El optimismo de la decadencia
C¨®mo se cae as¨ª? As¨ª se cae: cami¨®n de frente, ruido de neum¨¢ticos sobre las piedras y auto que rueda. Por el abismo: cae. Mullido entre las hojas, entre los ¨¢rboles, entre las piedras: el auto cae. Las piedras pl¨¢cidas, las hojas suaves, las ramas secas, rebota y cae. La ni?a, en el asiento trasero, despierta a ese mundo novedoso, al gemido blanco del accidente, a los vagidos de los otros seres: su hermana, su t¨ªo, el amigo de su t¨ªo, las novias de los hombres. Despierta en plena ca¨ªda: despierta y cae.
Y, cuando deje de caer, la ni?a de cinco a?os se habr¨¢ roto el f¨¦mur.
Pasar¨¢ un mes y medio en cama, la pierna rota, sin poder dormir, sin poder comer, el pelo cay¨¦ndose a mechones. Escuchar¨¢, una y otra vez, el ruido que no pudo escuchar -porque dorm¨ªa: el ruido de neum¨¢ticos sobre las piedras- y sentir¨¢, cada vez, que un ala de v¨¦rtigo le afloja el cuerpo. Un d¨ªa llegar¨¢, hasta su cuarto, una curandera (una mujer que cura con palabras), y le har¨¢ cruces, y dir¨¢ su nombre -"Lucrecita, Lucrecita, Lucrecita"- y la ni?a, por primera vez despu¨¦s de mucho tiempo, dormir¨¢.
"En un mundo en el que la injusticia y la pobreza est¨¢n concebidas como parte del sistema, la decadencia es una esperanza"
"No fue tan terrible. En Cannes abuchear una pel¨ªcula o aplaudirla forma parte del folclore. Si uno no acepta eso, est¨¢ errando de profesi¨®n"
-Durante a?os, si escuchaba el ruido de las piedras bajo los neum¨¢ticos de un auto, sent¨ªa una sensaci¨®n de horror, de v¨¦rtigo. Sin embargo el recuerdo que tengo del accidente es un recuerdo hermoso. El auto iba cayendo y pasaban hojas y piedras por el parabrisas. Era
... es una imagen bell¨ªsima. Un recuerdo en c¨¢mara lenta.
La ni?a crecer¨¢, ser¨¢ directora de cine, har¨¢ tres pel¨ªculas -La ci¨¦naga (2001); La ni?a santa (2002); La mujer rubia (2008)- y en todas habr¨¢ una ca¨ªda o una muerte o una ca¨ªda y una muerte. Pero nunca se ver¨¢ a esos cuerpos morir, a esos cuerpos caer. S¨®lo se escuchar¨¢ el estr¨¦pito: el ruido inolvidable de algo que abandona la fuerza de gravedad.
En las pel¨ªculas de Lucrecia Martel, la muerte y la ca¨ªda son cosas que pasan fuera de cuadro. Cosas que resultan aterradoras porque, precisamente, no se ven.
La casa es antigua y balconea, curva, sobre una esquina del barrio de Villa Crespo, Buenos Aires. En la sala hay un sof¨¢ y tres sillones blancos en torno a una mesa baja. Sobre la mesa, una botella de vino, una caja de habanos, espray para el asma y un pasaporte argentino. En uno de los sillones -el pelo largo, anteojos de no ver como si fueran adorno- Lucrecia Martel, fuma un habano.
-Prefiero toscanos, pero ahora s¨®lo tengo estos. Cigarrillos no, por el asma.
Es la directora de La mujer rubia, pel¨ªcula producida por El Deseo, la productora de Pedro Almod¨®var, que se estrenar¨¢ el 28 de noviembre en Espa?a y se ver¨¢ el 22 en la secci¨®n oficial del Festival de Gij¨®n. Nacida en 1966 en la ciudad de Salta, capital de la provincia del mismo nombre, noroeste argentino, es hija de un estudiante de ingenier¨ªa qu¨ªmica -Fernando- y una estudiante de filosof¨ªa -Olga Lucrecia- que tuvieron, en menos de una d¨¦cada, siete hijos: tres mujeres, cuatro varones.
