El convento que quiso Bu?uel
Marcada por el sincretismo, La Alberca presume de almas errantes, fuentes m¨¢gicas y el cenobio de Las Batuecas por el que el cineasta ofreci¨® 200.000 pesetas
Desde Salamanca se llega a La Alberca, en el parque natural de Las Batuecas, tomando la autov¨ªa de Castilla en direcci¨®n a Portugal. Se sale por el desv¨ªo de Fuente de San Esteban hacia Tamames. Existe la posibilidad de alambicar y hermosear el trayecto yendo hasta Sancti Spiritus, Morasverdes y El Ma¨ªllo; antes de llegar a La Alberca, aparece la indicaci¨®n hacia la Pe?a de Francia, desde donde se contempla una panor¨¢mica impresionante. Nos empe?amos en subir a los altos para disfrutar de los paisajes, y, a veces, mirar desde el suelo hacia arriba es toda una experiencia.
Desde abajo, el acceso a La Alberca es un entramado de casta?os an¨¢rquicos y bailones que luego crujir¨¢n en las estructuras de las casas del pueblo, una mara?a de verdor y arroyos, contra la que se alza el muro amoratado de la Pe?a de Francia, sus manchas clorof¨ªlicas y sus rodelas gris¨¢ceas y lilas de piedra est¨¦ril. Propongo sustituir el ensoberbecido punto de vista de los escaladores y de las postales a¨¦reas por el del hombre menguante que observa el detalle microsc¨®pico, el v¨¦rtigo vertical de abajo arriba. Ah¨ª justo descansa La Alberca, una miniatura mestiza, casi atemporal. Como casi todos nosotros y nuestras genealog¨ªas.
La Alberca es un enclave donde se anudan leyendas y se hace dif¨ªcil discernir qu¨¦ materiales corresponden a la realidad y cu¨¢les a la ficci¨®n: cada atardecer, la Moza de ?nimas se apiada de las almas errantes; a las fuentes del pueblo se les asignan diferentes propiedades beneficiosas para la salud; en Las Batuecas se dice que habitan seres desnudos que hablan una lengua desconocida. All¨ª mismo se ubica el para¨ªso. Se cuenta que fue tal la fascinaci¨®n de Bu?uel por estos parajes, que estuvo a punto de comprar por 200.000 pesetas de las de entonces el convento de Las Batuecas para quedarse a vivir en medio de ese silencio f¨¦rtil; tambi¨¦n se dice que all¨ª nadie lo hubiera encontrado despu¨¦s de la guerra y que el cineasta no hubiese tenido que exiliarse. Cineastas, literatos y pintores descubren entre los grafismos a veces incomprensibles de los mapas este lugar, hecho para ser escrito y pintado, fijado en el espacio y en el tiempo.
Geranios en los balcones
Pasear por las calles de La Alberca y disfrutar de sus plazas, la del Ayuntamiento y la de la iglesia (Solano), es sentir las punzadas del color de los geranios que adornan sus balcones. Colores rotundos y formas cimbreadas por el paso del tiempo; en las casas, de piedra, madera y adobe, siempre dos puertas: la grande, para acceder a la cuadra, y una m¨¢s chica, para entrar a la vivienda. En el sobrao se cura el ma¨ªz con el humo que llega desde una cocina en la que nunca hab¨ªa chimenea. En el pueblo hay una casa museo para familiarizarse con un modelo arquitect¨®nico que habla de una forma de vida.
La Alberca es una amalgama de razas, religiones, estados carenciales y ¨¦pocas de abundancia que se proyectan en su fisonom¨ªa urbana y en sus tradiciones. Paseando por sus calles, por Tablao y La Puente, llaman la atenci¨®n inscripciones y s¨ªmbolos cristianos en los quicios y dinteles: son el g¨¢rrulo subrayado de la conversi¨®n de los jud¨ªos que, nunca cre¨ªdos del todo por los inquisidores, cebaban un cerdo para entreg¨¢rselo a la iglesia el d¨ªa de San Ant¨®n. No pod¨ªa existir mayor garant¨ªa de renuncia de la antigua fe y de respeto a los preceptos de la nueva.
Los coloridos festejos -mantones de Manila, capas y manteos, rojo, morado, azafr¨¢n, rosa, morado, malva, ¨ªndigo...- celebrados en torno al 15 de agosto tambi¨¦n son una muestra de sincretismo entre la religi¨®n cat¨®lica y otras creencias, otros atavismos, m¨¢s dif¨ªciles de identificar: las mozas, despu¨¦s de danzar paloteando en una evocaci¨®n de las luchas guerreras, tejen y destejen las cintas de colores anudadas a un tirso cubierto de hortensias; se colocan las cintas en el costado y esa aproximaci¨®n es una llamada a la fertilidad, una reminiscencia del c¨¦ltico ¨¢rbol de la vida; el traje de vistas es en realidad un traje de novia de influencia ¨¢rabe: la mujer se cubre la cabeza e incluso parte de la cara, y luce un vestido que puede llegar a pesar 30 kilos y en el que cada dije, cada colgante, cada adorno significa una cosa y no otra.
La Alberca es hoy un lugar privilegiado del mundo y, sin embargo, quedan huellas de lo que fue una manera de vivir no s¨®lo humilde, sino abiertamente pobre: en los men¨²s de los restaurantes, las patatas mene¨¢s, al lado del ciervo relleno de Brie o de los boletus, constituyen hoy un manjar que, no hace tanto tiempo, era la base alimenticia, el desayuno, la comida y la cena de los albercanos. Hoy, las calles huelen a flores, a miel y al aroma profundo que brota del interior de las tiendas de embutidos y chacinas llamando al viajero como el polen a las abejas.
? Marta Sanz es autora de la novela Lecci¨®n de anatom¨ªa (RBA, 2008)
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Gu¨ªa
Dormir
? Hotel Do?a Teresa
(www.hoteldeteresa.com; 923 41 53 08/09) Carretera Mogarraz, s/n. Hotel de cuatro estrellas cuyo estupendo restaurante sirve platos t¨ªpicos de la zona. La doble, desde 80 euros.
? Hotel Antiguas Eras
(www.antiguaseras.com; 923 41 51 13). Avenida Batuecas, 29. La doble, desde 65 euros m¨¢s IVA.
Comer
? El Mes¨®n de Mari Luz
(923 41 53 07). Tablao, 45. Cierra los viernes. 30 euros.
? Restaurante La Fuente
(923 41 53 99). Tablao, 8. Cierra los martes. 20 euros.
Informaci¨®n
? Oficina de turismo de La Alberca (www.laalberca.com; 923 41 52 91).
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