El retorno de la pirater¨ªa
Entre 2001 y 2007 se produjeron m¨¢s de 2.000 ataques de piratas en aguas de Asia y ?frica. Tras el abordaje de un barco espa?ol en Somalia, la ONU ha tomado cartas en el asunto
Un rasgo inesperado de estos primeros a?os del siglo XXI es el regreso de fen¨®menos que, quiz¨¢ ingenuamente, se consideraban ya superados. El retorno de la pirater¨ªa, cuando parec¨ªa condenada a ser mero divertimento literario o cinematogr¨¢fico, es uno de los m¨¢s llamativos, pero no es el ¨²nico; a ¨¦l se han unido otros como el recurso a la guerra preventiva, las segregaciones ¨¦tnicas, la criminalizaci¨®n de la inmigraci¨®n... Muchos de los avances sociales y pol¨ªticos de los ¨²ltimos 200 a?os est¨¢n en la picota, aunque se sigan defendiendo ret¨®ricamente, y el mundo m¨¢s abierto, tolerante y racional que estaba por venir se ha visto ensombrecido por esta pleamar retr¨®grada que nos ha hecho recalar en un futuro inquietantemente parecido al pasado.
Los 'bandidos sociales' de siglos pasados eran rebeldes en una especie de hermandad
La mayor¨ªa tiene hoy formaci¨®n militar y procede de guerras asi¨¢ticas o africanas
Que los piratas vuelvan a infestar algunos mares del mundo no es, pues, s¨®lo una an¨¦cdota criminal, sino tambi¨¦n un s¨ªntoma de la salud social de los tiempos. Los datos lo avalan. Entre 1991 y el a?o 2000, el Centro de Control de la Pirater¨ªa del IMB (International Maritime Bureau) registr¨® 469 ataques piratas a embarcaciones. Entre 2001 y 2007, la cifra se ha disparado hasta 2.099 ataques y la ONU se ha visto obligada a aprobar una resoluci¨®n que autoriza a los pa¨ªses a combatir la pirater¨ªa en alta mar frente a las costas de Somalia, uno de los lugares m¨¢s afectados por el fen¨®meno. No es mera coincidencia que esa regi¨®n del Cuerno de ?frica haya sido, precisamente, el escenario de feroces guerras que han dinamitado el Estado favoreciendo la aparici¨®n de Se?ores de la Guerra (otro revival del pasado).
Daniel Defoe escribi¨® a principios del siglo XVIII su Historia general de los piratas, y en ella, al hablar de los corsarios que ten¨ªan autorizaci¨®n del rey para atacar cualquier barco de un pa¨ªs enemigo, afirmaba: "Los corsarios en tiempo de guerra son semillero de piratas para los tiempos de paz", pues, en su opini¨®n, siendo "la costumbre una segunda naturaleza, no resulta nada extra?o que cuando no les es f¨¢cil ganarse el pan de una manera honrada recurran a otra muy semejante a la que est¨¢n acostumbrados".
Algo que se puede aplicar cabalmente a lo que sucede hoy en las costas de Somalia. Muchos soldados y mercenarios de las guerras que menudean en ?frica y Asia, cuando el conflicto cesa o se aten¨²a, encuentran en la pirater¨ªa una continuaci¨®n provechosa de su acostumbrada violencia. Ello explica por qu¨¦ la mayor¨ªa de los piratas del siglo XXI son asi¨¢ticos o africanos y por qu¨¦ casi todos tienen formaci¨®n militar. De hecho, las aguas donde existe un mayor riesgo de ataque pirata son, adem¨¢s de las somal¨ªes, las de Nigeria, Sri Lanka, Indonesia, Malasia y las del mar de China meridional. Tambi¨¦n, en menor medida, las del sur de uno de los mares legendarios de la pirater¨ªa: el Caribe.
Bien visto, el retorno de la pirater¨ªa se ha producido mayoritariamente en los mismos mares que vieron su ocaso durante los siglos XVIII y XIX: los mares de las antiguas colonias europeas, escenarios entonces como ahora de un intenso tr¨¢fico de mercanc¨ªas (anta?o especies, manufacturas y metales preciosos, hoy petr¨®leo y materias primas) y de continuos conflictos armados. Stevenson levant¨® la imagen rom¨¢ntica del pirata caribe?o con el personaje del cojo John Long Silver en La isla del tesoro. Y Emilio Salgari, la del pirata rom¨¢ntico anticolonialista con su legendario pr¨ªncipe Sandokan, el tigre de Malasia.
Sin embargo, los piratas reales que sirvieron de inspiraci¨®n de los personajes literarios fueron hombres duros y crueles cuyo trato habr¨ªa espantado a los curiosos lectores de nuestros d¨ªas. Los bucaneros y filibusteros de la isla de La Tortuga, que trajeron en jaque a las armadas espa?olas en Am¨¦rica, contaron con personajes de la crueldad de El Olon¨¦s, capaz de arrancarle el coraz¨®n a una de sus v¨ªctimas y hac¨¦rselo comer a sus compa?eros de cautiverio. Y el pr¨ªncipe de Raga, apodado Pr¨ªncipe de los Piratas, oriundo de la isla de Borneo, como el Sandokan de la ficci¨®n, que pasaba a cuchillo hasta el ¨²ltimo tripulante de los barcos europeos que apresaba, seg¨²n relata Philip Gosse en su cl¨¢sica Historia de la pirater¨ªa.
