El rostro extraviado
En unos momentos en que el retrato parece recuperar posiciones y recibir nuevos impulsos en el campo fotogr¨¢fico, todos los diagn¨®sticos emitidos parecen apuntar hacia una progresiva e irreversible transformaci¨®n del g¨¦nero. Diagn¨®sticos que en todos los casos aparecen te?idos por una capa de escepticismo respecto a la validez de las formas m¨¢s cl¨¢sicas y convencionales del retrato tal y como se ha desarrollado a lo largo del siglo XX. Si en este punto parece haber acuerdo, las posturas difieren respecto a su posible reconstrucci¨®n. Dos recientes libros sobre el retrato fotogr¨¢fico, centrados ambos en el estudio del rostro, abordan desde ¨®pticas muy diferentes esta situaci¨®n. Se trata de sendos trabajos de Dominique Baqu¨¦ y William A. Ewing, titulados Visages y El rostro humano, respectivamente. Los subt¨ªtulos de ambos libros son m¨¢s aclaratorios. Dominique Baqu¨¦ a?ade al t¨ªtulo gen¨¦rico de su obra, Rostros, un amplio marco temporal: De la m¨¢scara griega al trasplante de cara. Ewing, por su parte, subtitula su libro: El nuevo retrato fotogr¨¢fico. Ambos autores tienen claro lo que ya es una evidencia, que despu¨¦s de las ¨²ltimas d¨¦cadas del siglo XX, en las que el cuerpo protagoniz¨® las principales estrategias y preguntas del g¨¦nero, el rostro ha recuperado de nuevo su posici¨®n como elemento central hacia el que inevitablemente converge el retrato. Pero es una posici¨®n que ahora se muestra m¨¢s incierta e inestable que nunca. Para Baqu¨¦ el rostro es un enigma y para Ewing un campo de batalla. Paul Ardenne, poco antes, en su sugerente recopilaci¨®n de retratos titulada Portraitur¨¦s, ya manifestaba de un modo m¨¢s prosaico que el retrato no tiene cura. En efecto, sobre el rostro se han configurado a lo largo del siglo XX algunas certezas y m¨²ltiples interrogantes. Hoy cada vez provoca menos certezas y evidencias, si es que alguna se mantiene, y m¨¢s decepciones. El rostro ha ido perdiendo, d¨¦cada tras d¨¦cada, la mayor parte de sus atributos: ha dejado de ser el territorio de la evidencia y la identificaci¨®n, ya no es el puente entre nuestra subjetividad y el mundo, y ya no se nos muestra ni seguro ni vulnerable sino m¨¢s bien indiferente. Baudrillard ya hab¨ªa se?alado y en cierto modo prefigurado, a principios de los a?os noventa, el paso de la metamorfosis a la indiferencia en relaci¨®n con nuestra actitud respecto al rostro y la representaci¨®n de la identidad. Y bastante antes, Barthes tambi¨¦n hab¨ªa anunciado y ejemplificado otro importante cambio, la transici¨®n entre dos edades iconogr¨¢ficas representadas respectivamente por los rostros de Greta Garbo y Audrey Hepburn, el primero encarnando la esencia, la idea, el segundo lo morfol¨®gico, el acontecimiento. As¨ª, en torno al rostro, progresivos retrocesos: desvanecimiento tanto de las evidencias como de los sue?os, disoluci¨®n de los arquetipos y, sobre todo, agotamiento de las posibilidades cr¨ªticas que ofrec¨ªan las estrategias de desfiguraci¨®n, deconstrucci¨®n y transformaci¨®n practicadas desde la esfera art¨ªstica. La identidad ya no reside en los rasgos faciales sino en el principio de identidad biol¨®gica, la naturalidad y singularidad del rostro han sido sustituidas por la artificialidad y la posibilidad de reconstrucci¨®n, la capacidad de representaci¨®n de lo humano ha sido trastocada a lo largo del siglo pasado por sucesivos traumas que cuestionan la idea misma de humanidad (la Primera Guerra Mundial, el Holocausto y las m¨¢s recientes manifestaciones ligadas tanto al nuevo tipo de conflictos b¨¦licos como de atentados terroristas). Los s¨ªntomas de esta decepci¨®n del rostro aparecen apuntados con claridad en la obra de Dominique Baqu¨¦: retroceso de la facialidad, regresi¨®n de la identidad y d¨¦ficit de humanidad. Como en general se admite que cada era define los rostros que produce (Monique Sicard) y que ¨¦stos pueden y deben ser pensados como una construcci¨®n simb¨®lica y cultural, parece l¨®gico que el contexto tecnol¨®gico de fin de siglo agudizara el proceso de retraimiento dando paso a una est¨¦tica de lo poshumano que acabar¨ªa propiciando el triunfo definitivo de la piel y la superficie sobre la identidad y la interioridad subjetiva. Manipulaci¨®n gen¨¦tica, cuerpos y caras remodeladas, rob¨®tica, inteligencia artificial, en definitiva, un contexto material, biom¨¦dico y tecnol¨®gico demasiado determinante e invasivo como para que una pr¨¢ctica como la del retrato no se sintiera radicalmente afectada. As¨ª, la pr¨¢ctica del retrato se ha visto inundada de trabajos que hacen expl¨ªcito de un modo bastante homog¨¦neo este principio de retraimiento y negaci¨®n de la subjetividad y la identidad: proliferan las im¨¢genes de maniqu¨ªes que parecen personas y viceversa; ni?os que parecen mu?ecos y mu?ecos que parecen tener vida; rostros tapados o con los rasgos faciales borrados o deformados; retratos de cad¨¢veres, individuos dormidos o simplemente con los ojos cerrados; caras de s¨ªntesis construidas a partir de otras caras; o expresiones emocionales que delatan expresamente su artificialidad. La cuesti¨®n, tanto para Dominique Baqu¨¦ como para William A. Ewing, es que en este momento se hace necesario repensar el g¨¦nero y afrontar esta p¨¦rdida del rostro. Y dan dos respuestas distintas. Para Ewing se trata de "devolver al espejo una parte de su antigua magia", aquella que se perdi¨® entre el nihilismo warholiano y las pretensiones psicoanal¨ªticas de la fotograf¨ªa. Una vuelta atr¨¢s que parece recelar de todo lo que no sea volver a citar la capacidad de emoci¨®n y seducci¨®n de la fotograf¨ªa. Para Baqu¨¦, m¨¢s esc¨¦ptica y con menos confianza en las propiedades "curativas" de la fotograf¨ªa, el artista debe responder a un dilema de dif¨ªcil respuesta: seguir adelante en la deconstrucci¨®n ir¨®nica de la facialidad o iniciar un largo proceso de reconquista del rostro y la identidad perdidos. La respuesta para ella est¨¢ en la construcci¨®n de una postura de resistencia capaz de rescatar al sujeto tanto del anonimato como de la primac¨ªa de la piel y las superficies. A lo primero se responde mediante un reequilibrio entre individuo y grupo, entre parecido y diferenciaci¨®n, a lo segundo con una investigaci¨®n de la interioridad y la expresividad que asuma con claridad, y a su favor, el car¨¢cter fluido, fr¨¢gil y oscuro de la identidad subjetiva.
El rostro humano. El nuevo retrato fotogr¨¢fico. William A. Ewing. Traducci¨®n de M. Pijoan Rotg¨¦. Blume. Barcelona, 2008. 240 p¨¢ginas. 39,90 euros. Visages. Du masque grec ¨¤ la greffe du visage. Dominique Baqu¨¦. Editions du Regard. Par¨ªs, 2007. 224 p¨¢ginas. 30 euros.
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