?De qu¨¦ se r¨ªe esa mujer?
Una mujer hermosa, ri¨¦ndose a mand¨ªbula batiente, con la cabeza inclinada hacia atr¨¢s y el rostro levantado hacia el cielo, los ojos cerrados, el cuello tenso. Con su mano izquierda, ligeramente contra¨ªda en un pu?o sin fuerza, parece contenerse las convulsiones que la risa le provoca en el est¨®mago; con la derecha sujeta a la vez unos guantes y un cono de barquillo con una bola de helado demediada; de su mu?eca cuelga un bolso de cocodrilo (no creo que sea de imitaci¨®n, parece adinerada), mientras que en el antebrazo reposa esmeradamente doblada (con el forro a la vista) la chaqueta del traje, de la que seguramente se ha desprendido a causa del calor que tambi¨¦n le ha provocado el deseo de tomarse el helado. Permanece de pie, en plena calle, d¨¢ndole la espalda a un escaparate dominado por medio maniqu¨ª sin cabeza ataviado con americana, camisa y corbata de hombre. Nunca nadie sabr¨¢ qu¨¦ o qui¨¦n la hace re¨ªr de modo tan absoluto y hermoso de ver: un gozo. Pero, por razones probablemente psicoanalizables, siempre he cre¨ªdo que ese estafermo elegante y descabezado, y el cono del helado que tal vez caiga al suelo si contin¨²a la carcajada, podr¨ªan darnos alguna pista.
El fot¨®grafo Garry Winogrand sosten¨ªa que nada hab¨ªa tan misterioso como un hecho claramente descrito
La placa -un ejemplo sin pretensiones literarias del c¨¦lebre "instante decisivo" de Cartier-Bresson- fue tomada por Garry Winogrand (1928-1984) hace cuarenta a?os, y forma parte de la nueva tanda de adquisiciones fotogr¨¢ficas de la Fundaci¨®n Mapfre, en cuya sede puede admirarse estos d¨ªas -junto con otras suyas y de otros importantes fot¨®grafos norteamericanos como Walker Evans (1903-1975), Harry Callahan (1912-1991), Helen Levitt (1913), Diane Arbus (1923-1971) y Lee Friedlander (1934)- formando parte de la exposici¨®n titulada Coleccionar el mundo. Si les interesa la fotograf¨ªa y est¨¢n en o pasan por Madrid, no se la pierdan.
Winogrand sosten¨ªa que nada hab¨ªa tan misterioso como un hecho claramente descrito. Esa convicci¨®n -una po¨¦tica y una ¨¦tica de la imagen- est¨¢ presente en la obra de muchos grandes fot¨®grafos de su generaci¨®n, cuya madurez creativa se produjo a lo largo de la d¨¦cada de los cincuenta del "siglo americano". Formados o influidos por el fotoperiodismo, pero tan reticentes a la an¨¦cdota "de inter¨¦s humano" como al romanticismo de sus maestros de la fotograf¨ªa social, su obra es deudora, como la de los pintores de la "escuela de Nueva York", de la est¨¦tica del instante, y en ella puede rastrearse el influjo del existencialismo, del film noir de los cuarenta o del aullido rigurosamente contempor¨¢neo de la poes¨ªa beat.
Dejando aparte a Evans, m¨ªnimamente representado, lo que hermana a los fot¨®grafos de la muestra es precisamente el inter¨¦s por captar -sin ¨¢nimo de juzgarla- la "Am¨¦rica real". Por eso, y sin propon¨¦rselo en primer t¨¦rmino, su obra tan diversa termina documentando tambi¨¦n la anomia urbana, con sus asperezas y disfunciones, y sus efectos sobre la gente: la alineaci¨®n, la soledad, el aislamiento, el tedio. Los televisores con im¨¢genes congeladas que presiden los despoblados interiores de Friedlander son la otra cara del cat¨¢logo de emociones que expresan los primeros planos de mujeres perdidas en sus pensamientos de la espl¨¦ndida serie de Harry Callahan; los leves freakies antirrom¨¢nticos de Arbus no est¨¢n lejos de los veteranos de la legi¨®n americana de Winogrand, ni de los ni?os enmascarados de esa soberbia cronista de Nueva York que es Helen Levitt.
Todas esas im¨¢genes en glorioso blanco y negro coinciden en su cualidad de ventanas que nos invitan a asomarnos -deteni¨¦ndonos en un instante irrepetible- a otros mundos que est¨¢n aqu¨ª mismo, pero en los que habitualmente no reparamos. Y merece la pena hacerlo, porque sus protagonistas, ya iconos de s¨ª mismos, se alimentan de sue?os y soledades que nosotros tambi¨¦n conocemos.
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