas cuando nos ense?an los engranajes del poder, de la libertad, del dolor. Ninguna de esas obras hace concesiones al obligarnos a posar ante el espejo, y gracias a esto sabemos, lo reconozcamos o no, que nos dicen m¨¢s sobre nuestra actualidad que tantas toneladas de literatura acomodaticia servidas para aplastar al lector. Y, sin embargo, muy pocos editores dejar¨ªan de horrorizarse ante la idea de publicar un tipo de obra semejante escrita por un autor de hoy: "?Qu¨¦ dif¨ªcil, Dios m¨ªo, y qu¨¦ poco comercial!".
Rafael Argullol es escritor.
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