Sida, ?Una enfermedad del siglo XIX?
I. Enigm¨¢tico origen
A Michael Worobey le gusta pensar que es arque¨®logo. En vez de desenterrar vestigios de una civilizaci¨®n pasada, husmea el rastro de los fragmentos de ADN f¨®sil dejado por el virus de la inmunodeficiencia humana (VIH), desde el misterioso momento en que salt¨® de la jungla africana para infectar al ser humano. La arqueolog¨ªa molecular tiene una parte de laboratorio y otra de campo, y por ello no est¨¢ exenta de peligros. Worobey viaj¨® al Congo por primera vez en el a?o 2000, como estudiante graduado del equipo del eminente bi¨®logo brit¨¢nico William Hamilton. El pa¨ªs estaba sumido en una guerra civil, pero el objetivo de Hamilton era analizar excrementos de chimpanc¨¦. El viaje le cost¨® la vida, pues contrajo un tipo de malaria hemorr¨¢gica que lo mat¨® poco despu¨¦s de regresar a Londres. Worobey tambi¨¦n result¨® herido. Se hinc¨® una hoja de palma en la mano y desarroll¨® una infecci¨®n en la sangre. Pero tuvo mucha m¨¢s suerte. Durante los tres siguientes a?os volver¨ªa un par de veces a los bosques de Kisangani (la antigua Stanleyville), buscando nidos de chimpanc¨¦.
Hurgar en los excrementos de mono puede ser provechoso. Despu¨¦s de casi un centenar de an¨¢lisis, Worobey y su equipo localizaron en 2004 los restos gen¨¦ticos del virus de la inmunodeficiencia simia (SIV) en los chimpanc¨¦s. Probaron, en cierta medida, que el SIV ya circulaba en las poblaciones de estos simios, pero que era gen¨¦ticamente muy distinto a las variantes del tipo de VIH humano predominante, del grupo M (responsable del 95% de las infecciones en el mundo). Estas diferencias asestaron un duro golpe a la hip¨®tesis que suger¨ªa que el virus hab¨ªa sido transmitido inadvertidamente a las poblaciones humanas en las campa?as de vacunaci¨®n oral contra la polio llevadas a cabo en ?frica -especialmente en el Congo entre 1957 y 1960-, ya que la vacuna estar¨ªa preparada con tejidos de chimpanc¨¦. El misterio del origen de la epidemia permanece. ?C¨®mo pudo suceder? ?Y cu¨¢ndo?
Una primera respuesta se ocult¨® en el interior de varios pedazos de h¨ªgado, bazo y cerebro pertenecientes a un chimpanc¨¦ hembra bautizada como Marilyn. Hab¨ªan pasado inadvertidos durante casi diez a?os en el fondo de una nevera del Instituto Nacional del C¨¢ncer de Estados Unidos. El animal fue capturado en un lugar no especificado de ?frica y enviado a la Base Holloman de la Fuerza A¨¦rea en Nuevo M¨¦xico en 1963, un lugar donde somet¨ªa a los chimpanc¨¦s a toda suerte de torturas dentro del programa de entrenamiento de vuelos espaciales. Muchos murieron, ninguno vol¨®, pero los monos hicieron posible que el hombre llegase a la Luna seis a?os despu¨¦s. A Marilyn le debemos algo m¨¢s. En 1985, cuando ya se sab¨ªa que el sida estaba ocasionado por un virus, los investigadores hallaron anticuerpos en la sangre de esta vieja mona, que a¨²n viv¨ªa. Eso mereci¨® que sus restos fueran conservados tras su muerte; en el futuro podr¨ªan resultar de alguna utilidad. Pero alguien se olvid¨® de ello. Hasta que un investigador limpi¨® esa nevera, sospech¨® que esos pedazos de chimpanc¨¦ podr¨ªan ser valiosos y se los envi¨® a la investigadora Beatrice Hahn, actualmente en la Universidad de Alabama. Hahn lanz¨® una bomba cient¨ªfica en una conferencia de retrovirus celebrada en Chicago en 1999, y el mundo pens¨® que se hab¨ªa encontrado el eslab¨®n perdido del sida: Marilyn hab¨ªa sido infectada por una variante del SIV tan parecida al VIH, que forzosamente compart¨ªan un antecesor com¨²n: el virus salt¨® desde los chimpanc¨¦s a los humanos.
