Mis muertos, tus muertos, nuestros muertos
Siempre que viajo a Colombia regreso con el alma dividida por el dolor de un pa¨ªs que lleva cuatro d¨¦cadas de guerra civil y la alegr¨ªa y generosidad de sus habitantes que sobreviven a la violencia con una sonrisa estoica en el rostro. La prensa m¨¢s solvente, medios de comunicaci¨®n y organizaciones de derechos humanos denuncian a diario la nueva violencia desencadenada por paramilitares y otros grupos armados.
"Es que en Colombia no nos debemos aterrorizar por nada, aqu¨ª se est¨¢n cometiendo desde hace varios a?os los cr¨ªmenes m¨¢s atroces de la humanidad. La destrucci¨®n de pueblos enteros con las masacres indiscriminadas de sus familias; el uso de las motosierras; el descuartizamiento sin piedad de las v¨ªctimas del narcotr¨¢fico y la guerrilla son apenas meros asomos de la cruda realidad que estamos padeciendo. ?Qu¨¦ decir de los ni?os de la guerra, que son arrancados de sus hogares y llevados a la fuerza para convertirlos contra su voluntad en criminales?". (El Espectador. Opini¨®n. 5 de noviembre de 2008).
"No hay fosas, se?ora", dijo el paramilitar colombiano. "Los tiramos todos al r¨ªo"
Los r¨ªos son los cementerios de la violencia de todo tipo en Colombia
En Colombia los r¨ªos son las tumbas de los desfavorecidos de la guerra. Desde la violencia entre liberales y conservadores (siglos XIX y XX), r¨ªos grandes y peque?os como el Magdalena, el Sin¨², el San Jorge, el Cauca, el Atrato y el San Juan han venido arrastrando cad¨¢veres flotando en el agua a merced de las aves rapaces llamadas gallinazos. A diferencia de las fosas de las ¨²ltimas guerras europeas y espa?olas, donde los cuerpos se amontonaban como alima?as, en Colombia los grupos armados utilizan sus r¨ªos como cementerios invisibles para evaporar sus v¨ªctimas.
Informes elaborados por Derechos Humanos (Human Rights Watch) divulgan las confesiones de familiares de las v¨ªctimas inocentes y sus verdugos paramilitares. Cuentan pescadores, familiares de los muertos y testigos de la epidemia mort¨ªfera que si la justicia de Colombia pudiera llamar a declarar a sus r¨ªos ser¨ªan cientos de miles los cr¨ªmenes cometidos por paramilitares, guerrilla, ej¨¦rcito y narcotraficantes. Seg¨²n otro expediente de 9.500 folios, difundido por la revista Cambio (2 de noviembre de 2008) se habla de 1.700 cr¨ªmenes cometidos en una peque?a zona del pa¨ªs. La astucia de los asesinos consiste en hacer desaparecer los muertos sin dejar rastro. Sin embargo, la naturaleza colombiana resulta ser m¨¢s sabia que sus crueles depredadores armados y la argucia que proponen no siempre funciona como pretenden. Es cierto que muchos de los r¨ªos consiguen tragar por entero a sus muertos. Son los nuevos cementerios de agua de Colombia. Pero en una gran mayor¨ªa de casos los cuerpos, o partes de ellos, flotan y llegan a los recodos de la orilla. De toda edad y sexo. La mayor¨ªa sin identificaci¨®n ninguna.
Los verdugos, desconfiados de que el agua no pueda borrar su sangre, descuartizan a sus v¨ªctimas, vivas o extintas. Mutilan sus cuerpos. Van llegando o apareciendo por partes. Vestidos. Desnudos. Despedazados. Llega una pierna. Despu¨¦s una cabeza. La mayor parte de los hombres y mujeres inocentes antes de ser matados fueron torturados. Quemados. Violados. Es f¨¢cil reconocer si han sido comidos por peces y aves o por la truculencia de sus torturadores. Algunos no aparecen. Otros vuelven a flotar pese a que la pr¨¢ctica utilizada con muchos de ellos consiste en amputar sus cuerpos, provoc¨¢ndoles todo el sufrimiento inimaginable, abrirles el vientre con machetes, arrancarles los ¨®rganos y llenarlos de piedras para que pesen y se hundan definitivamente en el olvido. El agua les sirve para borrar la identidad del escenario.