Con todo, los piratas han ejercido una gran fascinaci¨®n desde antiguo (el mismo Stevenson escribi¨® sobre un mundo pirata que hac¨ªa casi un siglo que hab¨ªa desaparecido cuando ¨¦l compuso su novela). Convengamos que, en parte, se debe a la atracci¨®n morbosa del ser humano hacia la violencia, la misma que late en las historias policiacas o en las narraciones de guerras, pero en el pirata se han dado dos circunstancias m¨¢s que explican su tratamiento rom¨¢ntico. De un lado, eran hombres que se rebelaban contra la sociedad, contra el orden establecido, muchas veces a consecuencia de las injusticias vividas (no fueron pocos los marinos que escaparon del maltrato y la brutalidad de las marinas oficiales de la ¨¦poca para buscar un espacio de libertad personal en las cofrad¨ªas piratas). De otro, practicaban entre ellos, en muchos casos, una especie de hermandad sagrada y distribu¨ªan la riqueza de manera m¨¢s equitativa, lo que evoca de alg¨²n modo las leyendas de los llamados bandidos sociales (que, seg¨²n el historiador Hobsbawm, eran en realidad "revolucionarios tradicionalistas", como encarna otra figura de ficci¨®n con ra¨ªces hist¨®ricas: Robin Hood), de quienes se dec¨ªa que "robaban a los ricos para d¨¢rselo a los pobres".
En el ¨²ltimo n¨²mero de la revista francesa Critique, del pasado mes de julio, el soci¨®logo Razmig Keucheyan publicaba un interesante art¨ªculo titulado Filosof¨ªa pol¨ªtica del pirata, en el que estudia la ideolog¨ªa que subyac¨ªa en las comunidades piratas, como la que se dice que fund¨® el franc¨¦s Misson en Madagascar en el siglo XVII y a la que llam¨®, elocuentemente, Libertalia.
M¨¢s documentada est¨¢ la Cofrad¨ªa de Hermanos de la Costa, que existi¨® en el Caribe durante ese mismo siglo, una hermandad bucanera cuya base de operaciones fue precisamente la isla de La Tortuga. Seg¨²n el relato del doctor Alexander Exquemelin, quien durante a?os fue uno de sus miembros, los piratas construyeron una especie de rep¨²blica anarquista, sin propiedad privada, en la que los capitanes eran elegidos por sus tripulaciones y exist¨ªa algo parecido a un sistema de protecci¨®n social, pues estaban estipuladas las compensaciones que cada pirata deb¨ªa recibir en caso de ser herido. Un experimento interesante de evocar, pues, si bien pone de manifiesto el transfondo social de la pirater¨ªa, tambi¨¦n ilustra sobre los l¨ªmites y condicionantes de la violencia: a fin de cuentas, el igualitarismo pirata se constru¨ªa sobre otra forma de explotaci¨®n, la que ellos ejerc¨ªan sobre las v¨ªctimas de sus ataques.
Con la desaparici¨®n de la pirater¨ªa marina a finales del siglo XIX y los avances de la tecnolog¨ªa, el siglo XX ha sido escenario de nuevas formas de pirater¨ªa en otros espacios tan vastos y dif¨ªciles de gobernar como el propio mar. As¨ª se vivieron los a?os de los piratas del aire, cuando el espacio a¨¦reo, gracias al desarrollo de la aviaci¨®n, se convirti¨® en escenario de secuestros terroristas.
Y desde hace dos d¨¦cadas, el espacio virtual de Internet, en el que tambi¨¦n se navega (la imagen no es casual), ha visto medrar a los ciberpiratas, los hackers que, muchas veces desde posiciones ideol¨®gicas antisistema, asaltan bases de datos de instituciones p¨²blicas y privadas y han llegado, incluso, a pedir rescates econ¨®micos para desbloquear archivos inform¨¢ticos a los que lograron acceder y codificar de modo que el propietario de los mismos no pudiera tener acceso a ellos.
Pero en los nuevos piratas marinos, como suced¨ªa con la mayor¨ªa de sus antepasados cl¨¢sicos, la ideolog¨ªa es menos evidente. Sus m¨¦todos han cambiado; ahora usan lanchas r¨¢pidas, ametralladoras y lanzagranadas, en vez de bergantines, sables y culebrinas, pero el dinero sigue siendo su principal objetivo. Sin embargo, a tenor de estos tiempos de individualismo extremo, no parecen proponer hermandad alguna. Son hijos de la corrupci¨®n y la desmembraci¨®n social, los b¨¢rbaros atilas de esta ¨¦poca extra?a en que se habla como nunca de los derechos del hombre mientras la violencia medra en toda la escala social.
Jos¨¦ Manuel Fajardo es periodista y escritor.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.