Una temporada en el infierno
Lo comprendo, para qu¨¦ vamos a enga?arnos: I?aki Arteta es un p¨¢jaro de mal ag¨¹ero. No le demos m¨¢s vueltas. Los p¨¢jaros de mal ag¨¹ero se caracterizan socialmente porque les rodea el respeto formal y el rechazo real. Tal es el caso de I?aki, por lo menos hoy, cuando ya ha "triunfado", si me perdonan la expresi¨®n ir¨®nica. Al principio era peor, porque se le rechazaba sin mostrarle el m¨ªnimo respeto. Su primer cortometraje le vali¨® ciertamente un premio, pero en Nueva York, mientras que aqu¨ª le costaba su puesto en una instituci¨®n p¨²blica vizca¨ªna (en manos de nacionalistas, disculpen la redundancia). Poco a poco, sin desanimarse, ha continuado con su labor de denuncia filmada del padecimiento de las v¨ªctimas del terrorismo nacionalista vasco y ahora sus documentales son aceptados -al menos de labios para afuera- por casi todo el mundo.
El documental de Arteta sobre el exilio vasco ha sido recibido con una "indiferencia marm¨®rea"
La pel¨ªcula se proyecta en apenas media docena de cines en toda Espa?a
Los tiempos han cambiado y ya nadie se atreve a rechazar como crispaci¨®n el retrato de la realidad en boca de quienes m¨¢s la sufren: la verdad sigue siendo un fastidio pol¨ªtico -siempre lo ha sido- pero hoy resulta peligroso negarla. A I?aki Arteta se le da la raz¨®n, como a los ni?os y los locos, se le celebra como testigo y se le rechaza para todo lo dem¨¢s. Qu¨¦ raz¨®n tiene, qu¨¦ fastidioso es.
Ah¨ª tenemos por ejemplo el destino p¨²blico de su ¨²ltimo documental, El infierno vasco. Los medios de comunicaci¨®n le conceden un¨¢nimes una sucinta reverencia: muy bien, impresionante documento, pobre gente que-mal-lo-pasa. Y a otra cosa. La pel¨ªcula se proyecta en poco m¨¢s de media docena de cines en toda Espa?a. En el Pa¨ªs Vasco, donde podr¨ªa suponerse mayor inter¨¦s por el asunto, s¨®lo se ver¨¢ en un cine de Bilbao y otro de Vitoria (en San Sebasti¨¢n no ha podido a¨²n estrenarse, dedicada como est¨¢ nuestra urbe a preparar su candidatura como futura capital cultural europea, je, je).
En cuanto a su audiencia, me remito a un testigo presencial -Xabi Larra?aga, en su excelente art¨ªculo publicado en Deia, 9-XI-08: "El viernes 28 personas asistimos a la narraci¨®n del exilio de 30 paisanos, lo cual demuestra que aqu¨ª todo es posible, incluso la paradoja de una sesi¨®n de cine donde hay m¨¢s protagonistas en la pantalla que espectadores en la sala... Esos 30 testimonios son el reflejo condensado de infinitos dramas, pero dir¨¦ m¨¢s: la presencia de s¨®lo 28 espectadores en el ¨²nico sitio de Bilbao donde se puede ver el filme tambi¨¦n es el reflejo de un drama colectivo, una indiferencia marm¨®rea ante lo que est¨¢ pasando delante de nuestras narices".
Por lo que yo s¨¦, en los dem¨¢s pocos cines del resto de Espa?a en que se ha proyectado el documental la asistencia ha sido semejante. Indiferencia marm¨®rea, como bien se?ala Larra?aga. Para encontrar el "no lo sab¨ªamos" con que las v¨ªctimas de la opresi¨®n y la discriminaci¨®n se ven entregadas a su suerte por los oportunistas o los cobardes no hace falta remontarse al franquismo ni al nazismo: lo o¨ªmos a cada momento en Espa?a o en Europa quienes queremos hablar de la omnipresencia cotidiana del terrorismo en Euskadi, del agobio del nacionalismo obligatorio, de los abusos de la imposici¨®n ling¨¹¨ªstica, etc¨¦tera. Y no estamos hablando de fechor¨ªas ocurridas en tiempo de nuestros padres o abuelos, sino de las que pasaron ayer y siguen pasando hoy. Muchos de quienes denuncian virtuosamente la paja de la resignaci¨®n ante los cr¨ªmenes de hace medio siglo llevan con naturalidad la viga de la suya ante los que se cometen bajo sus narices.
