El para¨ªso terrenal
"Es muy veros¨ªmil que Ad¨¢n y Eva estuviesen en los montes de Chelva...", escrib¨ªa con gran convencimiento hacia finales del siglo XVII el sacerdote, notario apost¨®lico y oficial de la Santa Inquisici¨®n don Vicente Mar¨¦s en su ambiciosa obra La F¨¦nix Troyana, libro que, como ¨¦l mismo se?al¨® en una suerte de justificaci¨®n de la edici¨®n, era un "ep¨ªtome de varias y selectas historias, as¨ª Divinas como Humanas. Breve descripci¨®n del Universo. Noticia y descripci¨®n de toda la tierra. Sucinta fundaci¨®n de los lugares m¨¢s hermosos de Espa?a, con la sucesi¨®n de cuantos pr¨ªncipes la han dominado y deleitoso Jard¨ªn de Valencia".
Asombra pensar que el Para¨ªso Terrenal estaba en la comarca de Los Serranos. Y nosotros creyendo que el ed¨¦nico jard¨ªn estar¨ªa en un ignoto lugar, como aquel que nos contaban en que se unen el ?ufrates y el Tigris, por las tierras de Mesopotamia, jard¨ªn de flores y frutos, de donde provienen casi todas las manzanas conocidas.
Pero no, el Para¨ªso estaba aqu¨ª, vac¨ªo de monumentos -es un suponer- en aquellos tiempos, y ahora, sin embargo lleno de las huellas que han dejado en ella los pueblos que la ocuparon: habitantes en la Edad de Bronce, romanos, musulmanes, cristianos, agermanados -de la guerra de German¨ªas-, y pretendientes al trono en las Guerras Carlistas, construyeron una cultura s¨®lida como la tierra que ocupaban, sin concesiones.
Si se trataba de traer y llevar el agua era cuesti¨®n de hacer conductos que mil a?os durasen, y para muestra y ejemplo, no ¨²nico pero si principal, obs¨¦rvense los restos del acueducto que llaman de la Pe?a Cortada, que llevaba las aguas del r¨ªo hasta no se sabe donde, aunque las diversas teor¨ªas sit¨²an su desembocadura en Ll¨ªria -como hace Gaspar Escolano-, en Sagunto, supone el insigne Vicente Mar¨¦s, en Villar de Benaduf, opina nada menos que el naturalista Cavanilles; el franc¨¦s Alexandre Laborde no cita lugar pero est¨¢ en desacuerdo con cualquiera y Cea Berm¨²dez vuelve a inclinarse por Ll¨ªria, que as¨ª gana en un liviano escrutinio.
Aunque otros monumentos, los naturales, es de suponer que los descubrieron los visitantes de hace m¨¢s de cuatro mil a?os, que se quedar¨ªan extasiados ante los cortados que flanquean el Turia en Chulilla o las grandes masas de bosque que ocupaban los montes que se entrecruzan en la regi¨®n.
Pinos y sabinas, zorros y jabal¨ªes, liebres y conejos, uvas blancas y tintas, cereales y almendros, ¨¢guilas y halcones: todos en un mundo revuelto y agreste, acompasado por las riberas de los r¨ªos, en las que florece no el limonero pero si el huerto y sus verduras.
La alimentaci¨®n pasa por lo que es habitual en las zonas fr¨ªas del interior: la olla churra con su popurr¨ª de todos los productos que se encuentran en esas tierras hervidos al un¨ªsono o por fases para dar con el justo sabor y equilibrada textura: carnes de cerdo y embutidos, y de cordero, y legumbres y patatas, y acelgas y otras verduras, de aquellos huertos que envidiamos al pasar y que nos recuerdan los sabores que muy pronto perderemos.
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