Thieleman desata la locura en Bayreuth
Dieciocho minutos de aplausos para la tetralog¨ªa de Wagner, un hipn¨®tico 'El anillo del Nibelungo'
La explicaci¨®n al estado de desenfreno que provoca la m¨²sica de Wagner en su santuario de Bayreuth, si se ve correspondida por una interpretaci¨®n a la altura de las circunstancias, hay que buscarla en el propio compositor, cuando refiri¨¦ndose a uno de sus grandes dramas musicales hablaba de que su m¨²sica pod¨ªa llegar a "enloquecer" a la gente si se hac¨ªa como ¨¦l la hab¨ªa pensado. Tambi¨¦n puede llegar a ser sopor¨ªfera si la interpretaci¨®n es rutinaria pero no es el caso en esta ocasi¨®n. Dieciocho minutos de aclamaciones rubricaron un hipn¨®tico El anillo del Nibelungo en Bayreuth, en el que la divisi¨®n de opiniones ¨²nicamente alcanz¨® al equipo esc¨¦nico.
La divisi¨®n de opiniones s¨®lo se dej¨® sentir en lo referente al equipo esc¨¦nico
Bien es verdad que el veterano director teatral Tankred Dorst y sus colaboradores han matizado con esmero la direcci¨®n teatral respecto al estreno en 2006 de esta producci¨®n (en Bayreuth hay un nuevo Anillo cada seis a?os) y han precisado la psicolog¨ªa de los personajes con rigor e intuici¨®n. La acci¨®n se desarrolla a dos niveles, uno puramente teatral con personas normales que deambulan por espacios cotidianos, y otro oper¨ªstico en paralelo, con los protagonistas reviviendo la mitol¨®gica historia wagneriana en una especie de alegor¨ªa que, en una lectura elemental, apunta que el drama musical pervive en nuestros d¨ªas o, dicho de otra forma, que los h¨¦roes y dioses wagnerianos no mueren nunca, como se dice de los viejos rockeros.
Los dos mundos que presenta Dorst no se interrelacionan. Mientras, pongamos por caso, un operario an¨®nimo revisa los controles de una f¨¢brica, Wotan y Loge encuentran all¨ª mismo, detr¨¢s de las paredes, la cueva donde Alberich tiene escondido el oro del Rin. El operario no se entera de ello, y mucho menos de que la ¨®pera se est¨¢ desarrollando simult¨¢neamente en sus propias narices. Ni los cantantes-actores ven a las personas normales trabajando o bes¨¢ndose en un parque.
El tiempo es lo ¨²nico que comparten. En la citada f¨¢brica, en una autopista en construcci¨®n, en una escuela, en una cantera de m¨¢rmol o en un abandonado parque-azotea. La vida y la ¨®pera se solapan pero no se tocan. El planteamiento es atractivo, pero no acaba de seducir visualmente, y solo a ratos funciona narrativamente. La puesta en escena es particularmente feliz en Sigfrido y se pierde en la confusi¨®n en el final de El ocaso de los dioses. Conceptualmente todo est¨¢ m¨¢s conseguido que escenogr¨¢ficamente.
El director musical Christian Thielemann est¨¢ inmenso. Comienza con prudencia e incluso hay un momento plano en la segunda escena de El oro del Rin y hasta una bajada de tensi¨®n en el segundo acto de La valquiria, pero el despliegue musical en Sigfrido y El ocaso de los dioses es resplandeciente, sobrecogedor, con una fuerza arrolladora, un lirismo estremecedor y un gusto asombroso por el matiz. Dicen los m¨¢s expertos que la velocidad de crucero de estas producciones a cinco a?os de Bayreuth se alcanza en la tercera edici¨®n. Por lo visto y oido ahora hay que creerles. Thielemann ha aprendido de los viejos maestros que El Anillo.. es muy largo y hay que dosificar la tensi¨®n hasta el final. As¨ª lo hace y la orquesta le responde con pulcritud y entrega. ?Exageramos cuando hablamos de Bayreuth, sobrevalorando lo que ocurre, fascinados por una ac¨²stica distinta a las de los dem¨¢s teatros, o verdaderamente para comprender totalmente a Wagner hay que escuchar ¨®pera all¨ª?. Dej¨¦moslo en interrogante.
El reparto vocal est¨¢ tambi¨¦n a un nivel superior al de hace un par de a?os. Por lo que han mejorado los cantantes de entonces y por las nuevas incorporaciones. Stephen Gould hace un Sigfrido que es todo coraz¨®n, Hans- Peter K?nig se luce tanto en Fafner como en Hagen. Eva- Maria Westbroek es una temperamental Siglinda. Andrew Shore y Gerhard Siegel bordan los personajes de Alberich y Mime, respectivamente. Albert Dohmen es un m¨¢s que correcto Wotan y Linda Watson una desigual Brunilda, con momentos de brillantez y una escena final un poco apagada. Menci¨®n aparte merece el Coro de Bayreuth a las ¨®rdenes de Eberhard Friedrich: desde el susurro al desgarro, verdaderamente espectacular en el segundo acto de El ocaso de los dioses.
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