Precisamente de esto trata el documental de I?aki Arteta. No es otro alegato contra ETA sino contra las actitudes sociales y pol¨ªticas que han completado la labor de segregaci¨®n e intimidaci¨®n comenzada por el terrorismo. Los protagonistas que cuentan su drama en El infierno vasco lo dejan muy claro: no se habr¨ªan ido de su tierra, de su hogar y de su trabajo si hubieran encontrado verdadero apoyo por parte de sus conciudadanos y de las autoridades en lugar de f¨®rmulas reticentes de condolencia. En muchos casos -cl¨¦rigos, profesores, ertzainas, empresarios, concejales...- recibieron m¨¢s amonestaciones por su conducta d¨ªscola que solidaridad activa y combativa por parte de quienes ten¨ªan la obligaci¨®n de respaldarles. Pero la tiran¨ªa no se refuta compadeciendo a sus v¨ªctimas sino derrocando a los tiranos. Por ejemplo, uno de los empresarios que finalmente tuvo que huir para no pagar resume as¨ª su caso: "Me han echado de mi tierra, he padecido dos infartos por su culpa pero no les he dado ni una pela: con mi dinero no se han comprado ni una bala ni se han tomado un solo pintxo". Si todos hubieran obrado as¨ª, de ETA s¨®lo quedar¨ªa ya la triste memoria. Pero con esos elogiados empresarios que se avienen a pagar para no marcharse -sufriendo, eso s¨ª, much¨ªsimo, porque nunca se paga a gusto- tenemos terrorismo para rato. En uno de sus iniciativas m¨¢s valientes y acertadas, Garz¨®n decidi¨® intervenir judicialmente contra ellos porque es cierto que no se debe tratar a las v¨ªctimas como a verdugos, pero tampoco considerar simples v¨ªctimas a quienes financian para escaquearse a los verdugos de todos.
Contrasta el cort¨¦s hast¨ªo que rodea a las v¨ªctimas actuales de ETA, es decir, a quienes han tenido que huir del Pa¨ªs Vasco y a quienes hoy sufren todav¨ªa all¨ª opresiones y extorsiones, con el inter¨¦s que rodea a Roberto Saviano y su interesante libro Gomorra, sobre el que acaba de estrenarse una pel¨ªcula m¨¢s frecuentada que la de I?aki Arteta. Ni que decir tiene que Saviano es un hombre de lucidez y coraje que merece todo el apoyo que podamos brindarle. Y que sufre una amenaza especialmente temible (secundada desde luego en parte por una ciudadan¨ªa c¨®mplice en su tierra natal) que hace su vida dif¨ªcil y muy expuesta. Por decirlo con William Irish: no quisiera estar en sus zapatos. Pero en su nada envidiable y meritorio calvario hay cosas que a Saviano le ser¨¢n ahorradas. No creo que nadie le diga -al menos en p¨²blico- que la culpa de sus males es suya, por crispador y bocazas. Y no tendr¨¢ que leer en el editorial de un peri¨®dico lamentos acerca del n¨²mero de camorristas presos, como debemos soportar los dem¨¢s sobre la triste suerte de los mafiosos etarras: as¨ª en Insensibilidad (en Deia, 11-11-08, al d¨ªa siguiente del art¨ªculo de Xabi Larra?aga, quiz¨¢ para compensar), bajo el ep¨ªgrafe "la inmensa mayor¨ªa de la sociedad vasca permanece indiferente ante la realidad de que 750 ciudadanos y ciudadanas acusados o condenados por vinculaci¨®n con ETA se encuentran en la c¨¢rcel", se asegura que "no es posible tal acumulaci¨®n de personas encarceladas en una democracia sana". Por lo visto en las democracias m¨¢s saludables los asesinos, sus c¨®mplices y quienes les jalean son celebrados como h¨¦roes del pueblo. Menudo panorama.
Que no desagrada probablemente a Alfonso Sastre, quien se ha unido al debate sobre la memoria hist¨®rica ('Sobre la memoria hist¨®rica y la calavera de Garc¨ªa Lorca', Gara, 12-11-08) para sostener que "hay que distinguir entre amnist¨ªas buenas y malas; y ¨¦stas -las malas- son las que pretenden que sean olvidados los grandes cr¨ªmenes de los poderosos (opresores) o cometidos bajo su inspiraci¨®n, y buenas las que van a favor de los oprimidos". Quiz¨¢ conceptualmente la argumentaci¨®n no es muy s¨®lida pero tiene a su favor decir claramente lo que otros mascullan. Pues bien, ojal¨¢ en el Pa¨ªs Vasco, cuando acabe definitiva y realmente la violencia de los terroristas (que son hoy los poderosos y opresores), se establezca una convivencia pol¨ªticamente pol¨¦mica pero pac¨ªfica entre nacionalistas y no nacionalistas. Aspiro a que mis improbables nietos vivan en cualquier ciudad vasca, en la avenida Xavier Arzalluz esquina Mayor Oreja. Quiz¨¢ 50 o 60 a?os despu¨¦s de acabar la matanza surjan rentabilizadores literarios o cinematogr¨¢ficos para exponer con gallard¨ªa p¨®stuma lo que hoy se silencia. Y a lo mejor aparece alguien con la pretensi¨®n de juzgar entonces lo que no se llev¨® en su d¨ªa a los tribunales. Por si en ese futuro la salud no me acompa?a, me uno preventivamente a los "reaccionarios" que en tal caso prefieran mirar hacia el futuro compartido que al pasado hostil. Pero en cambio hoy todav¨ªa es tiempo de dar la batalla: no para desenterrar muertos, sino para impedir que se entierre en vida en la ci¨¦naga del silencio y la indiferencia social a quienes han padecido y padecen el nacionalismo obligatorio.
Fernando Savater es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa de la Universidad Complutense.
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