El americano feliz
Phelps disfruta entre sus colegas mientras las dem¨¢s figuras viven rodeadas de lujo
Dick Jochmus era un veterano entrenador estadounidense marginado por un oscuro caso de trampas en un campeonato universitario. Era uno de esos perdedores a los que Estados Unidos no suele ofrecer una segunda oportunidad. Tambi¨¦n era un tipo duro, y se las arregl¨® para preparar nadadores de ¨¦lite que otros desechaban con criterio morfol¨®gico. Un d¨ªa, al ver que uno de sus muchachos estaba abrumado por los contratiempos, se le acerc¨® con gesto de mast¨ªn y le cerr¨® el paso: "S¨®lo hay una regla para conseguir las cosas que dan valor a tu vida: evita el p¨¢nico". No panic.
La nataci¨®n de alta competici¨®n es como los deportes extremos. Somete a los hombres a la exigencia de trasladarse en solitario, y en posiciones antinaturales, a trav¨¦s de un medio extra?o. Hay nadadores que deben aprender a controlar el terror. Algunos lo consiguen con mucho esfuerzo. Otros parecen incorporar el ant¨ªdoto desde el nacimiento. Son los casos m¨¢s raros. Los chicos como Michael Phelps. A sus 23 a?os, el nadador aspira a convertirse en el mayor conquistador de medallas en la historia de los Juegos. Sin embargo, no vive el desaf¨ªo desde la agresividad. Tampoco parece sentirse especial. Ayer se pas¨® media hora esperando el autob¨²s en la parada del Centro Acu¨¢tico Nacional, m¨¢s conocido como Cubo de Agua.
"Estoy entusiasmado en la Villa. Pasamos el d¨ªa haciendo bromas y jugando al p¨®quer"
Conoce a Michael Phelps |
Especial JJ OO: Nataci¨®n |
Phelps sonre¨ªa. Sus bigotes, como dos chorreras, recordaban a toda una genealog¨ªa de mitos del Oeste Americano: desde el pistolero John Wesley Harding hasta Ron El Erizo Jeremy, la vieja estrella del porno. La lentitud de los servicios p¨²blicos chinos, donde el tr¨¢fico circula pausadamente, no parec¨ªa afectarle. No le incomoda la bruma contaminada de Pek¨ªn, una de las ciudades con m¨¢s di¨®xido de carbono en la atm¨®sfera. "No est¨¢ tan mal", dijo ayer. "No he notado ning¨²n problema". Tampoco le inquieta que su programa le exigir¨¢ nadar una carrera tras otra. "Me da igual", insisti¨®; "estos son unos Juegos Ol¨ªmpicos. Y a m¨ª me encanta nadar. Si hay que nadar de madrugada, nado. Si hay que hacerlo a medianoche, tambi¨¦n. ?Cu¨¢ntas oportunidades tienes en tu vida de vivir este momento?".
Se present¨® en una conferencia de prensa junto a Dara Torres, la velocista cuarentona, a la que, con irreverencia, pero con gracia, llam¨® "mam¨¢". La audiencia, de m¨¢s de 200 periodistas, no consigui¨® sacar al muchacho de su mundo. Y su mundo es como una sencilla tierra de promisi¨®n. "Estoy muy entusiasmado en la Villa Ol¨ªmpica", dijo, sin dejar de sonre¨ªr; "siento que he vuelto al colegio. Vivimos seis en un piso. Nos pasamos el d¨ªa haciendo bromas y jugando al p¨®quer. Me divierto. Es muy cool. Me encantan los jardines y los lagos que han construido entre las casas. Da gusto pasear por all¨ª. Lo hago continuamente. ?Qu¨¦ otra cosa se puede hacer?".
"Yo no me he planteado batir ning¨²n r¨¦cord", dijo Phelps, sobre su objetivo de sumar otros ocho oros a su colecci¨®n de seis. "Nadar¨¦ ocho carreras porque quiero hacerlo. No hay m¨¢s".
Lo dijo con tal naturalidad que en la sala se extendi¨® la convicci¨®n de que al hombre le gusta mucho el agua. Al rev¨¦s de lo que suele suceder con las grandes figuras del deporte, al contrario que las estrellas del f¨²tbol, o de la NBA, concentradas en un hotel de lujo, el muchacho de Baltimore no hace ning¨²n esfuerzo por disimular que su actividad le proporciona una gran satisfacci¨®n. Lleva 17 a?os metido en una piscina y se dir¨ªa que no necesita m¨¢s. En Michigan se compr¨® una casa y la cambi¨® por un piso. En Pek¨ªn, descart¨® el hotel Intercontinental del Centro Financiero, con sus flotillas de Rolls y sus tiendas de lujo. Y eligi¨® compartir habitaci¨®n con cinco colegas.
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