-Tuve una infancia feliz, con un padre que era muy madre, una madre sin ning¨²n sentido com¨²n, y una abuela contadora de cuentos de terror que yo adoraba. Mir¨¢, esta foto la sac¨® mi viejo.
La foto: ventana abierta, luz de verano y, en la habitaci¨®n, sobre dos camas unidas, las manos en las manos, los muslos en los muslos, duermen seis de los siete hermanitos Martel.
-Nos hab¨ªamos quedado viendo una pel¨ªcula de terror y nos fuimos a dormir espantados, as¨ª que juntamos las camas. Ten¨ªamos una abuela, Nicolasa, que nos contaba cuentos terror¨ªficos. Hace a?os, cuando uno de mis hermanos ten¨ªa veinticinco, me qued¨¦ a dormir en su casa y vi que, para subir a la cama, ¨¦l corr¨ªa y pegaba un salto. Yo hago lo mismo y le pregunt¨¦: "?Por qu¨¦ hac¨¦s eso?". Y me dijo: "Soy un boludo. Todav¨ªa le tengo miedo a la mano peluda". La mano peluda era uno de los cuentos que nos contaba la abuela, una mano peluda que sal¨ªa de abajo de la cama.
Se cri¨® en un universo de siestas laxas, de caza y de pesca, de juegos en la calle hasta altas horas de la noche. Se cri¨® con una madre -sin sentido com¨²n- que no ve¨ªa problema en que a los cinco a?os la ni?a quisiera ir al kinder con los zapatos de su padre y una escopeta de juguete en bandolera o que a los trece se presentara en el colegio disfrazada de cowboy.
-Yo lideraba el grupito de mis hermanos. Jugu¨¦ con ellos hasta que cumpl¨ª quince, haciendo cosas que hacen las personas de diez. Adem¨¢s, le¨ªa. Empec¨¦ a los nueve, cuando mi abuela me llev¨® a comprar un regalo y yo eleg¨ª un rev¨®lver y el Quijote para chicos. Nunca m¨¢s dej¨¦ de leer.
En las pel¨ªculas de Lucrecia Martel los ni?os juegan, los ni?os duermen la siesta, los ni?os cazan y rezan. Pero nunca leen.
En la sala de la casa antigua y curva hay, tambi¨¦n, muebles a?osos y, sobre esos muebles, pipetas, cajas que dicen cloruro de etilo, frascos de productos qu¨ªmicos sin productos qu¨ªmicos.
-Tengo muchas cosas relacionadas con la medicina. Yo pens¨¦ que iba a estudiar algo relacionado con el mundo cient¨ªfico. Cuando cumpl¨ª quince mi pap¨¢ me regal¨® un telescopio y la astronom¨ªa empez¨® a ser un plan posible. A esa edad dej¨¦ de creer en Dios. Un d¨ªa estaba rezando y de pronto mir¨¦ y dije: "No, no hay nadie, no le estoy rezando a nadie". Yo les dec¨ªa a los curas confesores lo que me hab¨ªa pasado y no le daban importancia. Cuando termin¨¦ el colegio estaba confundida. Quer¨ªa estudiar medicina forense, bal¨ªstica, astronom¨ªa, ingenier¨ªa qu¨ªmica, zootecnia. Mi pap¨¢ hab¨ªa comprado una camarita y yo me pasaba horas filmando a mi familia, pero lo que me fascinaba era el funcionamiento. No hab¨ªa nada art¨ªstico ah¨ª. No deja de asombrarme c¨®mo, durante a?os, jam¨¢s se me pas¨® por la cabeza que el cine era una posibilidad. S¨ª lo hab¨ªa imaginado a los diez, pero despu¨¦s ya no.