Hay otra pieza de este rompecabezas: un hombre africano que muri¨® en 1959, al que ahora la ciencia le considera el primer enfermo constatado de sida. En 1998, los expertos analizaron 1.213 muestras de sangre que se hab¨ªan recogido en ?frica entre 1959 y 1982. La m¨¢s antigua proced¨ªa de un hombre bant¨² que vivi¨® en la antigua capital de L¨¦opoldville -la actual Kinshasa-, en lo que entonces era el Congo belga, y conten¨ªa secuencias gen¨¦ticas de un tipo de virus VIH tan antiguo, que forzosamente obligaron a los investigadores a pensar que el mismo virus hab¨ªa mutado posteriormente en otras cepas m¨¢s modernas. A este insigne paciente se le ha a?adido otro: una mujer que vivi¨® por entonces en L¨¦opoldville y que morir¨ªa tan s¨®lo un a?o despu¨¦s, en 1960. Despu¨¦s de su trabajo con chimpanc¨¦s, Worobey se embarc¨® en una b¨²squeda para pescar fragmentos antiguos del material gen¨¦tico del VIH en las muestras de tejidos humanos provenientes de ?frica central -especialmente de Kinshasa- de hace 40 a?os.
Pero no es nada f¨¢cil obtener tejidos de africanos muertos hace cuatro d¨¦cadas. Las neveras y la electricidad permanente no abundan ni siquiera hoy en algunos lugares de ?frica. Los tejidos se salvaron de la destrucci¨®n al ser impregnados en cera de parafina -un m¨¦todo usado en la actualidad para preservar las biopsias-, y viajaron desde la universidad africana hasta el laboratorio de Worobey en Arizona. Pero resulta mucho m¨¢s dif¨ªcil rastrear un virus como el del sida y esperar recompensa. De los veintisiete bloques de tejido y cera, el equipo de Worobey cant¨® el bingo en uno s¨®lo: 48 fragmentos gen¨¦ticos del VIH tipo 1, del grupo M. Pero, ?a qui¨¦n pertenec¨ªan? "Tenemos una informaci¨®n muy limitada", explica este bi¨®logo norteamericano de la Universidad de Arizona al otro lado del tel¨¦fono, desde su casa en Tucson, Estados Unidos. "Sabemos que era una mujer joven de unos 28 a?os, que en 1960 ten¨ªa alguna clase de anormalidad en sus n¨®dulos linf¨¢ticos, y que acudi¨® al doctor para que se le hiciera una biopsia. Y es interesante, ya que la hinchaz¨®n de estos n¨®dulos suele ser el primer s¨ªntoma de que alguien ha sido infectado por el VIH, antes de que desarrolle el sida".
