De contar y que te cuenten
Narrativa. Las obras de Eduardo Lago oscilan entre la pasi¨®n por contar historias y la reflexi¨®n sobre las servidumbres que ello trae. Cuando est¨¢ pose¨ªdo por la primera, los lectores nos enfrentamos a un torbellino de invenci¨®n y de fantas¨ªa que apenas deja respirar; cuando reflexiona, entonces disfrutamos con la idea de que la literatura es esencialmente civilizadora. En ambos casos el lector sale ganando.
Ladr¨®n de mapas comienza con el reencuentro virtual que se produce cuando Sophie descubre los cuentos que el escritor N¨¦stor Oliver-Chapman ha colgado en la red (ambos son personajes de la primera novela de Lago, Ll¨¢mame Brooklyn). Pero hay que desenga?arse porque en este libro no vamos a encontrar el relato de la relaci¨®n entre ellos, es m¨¢s, si fuera una novela y no una colecci¨®n de cuentos cabr¨ªa reprocharle lo mismo que al primer Quijote: que estaba lleno de digresiones o historias que nada ten¨ªan que ver con la acci¨®n principal. En este caso la acci¨®n inicial es la digresi¨®n, aunque con una presencia m¨¢s que justificada puesto que funciona como motor de arranque para los 18 relatos, realistas y fant¨¢sticos, sentimentales y acerados, sangrientos y morales, que nos narran N¨¦stor y Sophie.
Ladr¨®n de mapas
Eduardo Lago
Destino. Barcelona, 2008
372 p¨¢ginas. 20,50 euros
Bajo el t¨ªtulo de 'Cuentos de ida', los tres primeros podr¨ªan considerarse relatos perfectamente acabados que sin embargo el escritor decidi¨® completar con otra vuelta de tuerca en los correspondientes 'Cuentos de vuelta'. La serie 'Cuentos borrados' incluye relatos morales y simb¨®licos como 'Tintagoel' y 'Absalam', que tratan respectivamente de la vanidad y de la posesi¨®n divina en los poetas.
Por fin, los 'Cuentos robados' hablan del artista y la destrucci¨®n, como 'Chefd'œuvre'; de la imaginaci¨®n y la tradici¨®n como fuerzas juguetonas y complementarias (el delicioso 'Unicronio'); de las p¨¦rdidas ('Las luces de la sinagoga', en donde por cierto se atribuye a Balzac el Manon Lescaut del abate Pr¨¦vost), y de la realidad como fuente de inspiraci¨®n ('Leilah'), en cuya coda toma la palabra el Eduardo Lago escritor neoyorquino y colaborador de este peri¨®dico.
Al final reaparece Sophie con un gui?o cervantino que nos apunta que en el juego de la literatura todos los planos, el de la narradora, el de Lago, el del ladr¨®n y el de los personajes, son vasos comunicantes. No pod¨ªa ser de otro modo en estos cuentos tensos, trepidantes, y de s¨®lido fuste narrativo donde casi todos, hasta una sombra, sienten esa necesidad humana de contar historias o de que se las cuenten.
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