El tesoro del capit¨¢n Flint
Cogi¨® el libro para no derrumbarse. Cuando lo abri¨® le faltaba poco. Ella no sab¨ªa educar a un ni?o, pero eso era lo de menos. Lo de m¨¢s es que tampoco quer¨ªa. No hab¨ªa tenido hijos porque no le hab¨ªa dado la gana de tenerlos. S¨®lo se hab¨ªa casado una vez, a los 20 a?os, y desde que a los 24 su marido se fue de casa, no hab¨ªa vuelto a vivir con nadie. A los 29 encontr¨® a su hombre ideal, guapo, inteligente, simp¨¢tico y con un proyecto de vida compatible con el suyo, entre otras cosas porque trabajaba en una empresa de cruceros y pasaba embarcado la mitad del a?o. No sol¨ªan pasar juntos m¨¢s de 10 d¨ªas de vacaciones, pero no le importaba. Le gustaba estar sola en aquel apartamento limpio, blanco, silencioso, donde s¨®lo sol¨ªa escucharse el ruido del mar. Ahora, sin embargo, estaba oyendo el ritmo machac¨®n de una PlayStation, el roce de unos dedos sobre un joystick y, en segundo plano, el eco de la m¨²sica que escapaba de los auriculares del iPod que su sobrino pon¨ªa al volumen m¨¢ximo. Por eso, y para no hacer nada de lo que despu¨¦s pudiera arrepentirse, cogi¨® el libro.
Se lo hab¨ªa regalado en el aeropuerto, antes de embarcar, y ¨¦l lo hab¨ªa mirado con desd¨¦n. ?Y esto qu¨¦ es? Es una novela de aventuras, contest¨® ella, ?no la has le¨ªdo?, pues no sabes la suerte que tienes? A m¨ª no me gusta leer, le hab¨ªa dicho ¨¦l, a mam¨¢ s¨ª, pero? En ese momento, a los dos se les llenaron los ojos de l¨¢grimas. Los padres del ni?o se hab¨ªan matado en un accidente de coche hac¨ªa tres meses, y ¨¦l, que s¨®lo ten¨ªa 11 a?os, hab¨ªa vivido desde entonces en su propia casa con sus abuelos paternos, que ya hab¨ªan tenido que volverse a su ciudad. Ella, la ¨²nica hermana de su madre, acept¨® entonces el destino que hab¨ªa esquivado durante 39 a?os, y se dijo que vivir con un ni?o no pod¨ªa ser tan dif¨ªcil. Al llegar a la playa, ya hab¨ªa comprendido que se equivocaba.
Su sobrino no hab¨ªa querido hacer absolutamente nada. Ni pisar la playa, ni darse un ba?o, ni conocer el pueblo, nada. ?Qu¨¦ guapo, tienes TDT!, hab¨ªa dicho al llegar, y ADSL tambi¨¦n hay, ?no? Mientras tanto, aquel libro ¨²nico, escogido, segu¨ªa encima de la mesa del sal¨®n, en el mismo sitio donde ¨¦l lo hab¨ªa tirado al llegar. Cada vez que lo ve¨ªa se hund¨ªa un poco m¨¢s, por eso lo cogi¨®, se lo llev¨® a la terraza, se sent¨® en una butaca y empez¨® a leer.
Quince hombres van en el cofre del muerto, ron, ron, ron, la botella de ron? La grosera canci¨®n que Billy Bones, borracho y pendenciero, entonaba en la posada del Almirante Benbow fue la primera cosa agradable que le pas¨® en tres d¨ªas. Hab¨ªa le¨ªdo aquel libro dos veces, la segunda hac¨ªa casi 20 a?os, y no cre¨ªa recordarlo tan bien, pero disfrut¨® de cada p¨¢gina como si no supiera que el pobre se?or Hawkins iba a morir, que el doctor Livesey le advertir¨ªa a Billy que el ron lo iba a matar, que el ciego Pew iba a ponerle en la mano la mota negra?
-T¨ªa? -la Hispaniola estaba a punto de zarpar de Bristol con el memorable, adorable, irresistible Long John Silver a bordo-. T¨ªa, son casi las once, ?no vamos a cenar?
-Claro -ella le mir¨®, le sonri¨® y se levant¨® con el libro en la mano-. Ahora mismo.
Sigui¨® leyendo mientras coc¨ªa la pasta, mientras pon¨ªa la mesa, mientras ali?aba unos tomates, y dej¨® a Jim Hawkins a su lado, escondido en un barril de manzanas, cuando se sentaron a cenar.
-Ese libro -el ni?o la miraba con los ojos muy abiertos- es el que me compraste el otro d¨ªa, ?no?
Ella asinti¨® con la cabeza y un gesto distra¨ªdo, mientras se preguntaba si en aquel pueblo podr¨ªa encontrar aquella otra novela ¨²nica, escogida, del ¨²nico y escogido verano de sus 10 a?os.
-?Y te gusta de verdad?
-Much¨ªsimo. As¨ª que a ver si te terminas pronto la pasta, que me muero de ganas de seguir leyendo.
Los dos se rieron, aunque ella not¨® que su sobrino la miraba con un inter¨¦s que nunca hab¨ªa visto en sus ojos. Despu¨¦s, cada uno volvi¨® a lo suyo; ¨¦l, a sus aparatos, ella, a la isla del pirata Flint, pero el ni?o se rindi¨® antes.
-T¨ªa, son casi las dos de la ma?ana? ?No te vas a acostar?
-Claro -Israel Hands ten¨ªa un cuchillo escondido, pero por fortuna no sab¨ªa que Jim le hab¨ªa visto cogerlo-. Ahora mismo.
Se llev¨® el libro a la cama y no se durmi¨® hasta que lo termin¨®. Por la ma?ana se levant¨® antes que su sobrino y se fue al pueblo como si le fuera la vida en ello. Cuando volvi¨®, hacia las doce, el ni?o estaba sentado en la terraza, con un vaso de leche por la mitad y La isla del tesoro entre las manos. Ella sac¨® de una bolsa Los hijos del capit¨¢n Grant, le bes¨® muchas veces y se sent¨® frente a ¨¦l, a leer.
Qu¨¦ buen verano, pens¨®, antes de que el profesor Panagel empezara a hacer de las suyas.
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