Vanessa Redgrave
La actriz brit¨¢nica monologa en un escenario de Londres durante una hora y tres cuartos como un torero que se encierra con seis toros: jug¨¢ndoselo todo. Su genio convierte la obra en algo m¨¢gico
Qu¨¦ extraordinaria actriz es Vanessa Redgrave! Durante una hora y tres cuartos mantiene al p¨²blico que repleta los asientos del Lyttelton Theatre, de Londres, en estado de trance, mientras, transformada en Joan Didion, evoca El a?o del pensamiento m¨¢gico, es decir, el a?o en el que la escritora y periodista norteamericana perdi¨® a su marido de manera s¨²bita el mismo d¨ªa que su hija entraba en coma en un hospital neoyorquino v¨ªctima de una infecci¨®n cerebral.
Nadie dir¨ªa, oyendo su perfecto acento californiano, que es inglesa ni que es ya una actriz septuagenaria porque en el escenario su alta, imponente figura es la de una mujer sin edad, o, m¨¢s bien, que tiene vivas en ella todas las edades por las que ha pasado, arregl¨¢ndoselas siempre para ser en todas bell¨ªsima, edades que reaparecen en su persona cada vez que vuelve a ellas con la memoria para resucitar episodios, an¨¦cdotas, im¨¢genes que comparti¨® con aquellos dos seres queridos de los que ha sido privada de manera tan violenta. No hay en lo que dice, y sobre todo en la manera en que lo dice, asomo de autocompasi¨®n ni sentimentalismo, m¨¢s bien una helada objetividad. Sin embargo, o acaso tal vez por eso mismo, el escenario se va poco a poco cargando de un dolor animal, de un desgarramiento desesperado e impotente que los espectadores sienten como propio porque es algo que, todos, alguna vez hemos padecido o intuido que padecer¨ªamos, ya que forma parte de lo que somos como seres humanos el anticipar la muerte propia en la de los seres queridos que se nos adelantan en el viaje sin retorno.
La obra es una adaptaci¨®n teatral del libro autobiogr¨¢fico de la escritora Joan Didion
La actriz, activa contra la guerra de Vietnam, tuvo el buen gusto de no ser nunca estalinista
No puedo imaginar a nadie capaz de hacer una interpretaci¨®n m¨¢s perfecta del personaje ni de sacarle m¨¢s provecho dram¨¢tico. El actor o la actriz que monologa por una hora y tres cuartos en un escenario hace algo parecido al torero que se encierra con los seis toros de la corrida: se la juega entero. Su exposici¨®n ser¨¢ extrema porque nadie m¨¢s estar¨¢ all¨ª, para apoyarlo o contrarrestar sus fallas: por eso, su fracaso o su ¨¦xito ser¨¢n tambi¨¦n supremos. El de Vanessa Redgrave es un ¨¦xito superlativo. Ya lo fue, cuando estren¨® la obra en Broadway, en marzo de este a?o, y lo ha sido luego en Salzburgo, Cheltenham, Bath, Dubl¨ªn y lo es ahora en Londres donde encontrar entradas para verla en el Lyttelton es una especie de milagro.
The Year of Magical Thinking es una adaptaci¨®n teatral, hecha por la propia Joan Didion de su libro autobiogr¨¢fico del mismo nombre, con la ayuda del director de la puesta en escena, el dramaturgo y director ingl¨¦s David Hare. El libro tuvo un enorme ¨¦xito en los Estados Unidos, lo que es sorprendente, pues, aunque Joan Didion es muy conocida por sus reportajes pol¨ªticos y sociales, y sus novelas han sido bien consideradas por la cr¨ªtica, esta memoria sobre la muerte de su esposo, el escritor John Gregory Dunne, con quien escribi¨® algunos guiones de pel¨ªculas como The Panic in Neddle Park y A Star is born, y la de la hija de ambos, Quintana, est¨¢ tan impregnada de sufrimiento, enfermedad, angustia y muerte que, se dir¨ªa, se halla en las ant¨ªpodas de esos libros f¨¢ciles, entretenidos e inocuos que suelen ser los best sellers. Sin embargo, millones de personas lo han le¨ªdo, con avidez y cierto masoquismo. Sin ser una reflexi¨®n notable ni contar una historia extraordinaria, esta confesi¨®n hace vivir a los lectores de manera directa, cre¨ªble y lacerante, esa experiencia para la que ning¨²n argumento l¨®gico es suficiente ni religi¨®n alguna consuela del todo: la de la muerte de los seres queridos y la conciencia de la inevitable muerte propia.
Sal¨ª del teatro sobrecogido y esa misma noche le¨ª de un tir¨®n el texto adaptado por Joan Didion. Me llev¨¦ una sorpresa notable. En comparaci¨®n con el espect¨¢culo, no val¨ªa gran cosa, era repetitivo, previsible, con debilidades melodram¨¢ticas. Y, sin embargo, Vanessa Redgrave no hab¨ªa a?adido ni quitado una coma a ese libreto al que su fulgurante interpretaci¨®n hab¨ªa transformado, convirti¨¦ndolo en una tragedia moderna, en una inmolaci¨®n cat¨¢rtica en la que los grandes temas, la vida, la muerte, el amor, el conocimiento, el dolor aparec¨ªan en su desnudez m¨¢xima, encarnados en una pobre mujer desamparada que se defiende contra la desintegraci¨®n contando al mundo lo que le ha ocurrido y como aquellas muertes de su marido y su hija tambi¨¦n la est¨¢n matando.