La nueva pieza de este puzzle cambia profundamente el retrato de una pandemia que hasta la fecha ha infectado a unos 60 millones de personas en el mundo y matado casi a la mitad. Hablamos del VIH, pero en realidad hay muchas variantes, todo un ¨¢rbol de virus con muchas ramificaciones. Se conocen dos especies, el VIH-1, que es el predominante, y el VIH-2, m¨¢s raro, propio de ?frica occidental y menos contagioso. El VIH 1 se divide en tres grandes grupos (M, N y O). El grupo M, el m¨¢s extendido, tiene a su vez varios subtipos, desde el A hasta el K. El que mat¨® a la joven africana en 1960 (identificado como DRC60) difiere en un 12% del que caus¨® la muerte del "paciente cero". Hombre y mujer viv¨ªan en Kinshasa, y sus virus son del grupo M, pero difieren: uno est¨¢ m¨¢s pr¨®ximo al antecesor del subtipo A, mientras que el otro lo est¨¢ del D. ?C¨®mo es posible que en esa ¨¦poca ya hubiera dos cepas distintas circulando por la poblaci¨®n? "Son dos virus muy diferentes, lo que nos indica, incluso ya en 1960, que el VIH hab¨ªa evolucionado en los humanos durante d¨¦cadas", dice Worobey a El Pa¨ªs Semanal. "Eso nos permite calibrar el reloj molecular para estimar cu¨¢ndo apareci¨® el antecesor". Su reloj del tiempo se detiene en 1908, con un error de una veintena de a?os arriba o abajo. Las conclusiones son espeluznantes. El sida podr¨ªa haber dado su primer zarpazo en ?frica tan pronto como en 1884, tan s¨®lo dos a?os despu¨¦s de la muerte de Charles Darwin. Y posiblemente mataba a gente en los a?os en que se hundi¨® el Titanic. Quiz¨¢ empezara con unos pocos individuos hacia 1910, pero su crecimiento result¨® exponencial. En 1960 ya circulaban varios tipos de virus que aniquilaban las defensas inmunol¨®gicas en ?frica central a un ritmo relativamente reducido. En silencio, ocult¨¢ndose tras la m¨¢scara de otras infecciones que aparecen cuando se derrumba el sistema inmune. "Quiz¨¢ fueran unos cientos o unos pocos miles los que mor¨ªan, pero la clave es que el virus mata al eliminar el sistema inmunol¨®gico, por lo que no hablamos de una sola enfermedad, hay un trasfondo de varias", dice Worobey. "La clave, desde mi punto de vista, es la tuberculosis. Incluso hoy d¨ªa es la dolencia que mata a m¨¢s infectados por el sida, y es dif¨ªcil decir si alguien padece s¨®lo tuberculosis o si la tiene por culpa de una infecci¨®n del virus. Pudo haber mucha gente que muriera por tuberculosis derivada del sida, pero eso no habr¨ªa llamado la atenci¨®n". L¨¦opoldville pudo actuar como el epicentro, pero no se sabe cu¨¢l es el lugar de procedencia de Marilyn. Se han encontrado virus simios m¨¢s parecidos al VIH-1 en chimpanc¨¦s que habitan en el sureste de Camer¨²n, a unos 700 kil¨®metros. Quiz¨¢ all¨ª se encontrara el foco de contagio. Nadie lo sabe. Puede que nunca lo sepamos.
jared diamond, profesor de Geograf¨ªa de la Universidad de Berkeley, ha sugerido que durante miles de a?os, los cazadores humanos que descarnaban a los chimpanc¨¦s podr¨ªan haberse contagiado ocasionalmente con el virus. Pero hizo falta mucho m¨¢s para que se produjera una pandemia como la actual. Seg¨²n este experto, si el sida se ha establecido en las poblaciones humanas de forma definitiva en los ¨²ltimos 50 a?os, es precisamente por el crecimiento de estas poblaciones hasta alcanzar los est¨¢ndares modernos, lo que ha facilitado el contagio masivo. El VIH necesitaba cultivarse en una poblaci¨®n numerosa, pero antes de 1900 no hab¨ªa en ?frica ciudades grandes. Creci¨® en silencio durante la primera mitad del siglo XX. Desde las profundidades de la selva, y aprovech¨¢ndose de las barcazas que discurr¨ªan por el r¨ªo Congo -el ¨²nico medio de transporte en aquellos tiempos-, el virus podr¨ªa haber alcanzado L¨¦opoldville; posiblemente, a trav¨¦s de los cazadores de chimpanc¨¦s que acud¨ªan a los n¨²cleos urbanos para vender su carne o comerciar con ella. Es una especulaci¨®n, desde luego. Pero el r¨ªo Congo coloca a L¨¦opoldville en una ruta de escape desde el sureste de Camer¨²n.
