De parias a h¨¦roes
En los ¨²ltimos ocho a?os me he encontrado en varias ocasiones con estadounidenses fuera de su pa¨ªs. Me han recordado a los surafricanos blancos cuando sal¨ªan de viaje en tiempos del apartheid. Sent¨ªan verg¨¹enza al ense?ar sus pasaportes. Uno los conoc¨ªa en un bar y a veces ment¨ªan al ser preguntados de d¨®nde eran. Dec¨ªan que eran neozelandeses o australianos.
Algo parecido ha ocurrido con muchos ciudadanos de Estados Unidos durante los a?os de Bush. Se han sentido parias, avergonzados de su Gobierno, conscientes de que el resto del mundo considera que la pol¨ªtica exterior de su pa¨ªs ha sido una plaga para el mundo, guiada no por la madurez y la responsabilidad sino por un esp¨ªritu adolescente, paranoico, provinciano y bravuc¨®n.
Al conocer por primera vez a viajeros estadounidenses en Barcelona, en Londres o en Ciudad del Cabo estos ¨²ltimos a?os lo habitual ha sido detectar en ellos un cierto nerviosismo defensivo. Les ha costado iniciar una conversaci¨®n sin primero aclarar que ellos no votaron por Bush, que nadie en el mundo les parec¨ªa m¨¢s bobo o aborrecible. Una vez recuerdo que le pregunt¨¦ a un escritor de Nueva York, de unos 50 a?os, a qui¨¦n detestaba m¨¢s, a Bush o a Osama Bin Laden. M¨¢s que ofendido, respondi¨® con rabia. "Are you kidding? Are you kidding?" ?Est¨¢s bromeando? ?Est¨¢s bromeando? No lo estaba, le confes¨¦, un poco aturdido por lo que de repente entend¨ª haber sido el mal gusto de mi pregunta, ya que hab¨ªa transcurrido menos de un a?o desde el ataque a las Torres Gemelas de su ciudad. Pero no. Me hab¨ªa equivocado. Su respuesta a mi pregunta, tan obvia como correcta para ¨¦l, era que detestaba mucho m¨¢s a su presidente que al terrorista.
Hoy esta misma gente, de la que el se?or neoyorquino representaba quiz¨¢ una excesiva caricatura, se siente profundamente orgullosa. Sienten que han emergido de un largo, oscuro y sucio t¨²nel a la luz cristalina del d¨ªa. Algo parecido a lo que sintieron muchos surafricanos blancos cuando Mandela gan¨® las elecciones presidenciales de 1994. Varios comentaristas han sugerido que la victoria presidencial de Barack Obama representa "el momento Mandela" de Estados Unidos. Con lo que quieren decir que, de golpe, un amplio sector de la poblaci¨®n norteamericana ha remplazado una opresiva sensaci¨®n de culpa con una euforia liberadora.
Es un doble triunfo el que est¨¢n saboreando hoy. Primero, el haber expulsado a los fundamentalistas republicanos de la Casa Blanca. Segundo, el haber elegido como presidente a un hombre que no s¨®lo es patentemente brillante, medido y carism¨¢tico, sino que es negro de padre africano. Una declaraci¨®n de intenciones m¨¢s elocuente, una manera m¨¢s optimista y tajante de cortar con el pasado reciente, imposible.
Ahora ser¨¢n los que no votaron por Obama los que mentir¨¢n cuando viajen al exterior. Dir¨¢n que s¨ª lo hicieron.
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