Sobriedad, austeridad, despojamiento, son las palabras que me vienen a la memoria cuando trato de resumir mi impresi¨®n sobre la puesta en escena de David Hare y la actuaci¨®n de Vanesa Redgrave. S¨®lo hay una silla com¨²n y corriente sobre las tablas y un tel¨®n de fondo gris que, por dos veces en el curso de la obra -en dos momentos particularmente fronterizos de la evocaci¨®n de aquellas muertes- cae de golpe y es sustituido por otros dos lienzos con matices de gris m¨¢s oscuro que el primero. La luz es casi siempre mortecina, salvo en breves momentos en que el personaje, abandon¨¢ndose a un recuerdo tierno o risue?o, parece vivir par¨¦ntesis de paz en su convulso mon¨®logo.
En verdad todo lo que ocurre tiene lugar en las manos, los ojos, la boca, el cuerpo y los movimientos -casi siempre m¨ªnimos y a menudo al borde de lo imper-ceptible- de la actriz. Las pocas veces que se levanta de la silla y los segundos que permanece de pie es como si un viento huracanado sacudiera la sala y fuera a arrastrar el teatro entero en un torbellino infernal. Pero, al instante, con un simple adem¨¢n silente y lento, la tempestad se calma y subsume en la voz de la mujer que prosigue, incansable, dando vueltas en ese remolino de desesperaci¨®n del que, lo sabemos tan bien como ella, nunca m¨¢s saldr¨¢.
No s¨®lo las palabras hablan por su boca; tambi¨¦n las s¨ªlabas, las letras, los puntos y las comas. Y, sobre todo, los silencios son de una locuacidad extraordinaria y acaso cuando ella calla y clava su mirada en el vac¨ªo es cuando los espectadores se sienten m¨¢s desamparados y nulos, convertidos ellos tambi¨¦n en vac¨ªo.
Siempre me pareci¨® Vanessa Redgrave una actriz fuera de serie, incluso en aquellas pel¨ªculas de segundo orden que hac¨ªa a veces, me imagino, m¨¢s por razones alimenticias que vocacionales. Pero, a diferencia de otras actrices, es para m¨ª imposible recordar una pel¨ªcula u obra de teatro en que su actuaci¨®n fuera mala o aun deficiente. Siempre enriqueci¨® lo que hac¨ªa a?adiendo con su actuaci¨®n una hondura y verdad a personajes que eran anodinos y superficiales. En los a?os sesenta, la vi muy de cerca, en las manifestaciones contra la guerra de Vietnam que ella siempre encabezaba, con Tariq Al¨ª, en el swinging Londres, embutida en unos pantalones vaqueros y con una cola de caballo que el viento mec¨ªa. Dentro de los grupos y grup¨²sculos de izquierda, ella tuvo el buen gusto de no ser nunca estalinista. Si no recuerdo mal, militaba en una secta trotskista que lideraba su hermano y ten¨ªa apenas un pu?adito de militantes. Y en todos estos a?os ha seguido siendo fiel a sus convicciones de juventud, lo que le depar¨® a veces problemas, como su solidaridad con los palestinos, por los que alguna vez fue objeto de boicot en los Estados Unidos.
Hac¨ªa a?os que no la ve¨ªa en un escenario y es notable lo joven que parece todav¨ªa, quiero decir lo insegura, vulnerable, vacilante que por momentos finge ser con tanta veracidad y fuerza contagiosa, para, unos instantes despu¨¦s, en funci¨®n de los grandes vaivenes temporales y de ¨¢nimo a que la obliga su personaje, revelar su larga experiencia, su sabidur¨ªa, su seguridad, su dominio tan absoluto de ese espacio al que su genio, antes que el texto, vuelve m¨¢gico.
La literatura, la m¨²sica, una exposici¨®n pueden enriquecer la vida, intensific¨¢ndola y sensibiliz¨¢ndola de manera profunda, transportando a lectores, oyentes o espectadores a unos niveles de percepci¨®n y comprensi¨®n del mundo, de las relaciones humanas, de los sentimientos, que, adem¨¢s de hacerlos gozar, los vuelven m¨¢s l¨²cidos respecto a las insuficiencias e imperfecciones de que est¨¢n rodeados. Pero probablemente ninguna otra experiencia art¨ªstica tenga un efecto tan poderoso sobre el ¨¢nimo y la conciencia del ser humano como una gran representaci¨®n teatral. Porque ¨¦ste es el mejor simulacro que existe de la vida, el que se le parece m¨¢s, pues est¨¢ hecho de seres de carne y hueso que, por el tiempo que dura esa otra vida que transcurre en el escenario, viven de verdad aquello que hacen y dicen, y lo viven, si tienen el talento y la destreza debidas, de una manera que nos fuerza a nosotros, los espectadores, a vivirlo con ellos, saliendo de nosotros mismos, para ser otros, tambi¨¦n m¨¢gicamente, que es la mejor manera que se ha inventado para vernos mejor y saber c¨®mo somos. Gracias, Vanessa Redgrave.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SL, 2008. ? Mario Vargas Llosa, 2008.
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