Lo peor de cada casa, o Bolonia como excusa
Hace tiempo que nuestras facultades universitarias andan intentando llevar a cabo las transformaciones necesarias para alcanzar eso que enf¨¢ticamente se suele denominar el Espacio Europeo de Educaci¨®n Superior (EEES), y que, de manera m¨¢s simple y coloquial, profesores y estudiantes prefieren nombrar con una sola palabra: Bolonia. De todas esas transformaciones, probablemente la que en este momento est¨¢ acaparando los mayores esfuerzos sea la relacionada con la elaboraci¨®n de los nuevos planes de estudio.
No es mi intenci¨®n en absoluto referirme aqu¨ª a la amenaza que semejante proceso supone para la ense?anza p¨²blica, asunto acertadamente analizado por Jos¨¦ Luis Pardo en estas mismas p¨¢ginas (La descomposici¨®n de la Universidad, 10 de noviembre de 2008). Como tampoco lo es entrar ahora en el detalle de hasta qu¨¦ punto directrices y normativas procedentes de instancias supranacionales condicionan efectivamente las posibilidades de actuaci¨®n aut¨®noma de nuestros centros. Sin duda, tales limitaciones existen, de la misma forma que buena parte de los cambios que se vienen impulsando desde las diferentes instancias de gobierno universitarias resultaban poco menos que inaplazables. (A este respecto, en la secci¨®n de Opini¨®n de la edici¨®n catalana de este mismo diario, Joan Subirats publicaba hace pocos meses un sensato y ponderado art¨ªculo titulado Bolonia en el laberinto universitario que me exime de mayores puntualizaciones).
Una casta de profesionales del cargo asume el protagonismo en la Universidad
Bolonia ha otorgado un gran poder a la burocracia de los centros superiores
Pero tambi¨¦n parece claro que la apelaci¨®n a Bolonia est¨¢ sirviendo como coartada para operaciones y movimientos que nada tienen que ver con ning¨²n proyecto de convergencia europea y que, con toda probabilidad, s¨®lo puedan ser adecuadamente entendidos poni¨¦ndolos en relaci¨®n con lo ocurrido en nuestras universidades en los ¨²ltimos a?os, especialmente en lo tocante a las pol¨ªticas de profesorado y al acceso a los cargos de responsabilidad institucional, aspectos ambos ¨ªntimamente conectados y en cuya conexi¨®n probablemente se encuentre una importante clave para entender la deriva que en determinados aspectos ha tomado el proceso mencionado.
Sin duda, la Universidad espa?ola anda recogiendo los frutos de su particular transici¨®n, del espec¨ªfico cambio de modelo llevado a cabo en los a?os ochenta. Tal vez no hubiera otra manera de resolver el monumental atasco generado por el reclutamiento masivo de profesores en los ¨²ltimos a?os del franquismo que las incorporaciones masivas a la docencia reguladas por la LRU. De nada vale a estas alturas llorar sobre la leche derramada y lamentarse de la inutilidad de determinados esc¨¢ndalos (el tristemente c¨¦lebre caso Lled¨®) o de la naturalidad con la que se asum¨ªa, en tantos y tantos concursos, la figura delcandidato de la casa, como si tal condici¨®n constituyera un m¨¦rito por completo insuperable. Pero s¨ª valdr¨¢ la pena se?alar que aquellos procedimientos, tan escasamente exigentes en muchos casos, funcionarizaron a un importante sector de viejos penenes que con el tiempo, han terminado por asumir un considerable protagonismo en determinados ¨¢mbitos de nuestra Universidad.
Porque buena parte de ese sector, una vez alcanzada la estabilidad laboral, aplic¨® buena parte de sus energ¨ªas a otros fines, transform¨¢ndose la pol¨ªtica institucional en su nuevo objeto del deseo. Aprovechando unas modificaciones en la normativa que permit¨ªan un acceso en principio m¨¢s democr¨¢tico a los cargos, el grueso de los mismos pasaron a ser ocupados por miembros del mencionado sector, caracterizados -salvo honros¨ªsimas excepciones- por su escasa excelencia acad¨¦mica. Surgi¨® de esta manera una casta de profesionales del cargo, que ha venido detentando los espacios de poder universitario en las ¨²ltimas d¨¦cadas.