-?Y despu¨¦s qu¨¦ pas¨®?
-No s¨¦. Ser¨¢ que hay cosas que uno piensa que son s¨®lo para la infancia y despu¨¦s descubre que eso, precisamente, era la vida adulta. A los diecinueve me mud¨¦ a Buenos Aires para estudiar comunicaci¨®n social. Paralelamente, empec¨¦ a estudiar dibujos animados, y despu¨¦s cine.
El mundo de las im¨¢genes se abri¨® camino en ella con fuerza inesperada. Trabaj¨® en canales de televisi¨®n, rod¨® documentales y cortometrajes y uno de ellos, Rey muerto (1995), fue incluido en Historias breves, un filme colectivo en el que participaron varios directores -Bruno Stagnaro, Adri¨¢n Caetano, Sandra Gugliotta- que despu¨¦s ser¨ªan parte del llamado "nuevo cine argentino".
-Contagiada por el entusiasmo de mis compa?eros, que sent¨ªan que el pr¨®ximo paso l¨®gico era el largometraje, reun¨ª apuntes viejos y arm¨¦ un gui¨®n.
Y el gui¨®n se transform¨® en pel¨ªcula, y la pel¨ªcula fue una revelaci¨®n instant¨¢nea, una luminosa perturbaci¨®n que dibuj¨® para siempre la geograf¨ªa de sus intereses, que se estren¨® en 2001 y que se llam¨® La ci¨¦naga.
La historia de La ci¨¦naga es una historia simple. Mecha, una mujer de clase alta, pasa el verano en una casa de los cerros salte?os junto a sus empleadas dom¨¦sticas, su marido y una difusa cantidad de hijos. La pel¨ªcula comienza con la imagen de una mano femenina que, temblorosa, sirve vino y chorrea buena parte fuera de los vasos. Despu¨¦s, un paneo sobre restos humanos vivos: hombres y mujeres atontados por el alcohol, recostados junto a una piscina de aguas infectas (siempre hay piscinas en las pel¨ªculas de Martel). Mecha camina entre ellos recogiendo vasos, ebria, y resbala, y cae. Se escuchan el impacto del cuerpo, el ruido de los vidrios (la muerte y la ca¨ªda: cosas que suceden fuera de cuadro) y la voz de su marido que, sin moverse, murmura: "Mechita, levantate que va a llover". En el piso, el r¨ªo de sangre empieza a mezclarse con el vino barato.
-Muchos me dijeron que La ci¨¦naga es una pel¨ªcula sobre la decadencia. Yo veo con mucho optimismo lo decadente. Si estuvi¨¦ramos en un mundo con un sistema de valores extraordinario, la decadencia ser¨ªa un peligro. Pero en un mundo en el que la injusticia y la pobreza est¨¢n concebidas como parte del sistema, la decadencia es una esperanza.
Convaleciente de sus heridas -leves-, Mecha recibe la visita de su prima Tali, que llega acompa?ada por su propia ristra de hijos. La historia avanza empujada por las conversaciones a la deriva de estas dos mujeres, en las que se filtra una desesperaci¨®n sin l¨ªmites pero sin declamaciones, un hartazgo sin pancartas. En medio de eso, los ni?os y los adolescentes juegan o bailan, cazan o pescan, duermen o rezan mientras el deseo circula como una fuerza arterial y monta escenas de turbaci¨®n suave, como aquella en la que el hijo veintea?ero de Mecha entra al ba?o mientras su hermana de diecis¨¦is se ducha y desliza un pie embarrado -lavar el pie: esa inocencia- en la ba?era, y roza, apenas, el tobillo de la chica que protesta sin convicci¨®n: "Sal¨ª, sal¨ª".
