El retorno de la incertidumbre
Anda ahora casi todo el mundo, con motivo de la crisis financiera, celebrando que ten¨ªa raz¨®n, pero muy pocos advierten que lo que se ha acabado es precisamente eso: el arte de tener siempre raz¨®n. Si estuvi¨¦ramos ante el final del neoliberalismo y el retorno de las certezas socialdem¨®cratas, tal vez nos sinti¨¦ramos m¨¢s aliviados pero no habr¨ªamos entendido que lo que se acaba es otra cosa: una determinada concepci¨®n de nuestro saber acerca de la realidad social y de nuestra capacidad de decidir sobre ella. La vieja alianza del saber y el poder debe replantearse de nuevo en la era de la incertidumbre reconocida y gestionada. Seguiremos sabiendo muchas cosas y nos gobernaremos mejor, pero ambas cosas s¨®lo ser¨¢n posibles si hacemos una buena pol¨ªtica, democr¨¢ticamente legitimada, a partir de nuestro desconocimiento.
Con esta crisis financiera se ha acabado el arte de tener siempre raz¨®n
Nuestros grandes dilemas van a girar sobre c¨®mo decidir sin tener certezas
Mientras estuvo vigente el modelo de la certeza, el mundo estaba configurado por decisiones soberanas que se adoptaban sobre la base de un saber asegurado. Ahora nos toca acostumbrarnos a la inestabilidad y la incertidumbre, tanto en lo que hace referencia a las predicciones de los economistas, el comportamiento del mercado o el ejercicio de los liderazgos pol¨ªticos. Nuestro principal desaf¨ªo es la gobernanza del riesgo, que no es la renuncia a regularlo ni la ilusi¨®n de que pudi¨¦ramos eliminarlo completamente.
La sociedad del conocimiento ha efectuado una radical transformaci¨®n de la idea de saber, hasta el punto de que cabr¨ªa denominarla con propiedad la sociedad del desconocimiento, es decir, una sociedad que es cada vez m¨¢s consciente de su no-saber y que progresa, m¨¢s que aumentando sus conocimientos, aprendiendo a gestionar el desconocimiento en sus diversas manifestaciones: inseguridad, verosimilitud, riesgo e incertidumbre. Hay incertidumbre en cuanto a los riesgos y las consecuencias de nuestras decisiones, pero tambi¨¦n una incertidumbre normativa y de legitimidad. Aparecen nuevas y diversas formas de ignorancia que no tienen que ver con lo todav¨ªa no conocido sino tambi¨¦n con lo que no puede conocerse. No es verdad que para cada problema que surja estemos en condiciones de generar el saber correspondiente. Muchas veces el saber de qu¨¦ se dispone tiene una m¨ªnima parte apoyada en hechos seguros y otra en hip¨®tesis, presentimientos o indicios.
Este retorno de la inseguridad no significa que las sociedades contempor¨¢neas dependan menos de la ciencia, sino todo lo contrario. Lo que ocurre es que han cambiado los problemas y, por tanto, el tipo de saber que se requiere. En muchos ¨¢mbitos -como, por ejemplo, la regula
-ci¨®n de los mercados o el cambio clim¨¢tico- ha de recurrirse a teor¨ªas que manejan modelos de verosimilitud pero ninguna previsi¨®n exacta en el largo plazo. En las m¨¢s graves cuestiones nos enfrentamos a riesgos en relaci¨®n con los cuales la ciencia no proporciona ninguna f¨®rmula de soluci¨®n segura. La ciencia no est¨¢ en condiciones de liberar a la pol¨ªtica de la responsabilidad de tener que decidir bajo condiciones de inseguridad. Probablemente lo que est¨¢ detr¨¢s de la erosi¨®n de la autoridad de los Estados y la crisis de la pol¨ªtica sea este proceso de fragilizaci¨®n y pluralizaci¨®n del saber, y no conseguiremos recuperar su capacidad configuradora mientras no acertemos a articular nuevamente el poder con las nuevas formas de saber.
