La tela de ara?a rusa
La brutal respuesta de Rusia a la invasi¨®n de Osetia por Georgia ha puesto de manifiesto las estrategias de poder de Vlad¨ªmir Putin. Y tambi¨¦n los errores de la diplomacia europea al afrontar esta crisis
Es sorprendente el cambio en la ret¨®rica para describir la realidad internacional operado en apenas unos meses, unos pocos a?os como mucho: de insistir en la idea de que el mundo viv¨ªa una nueva era se ha pasado a hablar otra vez de Guerra fr¨ªa y a comparar Osetia con los Sudetes. Si antes se comet¨ªa el error de prescindir de toda la experiencia internacional acumulada por la v¨ªa de imaginar un mundo in¨¦dito, un imposible a?o cero, hoy se viene a decir que nada ha cambiado, y que lo que pas¨® una vez sigue y seguir¨¢ pasando hasta la consumaci¨®n de los siglos, como si Gobiernos y ciudadanos no fueran m¨¢s que simples personajes, simples marionetas, de un gui¨®n invariable y escrito de antemano. El ataque de Georgia contra Osetia y la brutal respuesta rusa son, sin embargo, episodios de este tiempo, que se explican por decisiones adoptadas, tambi¨¦n en este tiempo y que, por descontado, s¨®lo con respuestas de este tiempo y para este tiempo podr¨¢n ser neutralizados o, por el contrario, convertidos en los proleg¨®menos de algo peor.
Vlad¨ªmir Putin ha erigido un Estado personalista con fuertes tintes autoritarios
La Uni¨®n Europea acept¨® las condiciones del alto el fuego que impuso Mosc¨²
A pesar de las provocaciones de las autoridades de Osetia con el benepl¨¢cito de las tropas de pacificaci¨®n rusas -¨¦se era el caprichoso t¨ªtulo que le concedieron los acuerdos de Dagomis en 1992-, Georgia no debi¨® recurrir a la fuerza para restablecer su soberan¨ªa. No debi¨® hacerlo estando fuera de la Alianza Atl¨¢ntica ni tampoco en el supuesto de que, despu¨¦s de la reuni¨®n de Bucarest, hubiera estado dentro. Algunos analistas consideran, con todo, que la pertenencia de Georgia a la OTAN hubiera disuadido a Rusia de intervenir. Pero lo que no tienen en cuenta es que las escaramuzas entre osetios y georgianos han sido constantes, y que, al incorporar a un nuevo miembro cuya situaci¨®n no era sin duda de guerra, pero tampoco de paz, la Alianza se ver¨ªa obligada a una de dos alternativas: o hacer la vista gorda y faltar a la solidaridad obligada con uno de sus aliados, perdiendo la credibilidad, o meterse de hoz y coz en un conflicto en marcha, con todas sus consecuencias. Esta ¨²ltima era una opci¨®n; arriesgada, pero una opci¨®n. Para haberla aprobado no bastaba, sin embargo, con calcular que Rusia se achantar¨ªa, como se da por supuesto en demasiadas ocasiones; si se quer¨ªa salir del terreno de las baladronadas y pasar al de la estrategia, hab¨ªa que estar dispuesto a precipitarse en un eventual conflicto y tener una probabilidad razonable de ganarlo. Con los frentes de Irak y Afganist¨¢n abiertos, no era, cuando menos, un c¨¢lculo sencillo.
La facilidad con que Rusia ha invadido Georgia, y la insolencia con que mantiene all¨ª sus tropas, no son la causa de su renovada preeminencia internacional; son, si acaso, el humillante certificado de que el mundo unipolar termin¨® el 8 de agosto, encamin¨¢ndose hacia una bipolaridad m¨¢s inestable que la anterior. La preeminencia de Rusia, por su parte, viene fragu¨¢ndose desde hace a?os, concretamente desde que Putin sucedi¨® a Yeltsin y comenz¨® a erigir un Estado personalista y con fuertes tintes autoritarios ante la indiferencia general. Pese a que la oposici¨®n era hostigada, los periodistas independientes asesinados y encarcelados los nuevos ricos que pod¨ªan hacer sombra al poder, Rusia fue sucesivamente admitida en foros internacionales en los que, hasta entonces, s¨®lo participaban potencias democr¨¢ticas. En principio, ¨²nicamente se pretend¨ªa retribuir a Putin por su actitud en la insensata "guerra contra el terrorismo"; una "guerra" que, en su traducci¨®n rusa, hab¨ªa significado la destrucci¨®n a sangre y fuego de Chechenia, tambi¨¦n ante la indiferencia general.
