El genio y el alma
Una generaci¨®n prodigiosa hizo memorable el cine de los setenta. Scorsese, Coppola, Spielberg, Allen, Schrader, De Palma mantienen sus poderosas se?as de identidad, son puro cine.
En aquella d¨¦cada aut¨¦nticamente prodigiosa del cine norteamericano que hizo memorables los a?os setenta, quer¨ªas creer que el talento y la personalidad de aquellos heterodoxos creadores que pose¨ªan universos tan variados como identificables ser¨ªa inagotable, que no se secar¨ªa nunca, que los autores seguir¨ªan pele¨¢ndose con los fenicios intereses de los peces gordos, los contables y los banqueros de Hollywood para mantener su integridad art¨ªstica, que la desgarrada certidumbre con la que Ginsberg iniciaba Aullido ("he visto a los mejores esp¨ªritus de mi generaci¨®n destruidos por la locura") no se cebar¨ªa con aquellos cachorros tan s¨®lidos, genuinos narradores de historias, herederos leg¨ªtimos de una tradici¨®n gloriosa.
Ridley Scott comenz¨® pariendo obras de arte. No he vuelto a reconocer esos dones. Mantiene otros, pero no me enamoran
Y celebras que a muchos de ellos, independientemente de que hayan sufrido bajones, crisis, fracasos, voluntarios o forzados exilios, caminos pasajeramente err¨¢ticos, no les abandonara la inspiraci¨®n, no lanzaran la toalla, sigan en activo pariendo un cine mejor o peor, pleno o fallido, pero en el que casi siempre se reconocen sus poderosas se?as de identidad, su estilo, sus obsesiones. Estoy hablando de Scorsese, Coppola, Spielberg, Allen, Schrader, De Palma, gente as¨ª, puro cine.
Pero te preguntas qu¨¦ ocurri¨® con Michael Cimino, el tipo que en una inmarchitable obra maestra titulada El cazador habl¨® con lirismo, sentimiento, ¨¦pica y lenguaje incomparable de la amistad y de la p¨¦rdida, del esplendor en la hierba y de su irreparable rotura, de la desolaci¨®n y de la supervivencia, del horror y del miedo, del suicidio lento y de la evocaci¨®n. Aquel derroche de sensibilidad y de emoci¨®n no pod¨ªa ser una impostura con suerte, un malentendido feliz, una casualidad. Hay mucha gente que reivindica La puerta del cielo como pel¨ªcula de culto, como un sue?o grandioso machacado por los viles productores, como epopeya tr¨¢gica. Yo, a excepci¨®n de su maravilloso arranque retratando la despedida de la juventud y alg¨²n momento y personaje recordable, no la soportaba ni entonces ni ahora, ni la masacrada versi¨®n que se exhibi¨® en el cine ni la parcialmente restaurada copia que ha salido en DVD. Me resulta enf¨¢tica, incomprensible, manierista, falsa. Hay bastantes cosas que me gustan en Manhattan Sur (todo lo referente al mafioso chino que interpreta admirablemente John Lone), pero me la arruina el narcisismo relamido del cargante Mickey Rourke, la inveros¨ªmil historia de amor de ese polic¨ªa racista con la periodista china, la acomodaticia mitificaci¨®n final de un h¨¦roe m¨¢s siniestro que complejo. El resto de la carrera de Cimino es simplemente lamentable.
La aparici¨®n de Walter Hill fue una de las mejores cosas que le ocurri¨® al cine de acci¨®n (o sea, al cine en el que ocurren cosas) en los setenta. Manejando la ¨¦pica urbana de los acosados guerreros que deben atravesar la selva nocturna de Nueva York para llegar a su casa de Coney Island en The warriors, buceando en el cine negro m¨¢s estilizado en Driver, creando tensi¨®n de altura en la terror¨ªfica La presa, acerc¨¢ndose al western con fuerza expresiva y para describir el anverso y el reverso de los hermanos James y de los hermanos Younger en Forajidos de leyenda, reinventando primorosamente y con f¨®rmula de musical rockero el viejo esquema del justiciero solitario, la diosa enamorada y el villano absoluto en Calles de fuego, retratando con humor del bueno el c¨ªnico colegueo entre un madero como manda el clasicismo y un ladr¨®n tan histri¨®nico como listo en Limite: 48 horas. Walter Hill era un director como los de toda la vida, dotando de atractivo cualquier g¨¦nero que abordara, con carnet de profesionalidad antes que de artista, como Hawks, como Walsh. A partir de ah¨ª se borr¨®, su cine posterior parece una caricatura pobre de todo lo anterior, rutinario, fofo, sin gracia. Pero no todo est¨¢ perdido. Ver su nombre como productor, guionista y dirigiendo alg¨²n episodio de la magn¨ªfica serie de televisi¨®n Deadwood supone una alegr¨ªa, una esperanza de resurrecci¨®n.
Ridley Scott, adem¨¢s de estajanovista (es raro el a?o en que no hace una pel¨ªcula), sigue siendo un triunfador total, alguien con cr¨¦dito ilimitado en la industria para rodar lo que le d¨¦ la gana, un productor que amortiza sus car¨ªsimas criaturas, un creador con prestigio duradero. Y habitualmente sus pel¨ªculas abordan tem¨¢ticas supuestamente importantes, poseen impecable factura visual, dispone de estrellas que conf¨ªan ciegamente en su magisterio, muestra infinito empe?o en hacer un cine "importante", en combinar el espect¨¢culo y la tesis. Yo las veo y las escucho bien, pero se me olvidan r¨¢pido. Las respeto, pero no me dejan poso, no me conmueven. No ser¨ªa alarmante en alguien que siempre hubiera realizado el mismo cine, con una carrera epid¨¦rmicamente brillante y que jam¨¢s descuida su leg¨ªtima atenci¨®n de la implacable taquilla.
El problema es que Ridley Scott comenz¨® pariendo obras de arte, tres pel¨ªculas que mantienen su hermosura y su poder de conmoci¨®n despu¨¦s de treinta a?os, que estaba capacitado para atraer a todo tipo de p¨²blico con un cine de aliento cl¨¢sico, sin tener que hacer concesiones o trampas. Su arranque fue inolvidable. Es el autor de la est¨¦tica y perturbadora Los duelistas, adaptaci¨®n magistral de un enigm¨¢tico relato de Conrad sobre dos oficiales del ej¨¦rcito napole¨®nico que pasar¨¢n su existencia en permanente desaf¨ªo por un concepto anacr¨®nico y feroz del honor mancillado. Nos hizo pasar tanto miedo como desasosiego cont¨¢ndonos en Alien el tenso espanto que provoca un depredador invulnerable en una nave espacial. Nos estremeci¨® en Blade runner con las l¨¢grimas destinadas a perderse en la lluvia de un robot letal que quiere tener recuerdos, que va a morir. La imaginer¨ªa visual de estas tres joyas, su hipnosis, su atm¨®sfera, su misterio, su po¨¦tica, tiene la huella de un autor apasionante. Aunque el tono hubiera bajado de intensidad, segu¨ªas reconociendo el enorme talento y la capacidad para transmitir emoci¨®n de Ridley Scott en La sombra del testigo y en Thelma y Louise. No he vuelto a reconocer esos dones. Mantiene otros, pero no me enamoran. ?Ser¨¢ verdad que el genio es irrecuperable cuando se ha vendido el alma?
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