Siempre negativa, nunca positiva
A mediados del pasado a?o, en la revista Esprit, un especialista en el tema comentaba que "las personas que hoy se identifican como religiosas son menos creyentes que antes y los sin religi¨®n son menos ateos que anta?o". Es muy probable que este diagn¨®stico sea globalmente certero, aunque a m¨ª -por deformaci¨®n ideol¨®gica, sin duda- lo que m¨¢s me llama la atenci¨®n sea su segunda parte. En efecto, ya no quedan ateos como los de antes o "increyentes", como se denomina a s¨ª mismo Francisco Fern¨¢ndez Buey en un curioso art¨ªculo escrito junto al te¨®logo Gonz¨¢lez Faus (?Dios en Barajas?, EL PA?S, 11-IX-08). En esa pieza escatol¨®gica se lamenta que los ideales ilustrados hayan desembocado en el relativismo posmoderno, dictamen papal ya conocido, y se recuerda que anta?o, cuando se supon¨ªa que la muerte era paso a una vida mejor, accidentes tr¨¢gicos como el de Spanair en Barajas causaban menos desolaci¨®n. Supongo que por eso a¨²n sigue siendo recomendable persignarse cuando el avi¨®n comienza a correr por la pista de despegue: por si fallan los alerones y hay que alcanzar el cielo por v¨ªa estrictamente sobrenatural...
?Qui¨¦n le ha dicho a Sarkozy que s¨®lo se puede buscar la espiritualidad en la religi¨®n?
Lo ¨²nico claro sobre la laicidad de la democracia espa?ola es su insuficiencia
Entre los nuevos increyentes (por no hablar de los creyentes "cultos") la excepcional estatura intelectual de Benedicto XVI se ha convertido en un acrisolado dogma de fe. Su reciente visita oficial a Francia ha provocado rendidos ejercicios de admiraci¨®n. El ex director de Le Monde, Jean-Marie Colombani, en su art¨ªculo La inteligencia pol¨ªtica del Papa (EL PA?S, 16-IX-08) no s¨®lo elogia su habilidad diplom¨¢tica -que despu¨¦s de todo responde a una larga tradici¨®n vaticana- sino que le proclama "un intelectual de altura que disert¨® sobre la diferencia entre la teolog¨ªa mon¨¢stica y la teolog¨ªa escol¨¢stica ante un auditorio de personalidades del mundo intelectual y cultural reunidas en Par¨ªs, muchas de las cuales fueron incapaces de seguirle". Hombre, francamente, dado que estamos, si no me equivoco, en el siglo XXI, cierta incapacidad para seguir con inter¨¦s y aplicaci¨®n disquisiciones como la mencionada puede no demostrar inferioridad especulativa sino salud mental. Por lo dem¨¢s el resto de las afirmaciones papales en su jornada galicana, sosteniendo que "la b¨²squeda de Dios y la disponibilidad para escucharle sigue siendo a¨²n hoy el fundamento de toda verdadera cultura" y que "una cultura meramente positivista (...) ser¨ªa la capitulaci¨®n de la raz¨®n, la renuncia a sus posibilidades m¨¢s elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podr¨ªan ser m¨¢s graves" no pasan de ser proclamas obligadas y conocidas de su oficio, ali?adas de vez en cuando sin duda con cierta pedanter¨ªa parroquial. De igual modo, y a mi entender, con mejor fundamento otros pueden afirmar que la re
-nuncia al soborno celestial es el comienzo del verdadero pensamiento moderno y que los humanistas recibieron su nombre precisamente cuando dejaron de ocuparse de la teolog¨ªa. Por no hablar de posteriores afirmaciones papales como las hechas en el s¨ªnodo de obispos sobre que las "naciones antes ricas en fe van perdiendo su identidad por culpa de la influencia nociva y destructiva de la cultura moderna", o, respondiendo a la crisis econ¨®mica, que "el dinero aparece y desaparece, pero Dios permanece" (supongo que por eso se muestra remiso a aparecer). Sin quitarle m¨¦ritos a Benedicto XVI, en mi escala intelectual lo tengo decididamente m¨¢s abajo que a Nietzsche, Freud, Bertrand Russell o Sartre, que manten¨ªan sobre casi todo criterios diferentes a los suyos.
