Asesinato en la Biblioteca (Nacional)
En cierto modo todas las novelas tienen algo de romans ¨¤ clef. Todos los escritores han sentido alguna vez la tentaci¨®n de enmascarar a sus contempor¨¢neos -amigos o enemigos- para "sacarlos" en sus libros mediante ese salvoconducto (ante acusaciones de difamaci¨®n, por ejemplo) que les confiere el estatuto de (pretendidos) entes de ficci¨®n. Se podr¨ªa escribir una extensa enciclopedia (y, de hecho, ya existe una referida al ¨¢mbito literario angl¨®fono) acerca de qui¨¦n es realmente qui¨¦n en las novelas. Lo que sucede es que, con el paso de los a?os, las m¨¢scaras son lo que menos cuenta: a estas alturas pocos recuerdan ya el who is who de Troteras y danzaderas (1912), de P¨¦rez de Ayala, de Contrapunto (1928), de Huxley, o de Los mandarines (1954), de Simone de Beauvoir. Y mucho menos el de la casi fundacional Le Grand Cyrus (1649-1653), de Madame de Scud¨¦ry, uno de los m¨¢s irredimibles y extensos co?azos (10 vol¨²menes) de la literatura francesa (pr¨®diga, por cierto, en novelas en clave). Afortunadamente para esos libros, sus m¨¦ritos literarios -si los tuvieren- no dependen de la resoluci¨®n del enigma identitario de sus personajes. Para disfrutar de las primeras novelas de Mill¨¢s no hace falta identificar a los modelos reales de sus criaturas (a alguno lo conozco bien y siempre me ha resultado buen chico); y un lector no avisado no se lo pasa mejor leyendo las ficciones de Mar¨ªas si le pone nombre "real" a algunos de los personajes (a menudo breves presencias o cameos) que aparecen en sus p¨¢ginas y que el narrador utiliza para ejercer su derecho (autolimitado) a la venganza, al juego o a la s¨¢tira. Evidentemente, para calificar una novela de roman ¨¤ clef, hace falta algo m¨¢s que meros gui?os de ojo o pellizcos de monja puntuales. Por eso tampoco es correcto incluir entre ellas a algunas de las ¨²ltimas de, por ejemplo, Carmen Posadas, Luisa Castro o ?ngela Vallvey, a pesar de que haya quienes han cre¨ªdo identificar a algunos de sus personajes. Y todav¨ªa ignoro si lo ser¨¢ la pr¨®xima de (la siempre peleona) Rosa Reg¨¢s, una especie de thriller en torno a un asesinato en la Biblioteca Nacional, y entre cuyos personajes destacan, al parecer (la novela se encuentra en fase de composici¨®n), un alto cargo pol¨ªtico, algunos funcionarios y un periodista de un diario de la derecha cuyo apellido har¨ªa rima consonante con obrero, o con Blas de Otero, o con (no) te quiero. O incluso con Rivero (me da la impresi¨®n, sin embargo, de que no se refiere precisamente a ese personajillo de ficci¨®n que suele firmar esta p¨¢gina que tan bien ilustra Max). Aunque -como es de rigor- cualquier parecido con la realidad sea mera coincidencia, si yo fuera editor y estuviera buscando una novela con su poquito de morbo me pondr¨ªa a la cola.
