El fin de los a?os felices
Hoy s¨ª, hoy he llegado muy temprano, sobre las nueve y cuarto de la ma?ana. Deseaba ver a los vips, pero a esa hora no hab¨ªa ninguno. Solo militantes (o figurantes) que llegaban en autobuses que, sorprendentemente, iban, la mayor¨ªa, medio vac¨ªos. Incluso observ¨¦ uno en el que tan solo bajaron cuatro personas. Me sorprende, tambi¨¦n, la cantidad de mujeres mayores desplazadas. Me acerco a ellas. Las oigo hablar en valenciano; me acerco tanto que una, metida en carnes, distra¨ªda, reculando, me ha jodido un pie. "Ai, xiquet, perdona". La perdono. En el fondo la estampa es enternecedora: van con sus bolsos de piel imitada, chaquetas a cuadros y faldas de aspecto terso. Nada de bromas. Son mujeres que han sufrido y sufren el escarnio de su ¨¦poca; nada de bromas a pesar de que me han dejado un esguince de recuerdo, a pesar de la soez de cagarse, de buena ma?ana, en Zapatero.
Ayer vi a Consuelo Ciscar y me pregunta: ?Qu¨¦ haces aqu¨ª? Mi hermano Josep Torrent me paga para que os conozca m¨¢s de cerca. Se r¨ªe. Con la mayor¨ªa absoluta que disfrutan y ostentan yo tambi¨¦n me reir¨ªa. Pero he dicho, y lo sostengo, que el Partido Popular valenciano ha iniciado el declive. A partir de ahora nos fatigar¨¢n los o¨ªdos con "la culpa de la crisis es del Gobierno". Es decir, que los eventos son tuyos y la crisis econ¨®mica es del otro. ?No han aprobado una bater¨ªa de medidas para paliar la crisis? Pues nada, Paco, apl¨ªcala. Ah¨ª te quiero ver.
Los pol¨ªticos deber¨ªan pasarse, al menos una vez a la semana, por los casinos de los pueblos. Son term¨®metros sociales. Hasta hace unas semanas se hablaba de coches de carreras y de barcos. Ahora, la situaci¨®n ha cambiado radicalmente: En septiembre fui al taller y lo encontr¨¦ cerrado; mi hijo, encofrador, busca trabajo como recolector de naranjas; si el banco no me renueva el cr¨¦dito no s¨¦ qu¨¦ har¨¦, etc... Es el momento de la gesti¨®n eficaz, arremangarse y picar pedra. En el casino, mi amigo El Sabalo, director general de Herrajes El Sabalo, SL, me diagnostic¨®, mientras tom¨¢bamos el caf¨¦, el problema: "A?¨° no ho arregla ni L¨®pez Trigo". Ya digo, un term¨®metro.
A las diez y media observo un grupo que se dirige al hall. Intuyo que son periodistas (est¨¢n algo p¨¢lidos, como si pasaran estrecheces econ¨®micas). Oigo que las autoridades est¨¢n al caer. No puedo evitar recordar la pel¨ªcula Bienvenido, mister Marshall: Hay tres negros como tres torres con banderitas del partido, y una nutrida representaci¨®n de inmigrantes, vestidos con sus trajes tradicionales, que, seg¨²n me informan, proceden del Este de Europa (por cierto, uno de los muchachos lleva puesta una especie de barretina. Al parecer, los problemas de financiaci¨®n de Catalu?a son asfixiantes).
Por fin llegan los primeros espadas y los fot¨®grafos se posicionan. Del coche baja Rajoy acompa?ado de Rita Barber¨¢ y Francisco Camps. Sonr¨ªen, saludan, se acercan a los inmigrantes. Toman forma el barullo, los gritos: "?Viva Valencia, viva el Partido Popular!", exclaman, victoriosos, los inmigrantes. Rajoy les dedica un minuto (ignoro si de silencio). Tropiezo con Josep Maria Felip: dile a Blasco que se apunte un tanto. Le pregunto d¨®nde est¨¢, quiero hablar con ¨¦l (lee a Chesterton, un punto en com¨²n). Lo encontrar¨¢s por arriba, me indica Felip. Dejo a Rajoy y a sus dos sirvientes y subo las escaleras mec¨¢nicas. Ni ayer ni hoy he podido ver a mi ¨ªdolo, Alfonso Rus (con tanta gente de altura no hay forma de divisarlo). Sin embargo, de repente, atisbo a Blasco. Aprieto el paso pero no lo puedo alcanzar. Entra r¨¢pido a la sala circular del congreso (cuidado con dejar la silla vac¨ªa, Rafael). Freno en seco. Hay plazas en las que no me presento ni por una millonada.
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