II. El gran asalto: 1980
La segunda parte de esta historia comienza en el oto?o de 1980. El doctor Michael Gottlieb, del Centro M¨¦dico de Los ?ngeles de la Universidad de California, se las vio en su consulta con un paciente de 33 a?os: blanco, p¨¢lido, muy delgado, el joven ten¨ªa la boca llena de una sustancia pastosa blanca y dificultades respiratorias. Una broncoscopia revel¨® que sus pulmones estaban invadidos por un protozoo llamado Pneumocystis carinii, causante de una neumon¨ªa muy rara (PCP), a veces vista en grupos de ancianos o en ni?os prematuros. Los an¨¢lisis de sangre mostraron que el enfermo ten¨ªa una proporci¨®n muy baja de las c¨¦lulas T, las encargadas de avisar a las defensas humanas cuando se produce una infecci¨®n. El hongo que le corro¨ªa la boca, Candida albicans, se contagiaba por v¨ªa sexual. El 3 de mayo de 1981, el paciente muri¨®. Pero no fue el ¨²nico caso. Un enfermo del doctor Joel Weisman, de la misma universidad, acudi¨® a su consulta con los n¨®dulos linf¨¢ticos hinchados. Poco despu¨¦s desarroll¨® una neumon¨ªa PCP. Como relata la escritora Laurie Garret en su obra The coming plague, Weisman se reuni¨® con su colega Gottlieb, que ya ten¨ªa tres pacientes m¨¢s con los mismos s¨ªntomas. ?Qu¨¦ estaba sucediendo para que hombres sin antecedentes cl¨ªnicos, que apenas sobrepasaban los treinta, terminasen como esqueletos, con sus defensas derrumbadas sin que la ciencia m¨¦dica pudiera hacer nada? S¨®lo ten¨ªan una cosa en com¨²n: eran gays; adem¨¢s, alguno se inyectaba drogas. La mayor¨ªa mostraba un tipo muy raro de c¨¢ncer de piel, el sarcoma de Kaposi. Los expertos de los CDC pidieron m¨¢s fondos, pero empezaban a sufrir las consecuencias de la reaganomics, la pol¨ªtica de recorte presupuestario de la nueva Administraci¨®n de Reagan. El propio Curran, al frente de su departamento, s¨®lo pudo conseguir 200.000 d¨®lares para intentar realizar un estudio a escala nacional.
En las navidades de 1981 ya hab¨ªan muerto 270 personas, aunque no todas eran homosexuales. Los Centros de Control de Enfermedades de Atlanta (CDC) bautizaron la nueva enfermedad como GRID (siglas en ingl¨¦s de Gay Related Inmunodeficiency Disease, o inmunodeficiencia asociadas a los gays). En todos ellos las defensas inmunol¨®gicas se hab¨ªan derrumbado. El GRID comenz¨® a aparecer en Europa. En 1981 se detectaron 36 casos; el primero fue diagnosticado en Francia. Pronto se vio que la enfermedad no se circunscrib¨ªa al colectivo homosexual. Pese a todo, en los primeros 13 meses de investigaciones del GRID, los CDC gastaron menos de un mill¨®n de d¨®lares.
A mediados de 1982, los investigadores averiguaron que el mal se extend¨ªa a trav¨¦s de los drogadictos que utilizaban las jeringuillas. Y en junio de ese mismo a?o, el equipo de Jim Curran ya ten¨ªa constancia de que uno de cada cuatro hombres con PCP era heterosexual. En los 152 casos que hab¨ªan estudiado a fondo hab¨ªa ocho mujeres y ocho personas heterosexuales que no eran drogadictas ni usaban jeringuillas. Tambi¨¦n se hab¨ªa descubierto que la enfermedad hab¨ªa prendido con fuerza en Hait¨ª. En algunos casos diagnosticados las personas eran hemof¨ªlicas y hab¨ªan recibido transfusiones de sangre del factor VIII, necesario para la coagulaci¨®n.