-Si te asom¨¢s a una familia sin que nadie te diga qui¨¦n es qui¨¦n empez¨¢s a ver cosas que parecen perturbadoras pero est¨¢n en todas las familias. Hay hijas que parecen m¨¢s esposas que hijas, hermanas que parecen m¨¢s novias que hermanas. El deseo se mueve por su propio hilo. Es algo que irradia una persona involuntariamente y que se conecta involuntariamente con otra persona. No es una previsi¨®n moral.
Familias encharcadas en el deseo y la decadencia, la religiosidad popular como una forma de la superstici¨®n, las obsesiones y los folclores intrafamiliares, el registro impecable de la oralidad provinciana, ni?os que parecen entender el mundo mejor que los adultos y adultos mustios, agobiados por el peso de una edad que les resulta amarga: todo eso estaba ya en La ci¨¦naga (que gan¨® el premio Alfred Bauer a la mejor ¨®pera prima en el Festival de Berl¨ªn en 2001, festival cuyo jurado integrar¨ªa Martel en 2002) y segu¨ªa estando all¨ª cuando, tres a?os despu¨¦s, film¨® su segunda pel¨ªcula, La ni?a santa. En La ni?a santa el universo familiar est¨¢ reducido al m¨ªnimo: una adolescente llamada Amalia y su madre viven en un hotel -ubicado, claro, en una ciudad salte?a- en el que se realiza una convenci¨®n de otorrinolaring¨®logos. Amalia asiste a clases de catequesis y empieza a preguntarse acerca de la vocaci¨®n religiosa: acerca de c¨®mo reconocer el llamado de Dios. Un d¨ªa, sin saber qui¨¦n es ella, uno de los m¨¦dicos, Jano, la roza con toda intenci¨®n en medio de una multitud que observa a un m¨²sico callejero. Desde ese momento, Amalia decide que su vocaci¨®n consiste en salvar a ese hombre hacia quien la empuja un deseo de salvaci¨®n, pero tambi¨¦n un deseo incendiario que exorciza como puede: exprimi¨¦ndolo hasta la ¨²ltima gota en la soledad de las camas de hotel, espiando al doctor en la piscina, enferm¨¢ndose de fiebres para ser atendida por el hombre al que hunde, el hombre que va a hundirla.
-A los adultos nos aterra que los ni?os deseen. Pero por qu¨¦ motivo la humanidad se siente m¨¢s tranquila negando la sexualidad de los ni?os, como en otra ¨¦poca lo hizo con las mujeres o con los esclavos.
En 2004, La ni?a santa compiti¨® en la selecci¨®n oficial Festival de Cannes (cuyo jurado Martel integrar¨ªa en 2006). Ese a?o, cuando se estren¨® en la Argentina, Lucrecia Martel tuvo que repetir, una y otra vez, que La ni?a santa no era -no es- una pel¨ªcula sobre el abuso sexual.
En la sala de la casa antigua y curva hay, tambi¨¦n, faroles a queros¨¦n, libros, un enorme cuadro blanco y barcos de madera: peque?os, grandes, r¨²sticos: veleros, botes y jangadas.
-Me gustan los barcos porque tienen relaci¨®n con las estrellas. Porque la historia de la navegaci¨®n es, tambi¨¦n, la historia de la astronom¨ªa.
En un entrepiso de madera hay una cinta para correr, una biblioteca, un cordel del que cuelgan papeles que son apuntes para el gui¨®n de El Eternauta, la historieta del argentino H¨¦ctor Germ¨¢n Oesterheld, desaparecido durante la dictadura militar en la Argentina, que quiz¨¢s se transforme en su pr¨®ximo filme.
-El Eternauta habla de la invasi¨®n y la destrucci¨®n de Buenos Aires, y de la transformaci¨®n de los ciudadanos en sobrevivientes. De una ciudad que deja de ser una ciudad y se transforma en otra cosa. Y para m¨ª eso es el atractivo.
