Bajo el puente de la C-31
Esta ma?ana de martes, en que el oto?o se ha declarado en bancarrota, y por eso se ha puesto a llover a c¨¢ntaros, he ido al mercadillo con mi madre, como si yo tuviera otra vez cuatro u ocho a?os, o 16, y Sant Adri¨¤ de Bes¨°s fuese a¨²n todas las ciudades del mundo, y no una ciudad del otro mundo. Esta ma?ana de anillos-reloj a tres euros, botes de aloe vera milagroso y gitanos con sudaderas pas¨¢ndose un mai, he deambulado bajo el hormig¨®n armado de la autopista que va hasta Mongat y m¨¢s all¨¢, y he andado bajo los reflectores que alumbran en vano la luz de la ma?ana con su difusa luz de barco hundido, y he esperado a que las mar¨ªas me empujasen entre los puestos y me clavasen su codo de mujer que lucha codo con codo por la vida; pero esto no ha ocurrido porque la crisis tambi¨¦n ha llegado a estos encantes, y hoy apenas hab¨ªa gente revolviendo entre los ch¨¢ndales, los pantalones, las zapatillas..., que, cada vez m¨¢s, son made in China. Esta ma?ana inadmisible en que las gaviotas han vuelto a atacar en los balcones y a arrancarles la cabeza a los pajarillos encerrados en sus jaulas, una mujer gorda y rubia ha pasado por un puesto de calzado y, quiz¨¢ porque es escrupulosa, ha olido el interior de unas cuantas zapatillas y despu¨¦s se ha marchado sin comprar nada, pero tambi¨¦n puede ser por la crisis, claro; y un gitano gordo, que vende ropa, iba a desayunarse sentado un bocadillo, pero antes se estaba comiendo con un tenedor un bote de berberechos.
Gitanos j¨®venes, que llaman "paisano" a los compradores y les ofrecen media docena de calcetines; gitanos j¨®venes con barba a lo Joaqu¨ªn Cort¨¦s, que es una barba silenciosa de quien no va a hablar m¨¢s que con el ruido de sus zapatos; gitanos rubios con trajes de rayas, elegantes como actores del cine franc¨¦s, y gitanas de ojos azules derrumbando con esas luces la noche de su pelo, y gitanas con la efigie de su novio tatuada en su brazo ancho y carnoso, y que llevan escrito abajo "Antonio y Rosario". Dos gitanas venden medias bajo la lluvia, y se quedan quietas y tristes con su mo?o y con sus zapatos blancos por los que les entra el agua. Y hay tambi¨¦n gitanas que van de luto, y trazan entre los toldos y las columnas de cemento un romance son¨¢mbulo (en estos encantes, el gitano Manzanita vendi¨® casetes antes de cantar por Garc¨ªa Lorca).
Resulta que hoy he querido venir al mercadillo con mi madre, ni?a republicana de Granada, para preguntarle, entre estos gitanos, ya espectros desplazados por otros espectros llegados sin visado desde realidades m¨¢s actuales, si ella es partidaria de desenterrar los restos de Lorca (mi madre, roja y granadina, tuvo que venir a Barcelona para saber que existi¨® Federico Garc¨ªa Lorca). Le ha dolido la pregunta, lo he visto en su gesto, y un hervidero de muertos se ha revuelto bajo nuestros pies. Me ha dicho que hay verdades que est¨¢n por encima de otras verdades, que la gran verdad de Garc¨ªa Lorca es que est¨¢ muerto, sea donde sea. Y luego ha a?adido: "Unos mataron al poeta, y ahora van a matar su mito, bendita sea su alma". Lluvia levemente h¨²meda de oto?o. Hoy la gente apenas se acerca a los bolsos, a las toallas, a las camisetas... Las voces de las gitanas se acompa?an de algunas palmadas azarosas para animar el libre mercado. Pero el personal no consume, y pasea bajo el retumbar de los coches de la autopista, y junto al tranv¨ªa donde todo el mundo dice que ya no paga nadie. Durante toda la ma?ana llega una letan¨ªa lejana como aquellas saetas primitivas que anduvo buscando Falla: "a seis euros, a seis, a seis, a seis...".
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