El modelo de saber que hasta ahora hemos manejado era ingenuamente acumulativo; se supon¨ªa que el nuevo saber se a?ade al anterior sin problematizarlo, haciendo as¨ª que retroceda progresivamente el espacio de lo desconocido y aumentando la calculabilidad del mundo. Pero esto ya no es as¨ª. De manera que este no-saber no es un problema de falta provisional de informaci¨®n, sino que, con el avance del conocimiento y precisamente en virtud de ese crecimiento aumenta de manera m¨¢s que proporcional el no-saber (acerca de las consecuencias, alcances, l¨ªmites y fiabilidad del saber). Si en otras ¨¦pocas los m¨¦todos dominantes para combatir la ignorancia consist¨ªan en eliminarla, los planteamientos actuales asumen que hay una dimensi¨®n irreductible en la ignorancia, por lo que debemos entenderla, tolerarla e incluso servirnos de ella y considerarla un recurso. La sociedad del conocimiento se puede caracterizar precisamente como una sociedad que ha de aprender a gestionar ese desconocimiento
?ste es el verdadero terreno de batalla social: qui¨¦n sabe y qui¨¦n no, c¨®mo se reconoce o impugna el saber y el no saber. Si nos fijamos bien, de hecho, las confrontaciones pol¨ªticas m¨¢s importantes son valoraciones distintas del no-saber o de la inseguridad del saber: en la sociedad compiten diferentes valoraciones del miedo, la esperanza, la ilusi¨®n, las expectativas, la confianza, las crisis (?es esto realmente una crisis?, nos pregunt¨¢bamos hace muy poco), que no tienen un correlato objetivo indiscutible. Como efecto de esta pol¨¦mica, se focalizan aquellas dimensiones de no-saber que acompa?a al desarrollo de la ciencia: sobre sus consecuencias desconocidas, las cuestiones que deja sin resolver, sobre las limitaciones de su ¨¢mbito de validez...
Esa "politizaci¨®n del no-saber" se hizo patente, por ejemplo, en el marco de las controversias acerca de la pol¨ªtica tecnol¨®gica a partir de los a?os 70. No es s¨®lo que cada vez hubiera m¨¢s conciencia de esa relevancia de lo desconocido, sino que esa percepci¨®n y su valoraci¨®n correspondiente cada vez eran m¨¢s dispares. Lo que para unos era fundamentalmente motivo de temor, despertaba en otros unas expectativas prometedoras. Los miedos y las inquietudes presentes en buena parte de la opini¨®n p¨²blica no son plenamente infundados, como acostumbran a suponer los defensores de una tecnolog¨ªa de riesgo cero. Tras el rechazo social de algunas opciones t¨¦cnicas hay con frecuencia una percepci¨®n de determinadas ignorancias o incertidumbres que la ciencia y la t¨¦cnica deber¨ªan reconocer. En ¨¦ste y en otros conflictos similares lo que chocan son percepciones divergentes e incluso enfrentadas del no-saber.
A partir de ahora nuestros grandes dilemas van a girar en torno a c¨®mo decidir bajo condiciones de incertidumbre. ?Qu¨¦ ignorancia hemos de considerar como relevante y cu¨¢nta podemos no atender como inofensiva? ?Qu¨¦ equilibrio entre control y azar es tolerable desde el punto de vista de la responsabilidad? Lo que no se sabe, ?es una carta libre para actuar o, por el contrario, una advertencia de que deben tomarse las m¨¢ximas precauciones?
La decepci¨®n de los pol¨ªticos de que no les proporcionan consejos claros y seguros se corresponde con la decepci¨®n de los cient¨ªficos de que frecuentemente su consejo no es escuchado. El gran dilema de las actuales democracias estriba en que han de adoptar las decisiones teniendo en cuenta el saber cient¨ªfico disponible y, al mismo tiempo, esas decisiones tienen que estar legitimadas democr¨¢ticamente. Y para enfrentarse correctamente a ese dilema lo primero que han de saber es que se trata de dos cuestiones distintas. Pese a todas las esperanzas de que el asesoramiento cient¨ªfico alivie el peso de la responsabilidad pol¨ªtica, la ciencia sigue siendo ciencia y la pol¨ªtica, pol¨ªtica.
En todo caso, cuando se trata de pensar las relaciones entre saber y poder, conviene tener en cuenta que ni uno sabe tanto ni otro puede tanto. Ambos pueden consolarse mutuamente de haber perdido sus antiguos privilegios y compartir la misma incertidumbre, bajo la forma de perplejidad te¨®rica en un caso y como v¨¦rtigo ante la contingencia de la decisi¨®n en otro. ?Qu¨¦ privilegio ha perdido el poder? La prerrogativa de no tener que aprender y dedicarse simplemente a mandar. ?Y cu¨¢l es el que ha perdido el saber? Pues ha perdido aquella seguridad y evidencia que le permit¨ªa prescindir de toda exigencia de legitimaci¨®n; ahora es m¨¢s visible su inexactitud social. De ah¨ª que el problema ya no sea c¨®mo compaginar un saber seguro con un poder soberano, sino c¨®mo articularlos para compensar las debilidades de uno y de otro en orden a combatir juntos la creciente complejidad del mundo.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza y autor de El nuevo espacio p¨²blico.
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