Sin embargo, para los laicos -creyentes o "increyentes", tanto da- el verdadero problema no es el papa Ratzinger, que dice y hace aquello para lo que fue elegido, sino el presidente Sarkozy. Hace tiempo le¨ª a un historiador que, hablando de los primeros cristianos, dec¨ªa: "Esperaban la llegada inminente del Mes¨ªas y lleg¨® la Iglesia". Parafrase¨¢ndole podr¨ªamos ahora afirmar que los partidarios del laicismo esper¨¢bamos desde mediados del pasado siglo la llegada de la aut¨¦ntica libertad de conciencia institucional y lo que parece venir es la laicidad positiva. Aunque ese centauro ideol¨®gico no sea un invento del presidente franc¨¦s, el bullicioso mandatario parece haberlo tomado en adopci¨®n. "Prescindir de las religiones es una locura, un ataque contra la cultura", dijo ante el Papa, que asent¨ªa con la cabeza (y quiz¨¢ sonre¨ªa para sus adentros, aunque menos que Carla Bruni). Pero... ?qu¨¦ es la "laicidad positiva"? Pues aquella f¨®rmula institucional que respeta la libertad de creer o no creer (en dogmas religiosos, claro) porque ya no hay m¨¢s remedio, pero considera que las creencias religiosas no s¨®lo no son da?inas sino beneficiosas social y sobre todo moralmente. "La b¨²squeda de espiritualidad no es un peligro para la democracia", asegura triunfal Sarkozy. ?Claro que no! Pero ?qui¨¦n le ha dicho que la espiritualidad hay que buscarla prioritariamente en la fe o la religi¨®n? M¨¢s a¨²n: ?qui¨¦n le ha ocultado que la cr¨ªtica de los dogmas y la denuncia de las iglesias proviene de quienes buscaron -y buscan- realmente una espiritualidad que no se pare en barras... ni en reclinatorios?
Entre otros se lo recuerda Jean Baub¨¦rot, que es profesor em¨¦rito de historia y sociolog¨ªa de la laicidad en la Escuela Pr¨¢ctica de Altos Estudios (no, no es ateo sino protestante), en un libro interesante y divertido: La laicidad explicada al Sr. Sarkozy... y a quienes le escriben los discursos (ed. Albin Michel). Para Baub¨¦rot, la llamada "laicidad positiva" no es sino una forma de neoclericalismo, confesional pero no confeso. Y eso porque un Estado realmente laico no s¨®lo no puede dejarse contaminar por ninguna religi¨®n, ni privilegiar ninguna de las existentes sobre las dem¨¢s, sino que tampoco puede declarar preferible tener una religi¨®n a no tenerla. El lema que hoy trata de imponerse es: "crea en lo que quiera, pero tenga religi¨®n; siempre es mejor tener una religi¨®n que carecer de ella; a quien tiene religi¨®n no le sobra nada, mientras que a quien no tiene siempre le falta algo". La tentaci¨®n viene de anta?o y ya fue entonces denunciada. A mediados del siglo XIX, el gran erudito y pensador liberal Wilhelm von Humboldt preven¨ªa contra cualquier posici¨®n activa del Estado en materia religiosa, aunque no fuera m¨¢s que apoyando los sentimientos religiosos en general: "siempre entra?a hasta cierto punto la direcci¨®n y el encadenamiento de la libertad individual". Tomo la cita de la imprescindible obra Dif¨ªcil tolerancia (ed. Escolar y Mayo), de Yves-Charles Zarka, quien glosa as¨ª el pensamiento de Humboldt: "Toda acci¨®n del Estado en materia de religi¨®n, ya consista en dar protecci¨®n a una religi¨®n determinada o a partidos religiosos o incluso a los sentimientos religiosos en general, transforma el Estado en una instancia m¨¢s o menos opresiva. Evidentemente, la opresi¨®n es mayor en el caso de una religi¨®n determinada; pero incluso cuando pretende favorecer el sentimiento religioso en general, el Estado se interesa de hecho por una opini¨®n determinada y se propone como meta asegurar la primac¨ªa de la creencia en Dios contra la incredulidad o el ate¨ªsmo".
La laicidad (que en buen castellano se llama laicismo) no necesita apellidos que la desvirt¨²en: "laicidad positiva" pertenece a la misma escuela que "sindicatos verticales" o "democracia org¨¢nica". Pero su funcionamiento es siempre efectivamente negativo, porque rechaza cualquier injerencia de lo p¨²blico en las creencias inverificables de cada cual... y de las creencias en las funciones p¨²blicas. Funciona en ambos sentidos: por ejemplo, el titular de EL PA?S calificando al juez D¨ªvar de "muy religioso" nos hizo respingar a bastantes por su clericalismo, aunque fuera del convento de enfrente. Pero algo m¨¢s que respingos tuvimos que dar al ver al cardenal Rouco en la inauguraci¨®n del a?o judicial o saber que sigue habiendo en el Ej¨¦rcito generales que son a la vez obispos... Lo ¨²nico positivamente claro sobre la laicidad de nuestra democracia es su insuficiencia.
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense.
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