Profeta con guitarra
Encuentro en la revista The New Yorker un sorprendente reportaje sobre Prince. Antes de la elecci¨®n de Obama, posibilidad respecto a la cu¨¢l no manifiesta mayor entusiasmo, invit¨® a la periodista Claire Hoffman a recorrer su mansi¨®n de Berverly Hills. Muchas curiosidades, como el dato de que Prince usa m¨²sica new age para ambientar su sal¨®n.
Prince explica que se instal¨® en California para entender la mentalidad de las gentes de la industria musical. Lo extraordinario es la actual visi¨®n moral del antiguo profeta del hedonismo sexual.
Hace siete a?os, confiesa, se convirti¨® en miembro activo de los Testigos de Jehov¨¢, tras largas discusiones con el veterano bajista Larry Graham. Prince asegura incluso que cumple la obligaci¨®n del proselitismo y que peri¨®dicamente va casa por casa llevando "la palabra divina". Me gustar¨ªa verle llamando a ciertas direcciones de Los ?ngeles, para informar a sus ocupantes del error de la homosexualidad. Se lo explica as¨ª a la Hoffman: "Dios vino a la tierra y vio que la gente estaba meti¨¦ndola por cualquier lado y haci¨¦ndolo con cualquiera. Y lo limpi¨® todo. Dijo basta".
El mejor m¨²sico puede ser un lerdo en asuntos pol¨ªticos o religiosos
Me indigno... brevemente. Conozco esa sensaci¨®n de haber mordido algo repugnante. Recuerdo un librito, editado en Madras por el pintor Francesco Clemente, con fragmentos de los parlamentos que Bob Dylan soltaba en sus conciertos de 1979 y 1980, durante su etapa de cristiano fundamentalista. Mensajes apocal¨ªpticos, que anunciaban una pr¨®xima guerra en Oriente Pr¨®ximo contra los ej¨¦rcitos de Gog y Magog (Ir¨¢n y Rusia), con cristianos y jud¨ªos unidos en la victoria.
Y m¨¢s casos. El pasmo de ver a Joe Tex, uno de los soulmen m¨¢s efervescentes, vestido con el uniforme de miembro de Fruit of Islam, tan parecido al de un jefe de estaci¨®n salido de una opereta. Es decir, el simp¨¢tico Joe Tex convertido en uno de esos implacables Musulmanes Negros que denominan "diablos" a los blancos.
Me molesta sentir decepci¨®n, frustraci¨®n, furia ante esos ejemplos de venenosa militancia religiosa. No somos inmunes a la mitificaci¨®n de las estrellas del rock, un proceso que comenz¨® con los primeros n¨²meros de Rolling Stone. La revista de San Francisco ten¨ªa mucho espacio por llenar e instaur¨® el formato de las entrevistas en profundidad: p¨¢ginas y p¨¢ginas de declaraciones. La novedad resid¨ªa en que pod¨ªan hablar sobre lo humano y sobre lo divino. Su campo de especializaci¨®n no se limitaba a lo musical: pontificaban sobre la sociedad, los nuevos usos amorosos, sus aventuras con las drogas y sus concepciones religiosas. Se hab¨ªa abierto el llamado "supermercado espiritual" y las estrellas picaban aqu¨ª y all¨¢, compartiendo sus descubrimientos con el pueblo llano.
Imperaba el brillo del misticismo oriental pero aparecieron igualmente los Jesus freaks, que reinventaban al nazareno como hippie perfecto. Tambi¨¦n se colaron numer¨®logos, astr¨®logos, lectores de cartas y todo tipo de resolvedores de incertidumbres.
Cuarenta a?os despu¨¦s, me ratifico en lo que intu¨ªa: que el mejor m¨²sico puede ser el mayor lerdo en asuntos pol¨ªticos o religiosos. Que su sensibilidad creativa no les evita espejismos. Que sus experiencias cotidianas les incapacitan para valorar la realidad. Que me quedo con aquella advertencia del Dylan irreverente: "No sigas a l¨ªderes, mejor vigila el parqu¨ªmetro".
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