Del burro a la avioneta
Si yo tuviera valor, maldita sea, elegir¨ªa otra vida. Una vida que se pareciera a la de Donna Leon, esa americana que vive en Venecia y escribe libros de un delicioso costumbrismo protagonizados por el comisario Brunetti. Siguiendo los pasos de Brunetti nos convertimos en paseantes privilegiados de una Venecia no tur¨ªstica. Donna Leon escribe en ingl¨¦s y no quiere ser traducida al italiano. Prefiere pasar desapercibida entre sus vecinos. Sus personajes son italianos pero hablan en ingl¨¦s. O sea, ha hecho exactamente lo que un escritor debe hacer: lo que quiere. A menudo, la gente me pregunta (en tono afirmativo) qu¨¦ tal mi agitada vida por Nueva York. Deber¨ªa dejar que el malentendido cundiera (por no decepcionar ni a mis amigos ni a mis enemigos), pero me temo que mi mundanismo nada tiene que ver con el brillo social. Lo que me gusta de vivir parte del a?o en el extranjero es que puedo escribir de mi barrio (de all¨ª) como me da la gana, hablar de esos pies de las americanas costrosos como percebes, de esos hippies viejos y desdentados que compran productos naturistas, de unas coreanas depiladoras que comen cucuruchos de caracoles tras depilar un chichi (sin pasar por el lavabo). Contar lo que veo sin miedo a ofender. Por algo ser¨¢ que lo que yo quer¨ªa, cuando comenc¨¦ periodismo, era ser corresponsal extranjero. Pero no para marcharme, no; yo lo que quer¨ªa era ser extranjera en mi propia ciudad. De todos mis amigos sabios, el hombre al que m¨¢s me gusta preguntarle sobre Espa?a es a William Chislett. Chislett lleg¨® a Madrid desde Oxford en los setenta como corresponsal del Times, ahora se dedica a hacer estudios para la Fundaci¨®n Elcano. Dice Chislett que en aquella Espa?a setentera el metro ol¨ªa a ajo y a sobaquillo espa?ol, pero, en vez de poner cara de malhuele (como esa musa hortera de Marc Jacobs llamada Victoria Adams), le tom¨® cari?o a nuestro pobre pa¨ªs y se qued¨® para asistir al cambio. En estos d¨ªas, el se?or Chislett anda cont¨¢ndolo en un tour por distintas universidades americanas; lleva bajo el brazo un trabajo sobre nuestros ¨²ltimos 30 a?os que ¨¦l salpica con sentido del humor. Por ejemplo, se ve a s¨ª mismo de joven corresponsal escuchando a un chistoso rey Juan Carlos dici¨¦ndole: "Me coronaron en un submarino. Porque en el fondo no soy un est¨²pido". Chislett cuenta c¨®mo nos ven otros. Los americanos, por ejemplo, siguen teniendo la idea de que nuestro pa¨ªs es el de la siesta y la fiesta, los toros y la pasi¨®n, algo que resulta tan atractivo como poco serio, a efectos de relaciones comerciales. Malentendidos que no ayuda a desbaratar una acci¨®n exterior cada vez m¨¢s dispersa. Pero seamos optimistas: ha subido el porcentaje de americanos que desear¨ªa casarse con un espa?ol/a. Siempre he pensado que los americanos y los espa?oles se complementan y se mejoran: ellos aportan la puerilidad; nosotros, el colmillo retorcido; eso lima ambos pecados. Pero Chislett no habla s¨®lo de impresiones, sus datos son el resultado de un estudio que intenta averiguar c¨®mo se percibe nuestro pa¨ªs desde fuera. Dentro de la colecci¨®n de viejos estereotipos (habl¨¢bamos atacando una paella neoyorquina) se podr¨ªa inscribir la pel¨ªcula catalana de Woody Allen. Es probable que si a los americanos les divierte tanto es porque es as¨ª como ellos nos perciben: las mujeres, tan pasionales, que est¨¢n para que las encierren; los hombres, unos sementales. Esa escena en la que el personaje de Bardem se acerca en un bar a dos extranjeras y les propone, sin andarse por las ramas, que se vayan con ¨¦l a hacer el amor a Oviedo me trajo un regusto de ese injustamente denostado g¨¦nero, el landismo. Bien es cierto que se las lleva a Oviedo en avioneta, lo cual es un signo de la evoluci¨®n de nuestro pa¨ªs; en una pel¨ªcula de Manolo Escobar que vi en Cine de barrio, don Manolo se las llevaba en burro (bien es cierto que estaban en Mijas). Aunque dicha avioneta s¨®lo alcanza la velocidad de un asno, porque el narrador asegura que volaron toda la noche para llegar al hotel Reconquista. De cualquier manera, el hecho de que una americana est¨¦ haciendo un m¨¢ster sobre identidad catalana y que la mirada de Allen sea tan par¨®dicamente ca?¨ª es un chiste es s¨ª mismo. Lo estupendo es que es una pel¨ªcula que te hace mucha m¨¢s gracia seg¨²n pasan los d¨ªas. Probablemente constituye la inauguraci¨®n de todo un g¨¦nero: la comedia con efecto retroactivo. De estas y otras cosas habl¨¢bamos con Chislett, ese ingl¨¦s que es tan ingl¨¦s que vive en Espa?a. Su casa, un hotelito de los a?os treinta en la Fuente del Berro, tiene un exterior espa?ol y el interior de un erudito ingl¨¦s: el retrato de un padre que fue veterano de la Primera Guerra (ah¨ª es nada), libros que empapelan las paredes y un gato que recorre las mesas. El calor de lo muy vivido. El gato de Chislett suele seguir a su amo por la calle. Quiere ser perro. Su amo quiere ser espa?ol. Los dos andan con esa libertad de los que eligen su lugar en el mundo. Yo aprecio siempre su punto de vista, como deber¨ªamos apreciar el de su amigo Mike Reid, el periodista de The Economist, que actu¨® con la envidiable distancia del extranjero.
Lo que me gusta de vivir parte del a?o en el extranjero es que puedo escribir de mi barrio (de all¨ª) como me da la gana
El gato de Chislett quiere ser perro. Su amo, espa?ol. Andan con la libertad de los que eligen su lugar en el mundo
A veces pienso que si yo fuera extranjera me encantar¨ªa Espa?a. L¨¢stima que no. -
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