En diciembre de 1982, Estados Unidos contabilizaba 788 casos confirmados por los CDC; el 42% no pertenec¨ªan a ning¨²n grupo de riesgo, ni eran homosexuales, ni drogadictos, ni hemof¨ªlicos. El t¨¦rmino GRID fue abandonado, y la enfermedad fue rebautizada como AIDS (siglas en ingl¨¦s de Adquired Immune Deficiency Syndrome); en espa?ol, sida (S¨ªndrome de Inmunodeficiencia Adquirida). Exist¨ªan sospechas de que un virus transmitido por la sangre podr¨ªa ser el causante, y ese mismo a?o, los CDC anunciaron los casos de cuatro beb¨¦s a los que se les hab¨ªa diagnosticado sida. Ninguno hab¨ªa recibido transfusiones, pero sus madres ten¨ªan la enfermedad, o eran drogadictas que usaban jeringuillas por v¨ªa intravenosa. La enfermedad podr¨ªa pasar de madre a hijo. Cambi¨® la percepci¨®n de repente: todo el mundo podr¨ªa ser susceptible de caer en las garras del sida. En mayo de 1983, John Maddox, director de la prestigiosa revista cient¨ªfica Nature, escribi¨® un furioso editorial en el que el que comentaba la alarma de los expertos por una enfermedad "previamente no reconocida, y quiz¨¢s de una condici¨®n no existente y tan alarmante, que la tentaci¨®n de considerarla como una enfermedad de una sociedad decadente, una versi¨®n de ¨²ltima hora sobre el destino de Sodoma y Gomorra, se antoja irresistible". Maddox denunci¨® la "pat¨¦tica promiscuidad de los homosexuales", calific¨¢ndolos de "la amenaza m¨¢s obvia para la salud p¨²blica".
?Por qu¨¦ el sida apareci¨® antes en la comunidad homosexual? "Obviamente, el hecho de que sea uno gay no le hace a uno m¨¢s candidato a infectarse, lo que cuenta es el n¨²mero de contactos sexuales", responde Andrew Rambaut, investigador del Instituto de Biolog¨ªa Evolutiva de la Universidad de Edimburgo. A?ade que el sexo anal conlleva m¨¢s riesgo de transmitir el virus. "Lo que ocurri¨® en Estados Unidos es que el virus entr¨® en un grupo muy promiscuo de gays y se extendi¨® entre ellos. Con los drogadictos la propagaci¨®n fue incluso m¨¢s r¨¢pida por culpa de una red de intercambio de jeringas". De acuerdo con Rambaut, la enfermedad fue detectada cuando los pacientes gays en San Francisco mostraron a sus m¨¦dicos una forma de neumon¨ªa muy rara, un hecho epidemiol¨®gico que no pasa desapercibido.
El virus no ser¨ªa identificado hasta febrero de 1985, despu¨¦s de una hist¨®rica disputa cient¨ªfica entre el norteamericano Robert Gallo y su verdadero descubridor, el vir¨®logo franc¨¦s Luc Montagnier (reciente premio Nobel de Medicina y Fisiolog¨ªa 2008). Pero en 1985, la prensa norteamericana se las arregl¨® para encontrar un culpable con nombre y apellidos: un asistente de vuelo canadiense llamado Gaetan Dugas, quien, seg¨²n los investigadores, hab¨ªa mantenido cerca de 750 contactos sexuales entre 1978 y 1982. Dugas fue vilipendiado: paciente cero, quien introdujo la epidemia en Estados Unidos.
Una idea absurda. Un estudio publicado en 2007 en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), llevado a cabo por el equipo de Andrew Rambaut, analiz¨® la sangre de cinco de los primeros enfermos en Estados Unidos que fueron diagnosticados de sida y que proven¨ªan de Hait¨ª, junto con 117 pacientes de todo el mundo. Del estudio gen¨¦tico surgi¨® toda una suerte de ¨¢rbol de distintas formas de VIH, y de su comparaci¨®n se sacaron fascinantes conclusiones: el virus salt¨® desde ?frica hasta Hait¨ª en 1966, y desde all¨ª, hasta alcanzar Estados Unidos, con una probabilidad del 99,8%, en 1969; es decir, ya circulaba por varias ciudades norteamericanas 12 a?os antes de que Gottlieb se topara con su primer paciente. El virus encontr¨® en una parte de la comunidad gay y en los drogadictos que intercambiaban jeringas una forma para propagarse con mayor rapidez.
