Consumid, consumid, malditos ricos...
Despu¨¦s de a?os de consumir en exceso y por encima de nuestras posibilidades, de repente nos hemos puesto a practicar la virtud de ahorrar y a disminuir el consumo. Pero el remedio puede ser peor que la enfermedad, porque aun la mejor virtud, practicada a destiempo y en exceso, puede convertirse en el peor vicio y fuente de males sociales. Eso es lo que parece estar ocurriendo con el consumo en Espa?a.
Para no deprimirles m¨¢s, les ahorro el mencionar la evoluci¨®n de los datos sobre la ca¨ªda del consumo de bienes duraderos (coches, televisores, casas...), el desplome de la producci¨®n industrial, el hundimiento del ¨ªndice de confianza de los consumidores y de los empresarios, la continuidad de la sequ¨ªa de cr¨¦dito... Se puede resumir diciendo que todo recuerda a 1993. Hasta la reducci¨®n de la inflaci¨®n se parece m¨¢s a un problema que a una buena noticia. Y hasta es posible tambi¨¦n que la sequ¨ªa de cr¨¦dito no sea tal, sino falta de demanda solvente de cr¨¦dito. El diagn¨®stico es claro: no estamos ante un problema de oferta -es decir, de escasez de productos y de precios elevados-, estamos ante un grave problema de falta de demanda.
Montilla pidi¨® a los ricos que consuman para ser solidarios con los que temen perder el empleo. Ojal¨¢ le hagan caso
Es un c¨ªrculo vicioso. Como todo el mundo reduce su consumo a la vez, las empresas se encuentran con que cae en picado la demanda de sus productos. Esto, a su vez, lleva a las empresas y a los comerciantes a despedir a sus empleados y a bajar precios para intentar vender lo que ya est¨¢ producido. Los despidos aumentan el paro, ¨¦ste disminuye la renta de las familias, que, por su parte, reaccionan reduciendo su consumo de bienes y servicios... y vuelta a empezar. Un c¨ªrculo vicioso que lleva a la econom¨ªa al borde del precipicio de una recesi¨®n profunda con deflaci¨®n (ca¨ªda brusca) de precios. Todo ello provocado por una repentina anorexia de consumo.
?C¨®mo se convence a un anor¨¦xico de que no deje de comer? Lo mismo que le ocurre a la medicina tradicional, la econom¨ªa no sabe c¨®mo enfrentarse a este problema. ?Por qu¨¦ nos sentimos tan confiados y euf¨®ricos en algunos momentos y tan pesimistas y desconfiados en otros? Los economistas no tenemos explicaciones para estos cambios bruscos de humor. La respuesta est¨¢ en la psicolog¨ªa social.
Lo mejor es evitar caer en ese precipicio. La pol¨ªtica econ¨®mica nos dice que hay tres maneras de influir en el consumo. La primera es utilizar los instrumentos macroecon¨®micos para aumentar las posibilidades de las personas, mediante una pol¨ªtica monetaria expansiva que abarate los tipos de inter¨¦s y anime a la gente a comprar, o de una pol¨ªtica fiscal que reduzca impuestos como el IVA y que abarate los precios de los productos para los consumidores. La segunda es utilizar la psicolog¨ªa para tratar de influir en las preferencias por el consumo. En este caso se utiliza la persuasi¨®n moral. La tercera consiste en utilizar la pol¨ªtica para imponer a alguien la obligaci¨®n de consumir. Hacer del consumo una obligaci¨®n pol¨ªtica.
La v¨ªa de la econom¨ªa es la que utiliz¨® el Banco Central Europeo la semana pasada al bajar sus tipos de inter¨¦s 0,75 puntos. O la del Gobierno brit¨¢nico de Gordon Brown al bajar el IVA. Pero no est¨¢ claro que los instrumentos macroecon¨®micos sean una v¨ªa eficaz en estos momentos en los que la gente, especialmente las clases medias, est¨¢n bajo el shock de la recesi¨®n y el miedo al futuro. Dado que la vivienda es el calcet¨ªn de la riqueza de la clase media, la ca¨ªda de precios ha tenido un efecto depresivo, que ir¨¢ desapareciendo poco a poco.
La segunda v¨ªa es la de la psicolog¨ªa. Se trata de convencer a la gente de que consumir es un deber moral en este momento. Pero el altruismo, como el buen vino, es un lujo que s¨®lo pueden permitirse los ricos. Por tanto, se tratar¨ªa de imponer a los ricos el deber moral de consumir: consumid, consumid, malditos ricos...
Algo as¨ª intent¨® el presidente Montilla en el Parlament hace dos semanas: les vino a decir a los ricos y acomodados catalanes que consumir es la forma de manifestar solidaridad con los que temen perder el empleo. Ojal¨¢ le hagan caso.
Por cierto, no es nada nuevo el defender la funci¨®n social del consumo de los ricos. Lo hizo de forma brillante Bernard de Mandeville en 1714, en su conocida obra La f¨¢bula de las abejas, o como los vicios privados se convierten en virtudes p¨²blicas. Mandeville hablaba del lujo improductivo de los z¨¢nganos de la corte de aquellos tiempos. Montilla se refiere al consumo productivo de las clases medias. Nada que ver.
Dado que no se puede confiar en la eficacia de los instrumentos macroecon¨®micos ni en el altruismo de los ricos, nos queda la pol¨ªtica. Es decir, imponer la obligaci¨®n de consumir para mantener la producci¨®n y el empleo. Pero ?a qui¨¦n impon¨¦rsela? A los poderes p¨²blicos.
El Estado interventor moderno, la econom¨ªa mixta, es el sistema de reaseguro mutuo m¨¢s importante se haya inventado jam¨¢s. El mejor sistema para ejercer la solidaridad y el altruismo. Y ahora es el momento de utilizarlo mediante programas masivos de gasto p¨²blico en iniciativas que mantengan y generen nuevos empleos. El Gobierno de Rodr¨ªguez Zapatero ha decidido hacerlo. Pienso que es un buen camino.
No se me escapa que aun cuando los gastos p¨²blicos persigan los objetivos humanos m¨¢s elevados, eso no garantiza que no se despilfarren. Como ha dicho Paul Samuelson, con el gasto p¨²blico a los gobiernos les suele pasar lo que a Casanova, que demasiadas veces no saben cu¨¢ndo hay que parar.
Pero en el momento que vivimos estamos obligados a elegir entre el c¨®lera del desempleo y la depresi¨®n o la malaria del d¨¦ficit p¨²blico. Posiblemente todos desear¨ªamos otro tipo de elecci¨®n. Pero eso es lo que hay.
Ant¨®n Costas es catedr¨¢tico de Pol¨ªtica Econ¨®mica de la UB.
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