Tragedia, asombro y dignidad
Los Juegos de M¨¦xico, los primeros hispanos, son recordados por el asombro de las proezas de los participantes y las reivindicaciones legendarias de los atletas negros estadounidenses. Se desconfiaba de la capacidad latina para organizarlos y fueron un ¨¦xito. Pero todo pudo quedar en nada. El de 1968 fue un a?o movido. Desde el mayo franc¨¦s a los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy, pasando por la invasi¨®n sovi¨¦tica de Checoslovaquia o la toma de conciencia estadounidense de que perd¨ªa en Vietnam. Diez d¨ªas antes de la apertura mexicana, en medio de un gran descontento social en el pa¨ªs, militares y paramilitarse reprimieron brutalmente una manifestaci¨®n en la plaza de las Tres Culturas. Fuentes oficiosas elevaron las v¨ªctimas a m¨¢s de 300.
La sangre se lav¨® fuera y la altitud del Distrito Federal, 2.240 metros, pese a las dudas iniciales por el peligro para los atletas, lanz¨® la cita mexicana a la gloria y al recuerdo eternos. El 30% de ox¨ªgeno que faltaba para las pruebas de resistencia permiti¨® gestas imborrables en las distancias cortas, donde se batieron casi todos los r¨¦cords en la nueva pista de tart¨¢n.
Hasta la meteorolog¨ªa se sum¨®. Y el azar. Momentos antes de una tormenta, el viento, sospechosamente favorable en el l¨ªmite exacto permitido, tambi¨¦n ayud¨® a volar a Bob Beamon muy por encima de su tiempo. Sus 8,90 metros, 53 cent¨ªmetros m¨¢s que el r¨¦cord anterior, duraron 23 a?os, hasta que Mike Powell los super¨® en los Mundiales de Tokio, en 1991.
Otro gran vuelo fue el de Dick Fosbury. De espaldas. La gran innovaci¨®n atl¨¦tica y sensaci¨®n de los Juegos. Copiaba lo practicado ya por la canadiense Debbie Brill, pero ¨¦l lo hizo en el mejor escaparate. Le dio el nombre e hizo olvidar el m¨¦rito del ¨²ltimo y m¨¢s grande saltador a rodillo ventral, el ruso Valeri Brumel.
Tommie Smith levant¨® los brazos mucho antes de ganar los 200 metros y su r¨¦cord mundial de 19,83s qued¨® corto. Pero su gesto iba bastante m¨¢s all¨¢. Incluso los atletas negros hab¨ªan hablado de boicotear los Juegos. Por eso, ¨¦l y John Carlos, bronce al que pas¨® como un cohete a falta de 50 metros, subieron al podio con las zapatillas en la mano, en largos calcetines negros. Al empezar el himno de las barras y estrellas, en lugar de ponerse la mano en el coraz¨®n levantaron sus brazos con guantes negros, pu?os cerrados. Smith, el derecho, Carlos, el izquierdo. Agacharon las cabezas y no miraron a las banderas que sub¨ªan a los m¨¢stiles. El esc¨¢ndalo que se barruntaba, lleg¨®. Fueron expulsados de los Juegos, pero ganaron un puesto en la historia.
"Cuando nos dimos la vuelta para irnos del podio me sent¨ª con una enorme fuerza, la de un hombre libre al que nunca m¨¢s podr¨ªan poner grilletes", dijo Carlos. Pero fueron vilipendiados y marginados largos a?os. Su gesto fue mucho m¨¢s que el black power. Una acci¨®n contra la indignidad.
El podio de 400 fue todo estadounidense y tambi¨¦n negro. Ellos se pusieron boinas. Los 43,86s de Lee Evans duraron 19 a?os tambi¨¦n en lo m¨¢s alto. Al Oerter, el gigante blanco que supo brillar en el momento justo de los Juegos, complet¨® su cuarto oro en disco. La checa Vera Caslavska, escondida tras la invasi¨®n sovi¨¦tica de su pa¨ªs dos meses antes de los Juegos, reapareci¨® para ser la reina con sus cuatro oros y dos platas en la gimnasia. Hasta se cas¨® en M¨¦xico con su compatriota el mediofondista Jozef Odlozil.
Espa?a volvi¨® a quedarse sin medallas, pero el legendario saltador de p¨¦rtiga Ignacio Sola, noveno, tuvo el honor de poseer por unos minutos el r¨¦cord ol¨ªmpico con 5,20 metros.
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