En la corte del rey yoruba
Las biograf¨ªas de veteranos de los salvajes a?os 60 constituyen todo un subg¨¦nero editorial. Abundan en el campo del rock pero, ay, escasean en la m¨²sica negra. Por eso, me deleito con Still grazing, las memorias del trompetista sudafricano Hugh Masekela, publicadas por Three River Press en Nueva York.
Hoy, la imagen de Masekela se diluye en la epopeya de la lucha contra el r¨¦gimen de Pretoria: exiliado en 1960 y casado con la ic¨®nica Miriam Makeba, compuso el himno Bring him back home en respuesta a una carta del encarcelado Nelson Mandela.
Pero tambi¨¦n Masekela estuvo en el meollo de la contracultura. Su trompeta suena en So you want to be a rock and roll star, la sarc¨¢stica visi¨®n del negocio musical que The Byrds sacan en 1967. Tambi¨¦n brilla en el Monterey Pop Festival (y es celebrado en Monterey, la cr¨®nica cantada de Eric Burdon). Su radiante Grazing in the grass refleja el optimismo de aquellos d¨ªas.
Hugh Masekela retrata a Fela Kuti como un p¨ªcaro y un proxeneta
En 1974, Hugh participa en la organizaci¨®n de Rumble in the jungle, el concierto que precede al duelo entre Muhammad Ali y George Foreman en Kinshasa. Asombra que se rechace a Miles Davis, que se ofrece a tocar, por "demasiado vanguardista". Divierte ver a Mick Jagger ofendido al ser recibido desnudo por el promotor del combate, Don King, interrumpido en una org¨ªa en su hotel neoyorquino.
El vuelo de los artistas al Zaire es inolvidable. James Brown exige tratamiento de realeza y copa la primera clase con su s¨¦quito, aunque el piloto ruega que todos los viajeros, para equilibrar el peso de equipo e instrumentos, ocupen asientos de clase tur¨ªstica. Cuando el avi¨®n hace escala en Madrid, el modoso Bill Withers compra una daga toledana; una vez en el aire, amenaza con ella al Padrino del Funk y consigue que se instale con el resto de los m¨²sicos.
Masekela vive asombrosas aventuras en ?frica, donde se le celebra por su doble condici¨®n de "hermano que ha triunfado en EE UU" y s¨ªmbolo de la resistencia al apartheid. Esquiva los siniestros caprichos de d¨¦spotas de izquierdas y derechas, pero no est¨¢ preparado para la experiencia de tratar con Fela Kuti.
En el imaginario occidental, se ha fijado a Fela como paradigma del profeta africano. Las observaciones de Masekela le retratan m¨¢s bien como un p¨ªcaro. Y un proxeneta: nada m¨¢s llegar a Lagos, proporciona chicas a Hugh y su productor. La vida en su Rep¨²blica de Kalakuta parece una comedia sexual: en cuanto Fela va al retrete, sus esposas se pelean por recibir all¨ª sus favores sexuales. Como la corte de un reyezuelo: no falta el l¨¢tigo para castigar transgresiones y un gallinero reconvertido en prisi¨®n.
Tampoco se puede descartar una dosis de teatro nigeriano. El Fela de Still grazing ama las bromas pesadas: invitado por el director de Decca en Lagos, se presenta con cien personas, que arrasan su casa y humillan a su mujer. Masekela finalmente consigue actuar con Fela en su local, The Shrine, una experiencia musical suprema. Pero el p¨²blico se r¨ªe de ¨¦l. Cuando deja el escenario se entera de que Fela, usando su impenetrable pidgin, se ha estado burlando de ¨¦l, present¨¢ndolo como un paleto, un pringadillo.
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