Fue en estos inicios donde Putin encontr¨® los puntos de apoyo necesarios para ir tejiendo la tela de ara?a en la que hoy se encuentran atrapados Estados Unidos y la Uni¨®n Europea, adem¨¢s de Naciones Unidas y la Alianza Atl¨¢ntica. A estos puntos de apoyo vino a sumarse, despu¨¦s, la gesti¨®n que Putin ha llevado a cabo de las ingentes reservas energ¨¦ticas de Rusia. Desde el primer momento, su objetivo no fue, simplemente, incorporar a Rusia a un mercado que pod¨ªa reportarle ingentes beneficios econ¨®micos. El c¨¢lculo de Putin iba m¨¢s lejos: las reservas eran, sobre todo, una baza estrat¨¦gica capaz de neutralizar, de condenar al silencio, a algunas de las principales potencias europeas. De manera incomprensible, ¨¦stas se dejaron apresar, interpretando las compras de combustible ruso dentro de una estricta l¨®gica econ¨®mica y desentendi¨¦ndose en gran medida de la dimensi¨®n estrat¨¦gica que Putin iba introduciendo. Y, por si esto fuera poco, esas mismas potencias, ahora tambi¨¦n con el apoyo de Estados Unidos, se permitieron cuestionar algunos principios internacionales que, si a alguien refrenaban, era sobre todo a Putin y su expeditiva manera de resolver los problemas territoriales. Pero conviene no llamarse a enga?o: la independencia de Kosovo, acertada o no, no fue un precedente para Rusia; fue una coartada. Rusia no se opuso porque defendiera el principio de la integridad territorial, sino porque Serbia era su amigo. Cuando en lugar de Serbia se trata de Georgia, Rusia apoya la segregaci¨®n de Osetia y Abjazia.
Nada m¨¢s iniciarse las hostilidades en Georgia, la Uni¨®n Europea respondi¨® con graves errores, por un lado, y con beat¨ªficas inanidades por otro. Entre ¨¦stas se encuentra la decisi¨®n de los ministros europeos de Asuntos Exteriores de aceptar el env¨ªo de observadores. Pero a observar ?qu¨¦?, ?en el marco de qu¨¦ soluci¨®n? Y en el cap¨ªtulo de los errores hay que contar el precipitado viaje de la presidencia de turno europea para obtener un alto el fuego.
La iniciativa de exigirlo era razonable, adem¨¢s de humanamente imprescindible, pero no la de pactar con Mosc¨² unas condiciones que no eran otras que las que el propio Mosc¨² exig¨ªa. Para ese viaje, no hac¨ªa falta que la Uni¨®n le prestase a Putin y Medv¨¦dev las alforjas. Porque, al prest¨¢rselas, la Uni¨®n Europea se subrogaba impl¨ªcitamente en la posici¨®n de Georgia, y las muchas humillaciones que Rusia est¨¢ dispuesta a infligir a la antigua rep¨²blica sovi¨¦tica se traslada, en todo o en parte, a la Uni¨®n Europea y, en la medida en que Estados Unidos se ha hecho part¨ªcipe de esas condiciones, tambi¨¦n a Estados Unidos.
El error se ha intentado corregir en el Consejo de Seguridad, a trav¨¦s de un borrador de Resoluci¨®n que s¨®lo incluye dos de los seis puntos pactados con Mosc¨². La reacci¨®n de Rusia no se ha hecho esperar: ?por qu¨¦ dos puntos y no los seis, en particular el referido a la discusi¨®n internacional del futuro de Osetia y Abjazia? De nuevo, la tela de ara?a tejida por Putin ha atrapado a la Uni¨®n Europea, coloc¨¢ndola en una posici¨®n contradictoria.
Despu¨¦s de este c¨²mulo de pasos en falso, la nueva equivocaci¨®n, la equivocaci¨®n que podr¨ªa resultar fatal a medio plazo, consistir¨ªa en no prever los efectos que la nueva situaci¨®n internacional, la emergente e inquietante nueva bipolaridad, puede proyectar sobre otros escenarios de crisis. Si antes eran limitadas las posibilidades de detener el programa nuclear iran¨ª, incluso bajo la amenaza de un ataque a las instalaciones, ahora tambi¨¦n ese horizonte, por lo dem¨¢s indeseable, puede quedar en entredicho. Ir¨¢n se encuentra con un margen m¨¢s amplio para seguir enriqueciendo uranio y, por tanto, en mejor posici¨®n para plantear la discusi¨®n en los t¨¦rminos que busca: no se tratar¨ªa, seg¨²n sus planes, de detener o no el programa nuclear, sino de negociar en qu¨¦ punto lo detiene. Y, aunque el aut¨¦ntico problema es ¨¦ste, aunque el riesgo m¨¢s acuciante tiene que ver, en efecto, con la proliferaci¨®n en Oriente Pr¨®ximo, no puede perderse de vista que la humillaci¨®n de Estados Unidos y la Uni¨®n Europea a manos de Rusia da alas a los grupos terroristas e insurgentes. No son m¨¢s que tr¨¢gicas chispas, pero chispas en un polvor¨ªn cada vez m¨¢s cebado.
No se podr¨¢ formular una estrategia eficaz contra una Rusia en rumbo al autoritarismo si se intentan prolongar los errores cometidos hasta ahora. Irak y Afganist¨¢n no pueden seguir como frentes abiertos en los que Estados Unidos, la Uni¨®n Europea y la OTAN no logran vencer, aunque tampoco sean derrotados. Y es que para vencer es preciso definir en qu¨¦ consiste la victoria, y tambi¨¦n en qu¨¦ ¨¢mbito contribuyen a ella los ej¨¦rcitos y en qu¨¦ ¨¢mbito la pol¨ªtica y la diplomacia. Decir que se est¨¢ en Irak y Afganist¨¢n para defender la libertad, luchar contra el terrorismo o llevar la democracia, es confundir esos ¨¢mbitos, empantan¨¢ndose en conflictos que impiden a la vez seleccionar las prioridades y recuperar la capacidad de disuasi¨®n. Sin prioridades definidas y sin capacidad de disuasi¨®n, la tela de ara?a rusa no s¨®lo atrapa, sino que puede arrastrar al precipicio.
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