Las pel¨ªculas de Lucrecia Martel est¨¢n repletas de naturalezas dobles: cosas que son lo que son y profundamente lo contrario. Ni?as que son como mujeres, sentimientos religiosos que son formas elevadas de la lujuria, ciudadanos comunes que replican m¨¦todos de perfectos asesinos. En una de las primeras escenas de La mujer rubia (su ¨²ltima pel¨ªcula, La mujer sin cabeza en el original) la c¨¢mara permanece inmutable, clavada en el perfil -rubio- de Ver¨®nica, una odont¨®loga salte?a que conduce su autom¨®vil por un camino de tierra desolado. En la radio suena una canci¨®n vieja y alegre cuando sobreviene un ruido ancho, aterrador (la muerte y la ca¨ªda: cosas que suceden fuera de cuadro) y el auto corcovea. El rostro de Ver¨®nica se descompone. Baja la velocidad. Se detiene. Respira, aferrada al volante. Y, segundos m¨¢s tarde, sin dudarlo, pone el auto en marcha y se va. Sin mirar atr¨¢s, sin saber si ha atropellado a un hombre o a un perro, sin saber si ha herido o si ha matado: se va. En los d¨ªas que siguen la traga el desconcierto: duerme en un hotel, no habla con nadie, atiende su consultorio como un zombi. En alg¨²n momento le dice a su marido: "Mat¨¦ a alguien en la ruta. Me parece que atropell¨¦ a alguien". Lo que sigue es el fin de la inocencia: no importa qu¨¦ es lo atropellado, sino qu¨¦ est¨¢ dispuesta a hacer, y a consentir que otros hagan por ella, para olvidarlo. La mujer rubia se estren¨® en septiembre de 2008 en la Argentina y, aunque obtuvo cr¨ªticas estupendas, cuando se present¨® en el festival de Cannes en mayo de este a?o fue abucheada durante la funci¨®n de prensa.
-No fue tan terrible. En Cannes abuchear una pel¨ªcula o aplaudirla de pie forman parte del folclor. Si uno no acepta eso como regla de juego, est¨¢ errando de profesi¨®n. A algunas personas les va a gustar, a otras no, y quiz¨¢s aqu¨¦llas a quienes no les guste sean personas muy expresivas.
En la casa antigua -en la sala curva- hay, tambi¨¦n, sillones de odont¨®logo, viejos, r¨ªgidos, lejanamente aterradores. Y un hogar a le?a y una m¨¢quina de coser, y pilas de latas de pel¨ªcula y, sobre todo, esto: un artefacto de dentista: una m¨¢quina desmesurada, antigua. Algo monstruoso cuyos brazos de pulpo terminan en lupas y en espejos de aumento y en tarimas para apoyar sacamuelas que Lucrecia Martel utiliza para esto: para apoyar el tel¨¦fono.
-Me fascinan las cosas de los dientes. La boca es el lugar de las palabras, el lugar de lo m¨¢s evolucionado del pensamiento. Y dentro de un instrumento tan civilizado est¨¢n los dientes, que son tan brutales y tan salvajes.
El deseo y la religi¨®n, los ni?os adultos y los adultos ni?os. Las familias, su absoluta viceversa.
-La boca parece, realmente, el lugar donde reside la doble naturaleza.
La doble, dice Martel, naturaleza humana.
La mujer rubia se proyectar¨¢ fuera de competencia en la secci¨®n oficial del Festival de Gij¨®n el d¨ªa 22 de noviembre. En el marco del festival se realizar¨¢ tambi¨¦n un homenaje a su directora, que incluye la proyecci¨®n de La ci¨¦naga, La ni?a santa y La mujer rubia, y la publicaci¨®n de un libro, coordinado por el periodista argentino Marcelo Panozzo, titulado La propia voz. El cine sonoro de Lucrecia Martel. La mujer rubia se estrenar¨¢ en salas espa?olas el pr¨®ximo d¨ªa 28.
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