Pasad la escobilla
Tengo el discutible honor de vivir en la calle con los r¨®tulos m¨¢s feos de Madrid. Y hay competencia. No dir¨¦ el nombre porque tampoco quiero que se convierta en una atracci¨®n tur¨ªstica pero, como persona viajada que soy, les aseguro que es dif¨ªcil superar tal grado de ignominia visual. En Espa?a, pa¨ªs de sordos y ciegos, alguien decidi¨®, hace ya a?os, que el ruido formaba parte de nuestra identidad cultural y que los comerciantes hicieran de su capa un sayo y aterrorizaran a las personas sensibles con carteles chillones que anuncian pollos asados, ropita de ni?o en tiendas llamadas El Peque?o Froil¨¢n o La Ropa de Nachete, o esa cafeter¨ªa, Alto Copete, anunciada con letras fosforescentes, en la que por Navidad ponen un pulpo en el escaparate adornado con un espumill¨®n que le recorre los cr¨¢teres. Mi calle es horrenda, eso a m¨ª no se me discute. A los r¨®tulos hirientes se unen los pivotes para que los conductores no aparquen, porque vivimos en un pa¨ªs en el que, si a los conductores no les pones pivotes, conducen por encima de las aceras. Dichos pivotes trajeron amargas consecuencias para el peat¨®n que, confuso por los espantosos r¨®tulos, chocaba con ellos. Son numerosas las roturas de r¨®tula e incluso, en hombres bajitos, lesiones irreversibles en sus partes. A los pivotes se unieron los chirimbolos, a los chirimbolos, unas pantallas publicitarias tremebundas que ocupan la mitad de la acera y tienen la dudosa gracia de exhibir anuncios cambiantes. Dir¨¢n ustedes que las aceras de mi calle deben de ser inmensas para que quepa tanto mobiliario urbano. Pues se equivocan, amigos. Las aceras de mi calle son raqu¨ªticas, como ocurre en casi todo el viejo Madrid, as¨ª que los ciudadanos, siguiendo la vieja teor¨ªa darwinista de adaptaci¨®n al medio, han aprendido a andar ligeramente ladeados, lo que le da a mi calle un cierto aire egipciaco, de pergamino ca?¨ª. ?Acaba ah¨ª la cosa? Ni hablar del peluqu¨ªn. Mi calle, no entiendo por qu¨¦, es una de las preferidas por esos artistas de vanguardia que son los graffiteros. Ellos pintan de noche y, una vez por semana, hay un t¨ªo en la calle con un mono, un cubo de agua y un cepillo, rascando las paredes y, diciendo por lo bajo pero para que se oiga, "me cago en su puta madre". Del graffitero, se entiende, no del peat¨®n, s¨®lo faltar¨ªa. No deja de asombrarme la actividad implacable de estos artistas. Una vez que ven limpia una pared vuelven a perpetrar en ella otra obra de arte. No se desaniman. Imaginemos que encima les pagaran. A estos t¨ªos les pagas lo que se ha gastado Barcel¨® en caf¨¦s mientras pintaba la c¨¦lebre c¨²pula y te rellenan cinco c¨²pulas de cinco salas de alianza de civilizaciones. Y con un spray, que no s¨®lo es m¨¢s barato sino que, a mi humilde entender, tiene menos riesgo laboral, porque no dejo de pensar en el inevitable estr¨¦s de los diplom¨¢ticos hablando de paz mundial bajo esas estalactitas chapapotescas. Es en esos momentos cuando me alegro de no ser diplom¨¢tica. Yo un d¨ªa particip¨¦ en una tertulia en la radio en la que se hablaba de graffitis. Al parecer, el Gobierno Vasco quer¨ªa incentivar el graffiti en euskera, peor a¨²n, subvencionarlo. Confieso que antes de verme afirmando (soy capaz) que el graffiti es una expresi¨®n art¨ªstica tan honorable como cualquier otra, me disculp¨¦ diciendo que me sent¨ªa indispuesta y me fui un rato al ba?o, para no decir una tonter¨ªa de esas que luego te afean en casa. Encima de la cisterna una compa?era, que cre¨ªa en el graffiterismo con mensaje, hab¨ªa escrito: "Pasad la escobilla, co?o, parece mentira que se¨¢is mujeres". Cr¨¦anme si les digo que, en principio, no tengo nada en contra del graffiti, siempre que se efect¨²e en lugares por donde, a ser posible, yo no pase. O sea, mi calle. Pero no s¨®lo es mi calle, la pobre, es que todo Madrid est¨¢ graffiteado. A lo mejor el Ayuntamiento tiene una partida para subvencionarlo, porque si no, es que no me explico. El caso es que un investigador holand¨¦s llamado Kees Keizer ha realizado un estudio que relaciona la suciedad ambiental con la proclividad al delito. Se basaba en un hecho probado: la desaparici¨®n de las pintadas en el metro de Nueva York trajo una rebaja considerable de los delitos menores. Ya, ya s¨¦ que Fiebre del s¨¢bado noche no ser¨ªa la misma sin los graffitis pero tampoco nosotros somos Tony Manero. Nuestro concienzudo observador, el doctor Keizer, utiliz¨® un callej¨®n como base para sus experimentos. En dicho callej¨®n se aparcaban bicis. Cuando los usuarios se marchaban, nuestros estudiosos pon¨ªan folletos en los manillares. En la pared hab¨ªa un cartel que dec¨ªa: "Prohibido echar papeles al suelo". Bien, pues si la pared estaba graffiteada, los ciudadanos tiraban el folleto al suelo; si estaba limpia, lo tiraban (mayoritariamente) a la papelera. ?ste es un ejemplo entre muchos que le sirvieron a este holand¨¦s para concluir que la suciedad y la confusi¨®n visual traen como consecuencia un relajo en la educaci¨®n ciudadana. Y eso concluye Keizer sin haber visto mi calle, que tiene m¨¢s m¨¦rito.
Madrid est¨¢ 'graffiteado'. A lo mejor el Ayuntamiento lo subvenciona; si no, es que no me explico
No dejo de pensar en el estr¨¦s de los diplom¨¢ticos hablando de paz bajo las estalactitas 'chapapotescas' de Barcel¨®
Si los graffiteros tuvieran alguna queja sobre este art¨ªculo, que escriban al doctor Keizer (Universidad de Groningen). Una, de momento, ya tiene bastantes frentes abiertos.
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