Narrativa, realidad y crisis
Aplaudimos a los estadounidenses que escriben sobre Vietnam y denostamos a los espa?oles que rememoran el franquismo. ?Por qu¨¦ es tan dif¨ªcil aqu¨ª contar el pasado inmediato o lo m¨¢s duro del presente?
Asistimos, en los ¨²ltimos a?os, a un aut¨¦ntico boom de la novela basada en ficciones ambientadas en espacios hist¨®ricos remotos, en tramas vinculadas a enigmas religiosos o en supuestos misterios relacionados con la vida m¨¢s o menos oculta de conocidos personajes de otras ¨¦pocas. No hay m¨¢s que entrar en cualquier librer¨ªa, o en la secci¨®n correspondiente del hipermercado de turno y echar una ojeada a la mesa de novedades para advertir ese dominio casi apabullante. Otro tanto ocurre con las listas de los libros m¨¢s vendidos en el g¨¦nero narrativo.
Ese fen¨®meno responde, entre otras razones, a un doble impulso: de un lado, una creciente demanda, por parte del lector, de ficciones que le atrapen por unas horas -o por unos d¨ªas-, que le permitan vivir, con la imaginaci¨®n, una realidad distinta a una cotidianidad no siempre feliz; de otro, a la opci¨®n de algunas de las grandes editoriales por responder a esa demanda con una literatura asequible, c¨®moda de leer y, a la vez, exenta de conflicto. Ambos factores, junto a una justificada y razonable expectativa de negocio, se a¨²nan para dar lugar a una situaci¨®n dif¨ªcil o, cuanto menos, nueva y de desarrollo imprevisible, para lo que hemos venido en denominar literatura de calidad.
La mejor literatura del siglo XX tuvo la mirada puesta en la realidad social y sus conflictos
Es falso que el p¨²blico s¨®lo quiera evasi¨®n; ah¨ª est¨¢ el ¨¦xito de 'Los girasoles ciegos'
Esa tendencia, que ha llegado a tentar, incluso, a significados narradores con una trayectoria esencialmente literaria y a editoriales que hab¨ªan hecho de la innovaci¨®n est¨¦tica y del rigor literario sus se?as de identidad, expresa una opci¨®n tem¨¢tica cuyo elemento de fondo es el alejamiento de los conflictos de la vida real, la elusi¨®n del presente y la reconstrucci¨®n, con m¨¢s o menos fortuna hist¨®rica, de espacios temporales remotos. Tal opci¨®n, a veces te?ida de modernidad y a veces acompa?ada de la descalificaci¨®n de cualquier forma de narrativa comprometida, contrasta con la experiencia vivida en otras literaturas occidentales.
Hoy, cuando la crisis financiera mundial comienza a mostrarse en la econom¨ªa real, en la vida cotidiana de nuestros barrios y ciudades, no ser¨ªa malo recordar c¨®mo la mejor literatura del siglo XX tuvo la mirada puesta en la realidad y en sus conflictos. El crack del 29 y la Gran Depresi¨®n que vivi¨® la sociedad norteamericana de los primeros a?os 30 tuvo una proyecci¨®n de gran calado en la narrativa de Steinbeck o Dos Passos, en las novelas de Scott Fitzgerald o de Nathanael West, incluso en el costumbrismo de Sinclair Lewis o en la honda complejidad de Faulkner. Los j¨®venes airados (la generaci¨®n Angry young men: Burgess, Amis, Sillitoe) de la narrativa brit¨¢nica de los cincuenta/sesenta, tuvieron en la realidad inglesa de su tiempo, en las contradicciones de una generaci¨®n surgida tras la etapa de estabilizaci¨®n que sucedi¨® a la Segunda Guerra Mundial, el caldo de cultivo esencial de sus novelas. Recordar la Italia de posguerra y los v¨ªnculos existentes entre la novela de entonces y la realidad cotidiana de un pa¨ªs con enormes dificultades sociales y econ¨®micas y en fase de construcci¨®n de la democracia tras largos a?os de fascismo ser¨ªa una obviedad. Y no es descabellado pensar que la mejor narrativa del dirty realism americano de los a?os ochenta, con Carver, Tobias Wolff o Richard Ford a la cabeza, ten¨ªa mucho que ver con la voluntad de acercamiento a la Am¨¦rica que sufr¨ªa las consecuencias de la pol¨ªtica de recortes sociales de Ronald Reagan, una Am¨¦rica llena de personajes devastados por el paro, por la enfermedad, por la falta de horizontes.