Miles de descuartizados bajan por los r¨ªos. La magnitud de la tragedia hace que las autoridades realicen campa?as para la identificaci¨®n de cad¨¢veres. M¨¦dicos, forenses y gente an¨®nima recorren los campos tratando de identificar cad¨¢veres desconocidos. A todas las familias de la zona les han matado a un ser querido que buscan desesperadamente sin encontrarlo nunca. Por eso las mujeres colombianas, hu¨¦rfanas, viudas, hermanas y amantes se acercan de noche al r¨ªo para esperar su cad¨¢ver.
Los pescadores son los primeros en descubrir los cuerpos. Desde la barca los empujan con una vara de madera y los arrastran a la orilla. Pero desde que tambi¨¦n les dio por matar a varios de estos rescatadores de muertos, los pescadores saben que es mejor no sacarlos (El Tiempo, 23 de abril de 2007). S¨®lo las familias se atreven a desafiar la muerte yendo a diario a verlos bajar por el r¨ªo para encontrar a los suyos o para socorrer a otros y, como dicen: "Hacerlos nuestros". Necesitan su porci¨®n de duelo para seguir viviendo con dignidad. Y si no encuentran sus propios cad¨¢veres o, con suerte, apenas consiguen alg¨²n recuerdo del desaparecido, adoptan a los muertos con los que tropiezan y les dan el nombre del hermano, hija, madre o marido. Cuando bajan sin cabeza o vienen sin brazos, recomponen sus cuerpos. Jam¨¢s dejan un cuerpo sin recomponer. A unos les dan los ojos. A otros las manos. Remiendan sus miembros con la idea de que en esta vida o en la otra los asesinos tengan que responder por las v¨ªctimas. El trabajo de tener sus muertos an¨®nimos les alivia el dolor. Los llaman los "No Nombres (N. N.)". Terrible y desgraciada abreviatura. Con las siglas N. N. (del lat¨ªn nomen necio: nombre desconocido) los nazis abandonaban los cad¨¢veres de jud¨ªos en los campos de concentraci¨®n de Dachau, Bergen-Belsen, Auschwitz, Treblinka...
Los colombianos colocan l¨¢pidas y un n¨²mero para que todos sepan que desde ahora el nombre desconocido es un muerto con due?o. O todav¨ªa mejor: un desaparecido que ha sido reencontrado. Cuando escuchan sollozos de voces recientes que van en busca de sus muertos, las mujeres les entregan los cad¨¢veres recuperados para que las familias de las v¨ªctimas puedan vivir el luto por los seres queridos.
La se?ora Catalina Montoya Piedrahita (es famosa la bravura de la mujer colombiana) consigui¨® plantarse frente al asesino de su hijo:
"D¨ªgame qui¨¦n mat¨® a mi hijo, cu¨¦nteme d¨®nde lo enterr¨®, en qu¨¦ fosa, que yo voy y lo busco y saco los restos".
"No se?ora", le contest¨® un paramilitar curtido de Colombia, "nosotros no hac¨ªamos fosas comunes. A toda la gente la tir¨¢bamos al r¨ªo". (El Colombiano, 19 de octubre de 2008).
No hay exclusividad para los cad¨¢veres. Tampoco se trata de levantar un cementerio de desaparecidos. Consultores colombianos de la ONG Equitas piden que los restos humanos N. N. deban ser declarados Patrimonio Cultural de Colombia para que sean protegidos e identificados. Mientras tanto, cada uno de los cientos N. N. enterrados tiene su due?o N. N. elegido por un familiar adoptivo. Despu¨¦s lo bautiza: N. N. Federico, N. N. A¨ªda Luz, N. N. Ana Frank, N. N. Roberto. Y a?aden una placa de m¨¢rmol que dice: "Gracias N. N. por el favor recibido".
Nuria Amat es escritora.
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