Lo ha venido haciendo, todo hay que decirlo, ante la indiferencia, cuando no la displicencia, de esos otros colegas efectivamente interesados en la investigaci¨®n y la docencia, que prefirieron el estudio y el trabajo con sus respectivos equipos y estudiantes a la burocracia y a la querella pol¨ªtica dom¨¦stica. Sin duda, tambi¨¦n les corresponde a ellos una cuota de responsabilidad por lo que ha terminado sucediendo. Y es que el poder acad¨¦mico, en gran parte irrelevante durante muchos a?os, de pronto se ha convertido en un espacio determinante, en la medida en que permite intervenir de manera directa en las transformaciones a las que nuestra Universidad viene obligada en este momento por Bolonia.
No pretendo abrir aqu¨ª un debate sobre la meritocracia o sobre la democracia censitaria, pero constato que, en contra de lo que a primera vista podr¨ªa parecer (y resultar¨ªa deseable), la presunta democratizaci¨®n en el acceso a los cargos ha provocado la generalizaci¨®n de procedimientos dudosamente democr¨¢ticos, lo que en el caso de la elaboraci¨®n de los nuevos planes de estudio se ha concretado en la designaci¨®n, por parte de las autoridades acad¨¦micas, de comisiones pretendidamente t¨¦cnicas que terminaban decidiendo acerca de cuestiones de contenido a u?a de caballo, eliminando asignaturas y proponiendo otras nuevas, sin dar ocasi¨®n a que tuviera lugar un debate abierto, en el que pudieran participar todos los sectores afectados. Esto, sucedido en diversas facultades de mi Universidad (y doy por descontado que en otras Universidades espa?olas), est¨¢ se?alando lo que bien pudi¨¦ramos denominar una inquietante incapacidad de la Universidad para gobernarse a s¨ª misma. Cosa que en modo alguno debe de ser interpretada como un cuestionamiento por mi parte del principio general seg¨²n el cual el gobierno de la Universidad deba basarse en su legitimaci¨®n y control por parte de la comunidad universitaria, sino precisamente como la denuncia del incumplimiento perverso de dicho principio por parte de algunos.
Es probable que Bolonia no sea la soluci¨®n, pero tampoco est¨¢ claro que sea el principal problema. Al igual que tampoco creo que ¨¦ste sea la proliferaci¨®n de peque?as universidades, que, como se se?alaba en una reciente carta al director de este peri¨®dico, habr¨ªa "multiplicado la mediocridad": a fin de cuentas, nada obligaba a reclutar profesores mediocres en ellas (si hemos de aceptar el diagn¨®stico del corresponsal). Es posible tambi¨¦n que en dichos centros sobrevivan tambi¨¦n "catedr¨¢ticos mandarines", que propician, con su poder autista, la imagen de los departamentos universitarios como reinos de taifas. Pero me parece a¨²n m¨¢s cierto que en las grandes, como en la que yo trabajo, el problema que revela la situaci¨®n descrita en el p¨¢rrafo anterior es de toda otra naturaleza. Naturaleza que, para terminar, me permitir¨¢n que resuma en t¨¦rminos de pregunta (un tanto vertical, he de reconocerlo): ?tiene sentido que los que menos se han dedicado a las tareas m¨¢s espec¨ªficamente relacionadas con el conocimiento prescriban a los dem¨¢s lo que tienen que saber? O, yendo a la ra¨ªz del asunto, ?es de recibo (muy especialmente a la luz de todo lo que se est¨¢ viendo) que la excelencia no sea un elemento relevante para el acceso a los diferentes niveles de responsabilidad institucional?
Manuel Cruz es catedr¨¢tico de Filosof¨ªa en la Universidad de Barcelona y director de la revista Barcelona METROPOLIS.
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