Locura
Ah¨ª va otro thriller posible (y cuya trama y personajes pongo a libre disposici¨®n de narradores bloqueados que deseen incorporarse al presente boom de la llamada novela negra): el cuerpo descuartizado de AB, profesor de literatura de una universidad provinciana, aparece en un patio del campus. Primer sospechoso: CD, un colega rival, tambi¨¦n especializado en Cervantes y su tiempo, y cuyas sorprendentes tesis acerca del luteranismo del autor del Quijote (y de su condici¨®n de agente del imperio otomano) hab¨ªan sido puestas en solfa en la prensa por el primero. Posible variante argumental: No; el asesinado es CD, y AB el principal sospechoso (despechado porque el otro le ha acusado reiteradamente de vendido a la Iglesia cat¨®lica e interesado encubridor de la verdad cervantina). Otros personajes: un castizo cantautor que ha puesto m¨²sica a versos de CD (?o es de AB?); diversos alumnos (con el coraz¨®n acad¨¦mico dividido entre las posiciones de ambos profesores); Nikita Zhdanov (sobrino-nieto del pol¨ªtico sovi¨¦tico del mismo apellido, que disfruta de una beca de posgrado para realizar una tesis sobre la influencia del realismo socialista en los poetas andaluces de ahora); una pareja de novios (antiguos concursantes de Gran Hermano) que fornicaba salvajemente la noche de autos en las proximidades del lugar del crimen; un simp¨¢tico profesor irland¨¦s (tambi¨¦n especialista en Cervantes y en la Guiomar de Machado); los se?ores Rosencratz y Guildenstern (dos turistas gays, antiguos pacientes de Lacan, que visitan la bella ciudad meridional y se ven implicados en los acontecimientos); cantineros de la universidad, enterradores y desenterradores, una especialista en memoria hist¨®rica, la presentadora Mercedes Mil¨¢ y el arzobispo Rouco Varela (que figuran con sus propios nombres). Punto de vista: primera persona. La voz narradora es la de Ignacio S¨¢nchez, alias Pionono, torero frustrado y ahora inspector jefe de la polic¨ªa local a quien su mujer acaba de abandonar por un finalista del Planeta. T¨ªtulo provisional (habr¨ªa que recortarlo, resulta poco comercial): Se apagaron los faroles y se encendieron los grillos.
Cine
En m¨¢s de una ocasi¨®n he llegado a pensar que Augusto Mart¨ªnez Torres (en adelante, AMT) padec¨ªa la terrible enfermedad hipermn¨¦sica que tambi¨¦n sufrieron Funes, el memorioso (Borges, Ficciones), y el camarada Shereshevski, aquel sufrido sovi¨¦tico que ten¨ªa la desgracia de recordar hasta su primera papilla y al que inmortaliz¨® Alexander Romanovich Luria (1902-1977) en Peque?o libro de una gran memoria, un ¨ªdem que le¨ªmos casi todos los progres (y quiz¨¢s tambi¨¦n el juez Garz¨®n) en la traducci¨®n que public¨® Taller de Ediciones en 1973. Y es que AMT es una especie de enciclopedia viviente del cine. Yo le suelo tender trampas: le llamo por tel¨¦fono a horas intempestivas y le pregunto, por ejemplo, el t¨ªtulo de una pel¨ªcula de la Universal en que la protagonista se ajusta la media (pierna admirable, por cierto) en una habitaci¨®n en la que existe un calendario que muestra el mes de septiembre. Y el t¨ªo lo sabe. Pero erudiciones aparte, AMT, novelista antes que cineasta, y cr¨ªtico antes que historiador del cine, es sobre todo un apasionado amante del s¨¦ptimo arte. Su nuevo libro, 720 directores de cine, que acaba de publicar Ariel, es la obra que culmina un trabajo iniciado hace 20 a?os y del que ya hab¨ªa suministrado abundantes muestras dispersas en editoriales como Anagrama, Taurus, Fundamentos, C¨¢tedra, Alianza, Del Prado, Espasa, Punto de Lectura o Huerga & Fierro. A la vez diccionario de directores (a trav¨¦s de sus respectivas biofilmograf¨ªas) e historia oblicua del cine y de sus estilos (d¨¦cada a d¨¦cada), AMT ha conseguido un estupendo libro de referencia para cualquier aficionado. Y ya que hablamos de cine, les ruego que me permitan sugerirles que dejen ahora mismo todo lo que est¨¦n haciendo y acudan a cualquier sala donde proyecten (si es posible en versi¨®n original: qu¨¦ voces las de Harris, Mortensen e Irons) Appaloosa, el primer cincoestrellas (y segunda pel¨ªcula) que dirige Ed Harris. De nada.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.