III. ?Futuro con vacuna?
Ha transcurrido un cuarto de siglo. Y para Fauci estamos a¨²n en medio de la tormenta. "Hay 33 millones de personas que viven con el virus del sida. El a?o pasado hubo 2 millones de muertos y 2,7 millones de infectados", dice Fauci. Las mujeres contabilizan la mitad de las infecciones. En Espa?a se diagnosticaron 1.464 casos de sida en 2007, seg¨²n el Instituto de Salud Carlos III, una tendencia a la baja que supone un 78% menos de los registrados en los ¨²ltimos 11 a?os.
Las buenas noticias: el n¨²mero de infectados en algunos pa¨ªses africanos como Zimbabue, Botsuana, Malaui o Zambia parece haberse estabilizado o est¨¢ en descenso. Y ahora casi tres millones de personas est¨¢n recibiendo tratamientos antirretrovirales en pa¨ªses en desarrollo -incluido el 33% de las madres con VIH que est¨¢n embarazadas-, algo impensable a?os atr¨¢s. Este milagro se lo debemos a dos hombres bien diferentes: el multimillonario Bill Gates y el presidente norteamericano George W. Bush, cuya imagen pol¨ªtica internacional es desastrosa, pero que en 2003 moviliz¨® 48.000 millones de d¨®?lares para combatir el sida, la tuberculosis y la malaria, en un plan de emergencia que ha proporcionado antivirales este a?o a 1.641.000 personas en 15 pa¨ªses. En Botsuana, m¨¢s del 90% de los infectados ya reciben tratamiento; en Namibia, este porcentaje de privilegiados pas¨® del 1% en 2003 al 88% en 2007, y en Ruanda, del 3% al 71% en ese periodo.
Las malas noticias siguen siendo muy malas: Sur¨¢frica se lleva la peor parte de la epidemia, con m¨¢s de seis millones de infectados. En los pa¨ªses de la Europa del Este, en Rusia y Ucrania, el virus se extiende por el uso de jeringuillas compartidas entre drogadictos y por el comercio del sexo mediante la prostituci¨®n, la esclavitud y la trata de blancas.
?Para cu¨¢ndo la vacuna? Hasta el momento, todos los intentos para lograrla han fracasado (la ¨²ltima y m¨¢s sonada decepci¨®n es el proyecto STEP, patrocinado por Merck). Incluso los mejores cient¨ªficos cometen errores de bulto. En 1984, un a?o antes de la determinaci¨®n del VIH, Robert Gallo anunci¨® en una rueda de prensa que una vacuna podr¨ªa estar lista en ?dos a?os!
Fauci concluye que estamos en la infancia de la investigaci¨®n de la vacuna. "El problema es que el VIH es muy diferente de cualquier virus al que nos hayamos enfrentado", asegura. Hay que distinguir entre la vacunaci¨®n cl¨¢sica y la del VIH. En la primera, "la naturaleza nos ense?a que el cuerpo genera la respuesta inmune, incluso con enfermedades tan terribles como la viruela y la polio. El cuerpo arma autom¨¢ticamente una respuesta inmunol¨®gica que elimina la infecci¨®n y permite una protecci¨®n de por vida contra los siguientes desaf¨ªos". Sin embargo, con el VIH, las ense?anzas de la naturaleza no sirven. El virus (en realidad, muchas de sus variantes) se las arregla para resistir de una manera u otra dentro de nosotros y termina matando al hu¨¦sped. La clave radica en averiguar por qu¨¦ el cuerpo no lo logra. Es una cuesti¨®n de adquirir nuevos conocimientos. "Ahora no soy capaz de mostrar mi pesimismo o mi optimismo", asegura este experto. "Tenemos a¨²n mucho que aprender".
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