Querida lectora
Esos dos ni?os muertos, Baby P (Londres) y Estefan¨ªa (Murcia), han logrado la ¨²nica haza?a que les permiti¨® su vida diminuta, abrirse paso entre el aluvi¨®n de noticias de la crisis econ¨®mica y dejar impresos sus nombres en esa lista de criaturas desgraciadas que mueren en manos de individuos de su propia familia. Las dos historias tienen un elemento perturbador en com¨²n: las madres no lo evitaron. Es un asunto del que poco se habla, roza poco menos que el tab¨². De hecho, en los viejos cuentos infantiles se invent¨® la figura de la madrastra para que el peque?o lector no tuviera pesadillas ante la idea de que las madres tambi¨¦n pueden abandonar a un hijo en el bosque. Nada nos aterroriza m¨¢s que imaginar que el instinto maternal, ese lazo que ya nadie niega entre la madre y su criatura, puede fallar y convertir a esa figura protectora en c¨®mplice de la desgracia o la muerte de un ni?o. Habitualmente, la inhibici¨®n de la madre en la defensa de los hijos suele explicarse de manera psicosociol¨®gica: el retrato de una familia desestructurada, con carencias econ¨®micas, bajo la vara de un individuo agresivo, que no suele ser el padre biol¨®gico, ante el que la madre no se atreve a rechistar. Pero no es cierto que sea ¨¦ste el ¨²nico escenario en el que una mujer renuncia a defender a sus hijos. Quien ha tenido oportunidad de hablar con adultos que pudieron sobrevivir al maltrato, sabe que estas cosas no siempre suceden en un estrato social bajo y no siempre la madre es tambi¨¦n v¨ªctima. En los reportajes que dan cuenta de estos sucesos se da nombre a la patolog¨ªa y la crueldad del abusador, pero no se suele indagar en la psicolog¨ªa de esa mujer que prefiere hacer que ignora lo que de sobra sabe.
Pero t¨², querida lectora, que lo viviste, sabes que el trauma ser¨ªa mucho m¨¢s llevadero si tu madre no se hubiera encogido de hombros.
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