Incluso hoy, podemos constatar el ¨¦xito (de cr¨ªtica y de lectores) que tienen novelas procedentes de otros pa¨ªses y lenguas en las que se aborda tanto la realidad presente (ah¨ª est¨¢ el Auster de Un hombre en la oscuridad) como, desde los m¨¢s diversos ¨¢ngulos, la memoria m¨¢s dura de Occidente, desde la experiencia de los campos bajo el nazismo hasta la guerra de Vietnam, mientras cierta cr¨ªtica y no pocos escritores denuncian, en Espa?a, una excesiva producci¨®n de "novelas sobre la guerra civil", de narraciones sobre la posguerra, y califican de superada la novela socialmente comprometida.
Lo cierto que es que la memoria inmediata de una sociedad que es capaz de polemizar vivamente por una ley como la de la Memoria Hist¨®rica y marcada todav¨ªa por las secuelas y herencias de quienes vivieron la guerra junto a los avatares de un presente dif¨ªcil, en el que perviven grandes incertidumbres y grandes humillaciones, son asuntos tratados s¨®lo excepcionalmente en nuestro panorama narrativo. Ah¨ª est¨¢ el inesperado ¨¦xito de Los girasoles ciegos, de Alberto M¨¦ndez. Tambi¨¦n el ¨²ltimo premio de la cr¨ªtica, Crematorio de Rafael Chirbes. Incluso alg¨²n joven narrador, como Isaac Rosa, se ha atrevido a proyectar una mirada no convencional aunque extremadamente cr¨ªtica sobre el tiempo de la dictadura en sus tres novelas publicadas en el ¨²ltimo lustro. Tambi¨¦n lo ha hecho Marta Sanz o, desde un planteamiento m¨¢s tradicional, Bel¨¦n Gopegui.
Sin embargo, s¨®lo se trata de islas. Porque el problema no es s¨®lo que la narrativa eluda las sevicias de hoy y la memoria de la guerra y de la inmediata posguerra, sino que todav¨ªa haya amplias zonas de opacidad en nuestra historia reciente en las que apenas ha indagado. Pienso en la cotidianidad de los cincuenta y sesenta del pasado siglo, en la vida -y la conciencia- de una sociedad adormecida conviviendo, en una paz ficticia, con c¨¢rceles llenas de presos pol¨ªticos, con la costumbre obligada del silencio, de la autocensura, del miedo. ?No es esa realidad parte de nuestra memoria y causa de nuestros miedos y complejos de hoy? ?Por qu¨¦ asumimos con normalidad, incluso con entusiasmo, que la ¨²ltima obra de Ian McEwan evoque las manifestaciones anti-guerra del Vietnam de sus protagonistas mientras calificamos de panfletario al narrador espa?ol que recobra la memoria de las luchas estudiantiles de los 60 o los grandes conflictos pol¨ªticos, sociales y laborales que abrieron grietas, en los 70, en el edificio del franquismo? Es llamativo, a ese respecto, que la novela espa?ola del medio siglo (Aldecoa, Mars¨¦, los Goytisolo, Benet, Isaac Montero, Garc¨ªa Hortelano) abordara, en unas condiciones extremadamente dif¨ªciles, la realidad de aquel tiempo y que hoy, cuando las condiciones para ello son sumamente favorables, el presente y el pasado inmediato no tengan quien los escriba. O s¨®lo unos pocos.
En ese contexto, en el que, adem¨¢s, asistimos a la presencia de grandes -en calidad y en volumen- novelas de autores for¨¢neos de corte y estructura tradicionales, es curiosa la apelaci¨®n que desde distintos foros se hace a la fragmentariedad, a una narrativa que se alimente de la experiencia diversa y arbitraria de la red, que renuncie a proyectar una luz cr¨ªtica sobre el presente, que destierre todo imaginario colectivo y todo intento de construir historias en aras de una postmodernidad que fue hija del mercado y el liberalismo extremo cuando el mercado, al menos en su forma m¨¢s "salvaje", est¨¢ siendo cuestionado tras el reciente crash incluso por sus m¨¢s fervientes defensores de anta?o.
?Tendr¨¢n la crisis econ¨®mica, y la memoria del franquismo m¨¢s gris, y el presente, en el futuro, quien desde la ficci¨®n literaria y desde el lenguaje revelador, los describa y escriba? ?sa es, quiz¨¢, una de las grandes preguntas de nuestra narrativa del presente. Y, seguramente, del futuro. En el siglo de Internet, del predominio de las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y de la comunicaci¨®n, de una sociedad del conocimiento cada vez m¨¢s sofisticada y extendida, de la omnipresencia de lo audiovisual, la demanda de una literatura de calidad, que incite a la reflexi¨®n, que se comprometa con la realidad y con la memoria, que sea mucho m¨¢s que un espacio para el entretenimiento, es, aunque suene a determinismo, una necesidad objetiva. Y un desaf¨ªo para los escritores del siglo XXI.
Manuel Rico es escritor. Autor de la novela Trenes en la niebla (2005).
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