Los ni?os de entonces
Hay un d¨ªa tr¨¢gico en la vida del ni?o, cuando descubre que los padres pueden morir. Ese pensamiento le ronda durante meses a la hora de dormirse y hay momentos en que, por no poder soportar la idea, llora. Entonces los padres, por borrarle esa idea tan negra, le prometen algo que no depende de su voluntad: morir¨¢n de viejos y le acompa?ar¨¢n, casi, durante toda su vida. En la mente del ni?o la idea madura como maduran los dientes cuando abren la enc¨ªa y comienza a convivir con la verdad m¨¢s temible: todo tiene un final. Hay un d¨ªa melanc¨®lico en la vida de un adulto, cuando descubre que los padres tambi¨¦n fueron ni?os. Lo supo siempre, claro, pero la imagen se hace m¨¢s poderosa cuando el padre comienza a envejecer y trae a la mesa recuerdos de hace setenta a?os. Su memoria viaja ahora con m¨¢s facilidad hacia la infancia que al pasado reciente. Yo veo de ni?o a este padre que naci¨® en 1930 (el m¨ªo). Lo veo en Madrid a sus nueve a?os, reci¨¦n acabada la guerra, perdido en la ciudad destruida. Una t¨ªa enfermera (con la mano muy larga) lo tiene a su cuidado y lo manda de una cola a otra del Auxilio Social. El cr¨ªo, uno m¨¢s entre tantos ni?os solitarios de la ciudad devastada, espera colas y ronda el hospital de Maudes en el que trabaja su t¨ªa y donde abundan los tullidos de guerra. No hay consuelo para su soledad. Nadie repara en ella. Al fin y al cabo, en ese a?o, toda Europa comienza a llenarse de ni?os vagabundos que huyen, empujados por sus padres, de un destino fatal. Ese ni?o que recorre una ciudad que no es la suya toma una decisi¨®n tan madura como insensata: va a un bar de Lavapi¨¦s y le dice al tabernero que le ha dicho su t¨ªa si le puede fiar 1,50 pesetas, que esa misma tarde se las devuelve. El ni?o se compra una manzana y un billete para Aranjuez en la estaci¨®n de Atocha. Ha o¨ªdo que all¨ª tiene unos familiares. El ni?o inteligente, resuelto, siente que el tren le aleja del hambre y, sobre todo, de ese paisaje de derrumbe y piernas amputadas. He o¨ªdo esta historia muchas veces pero es ahora, cuando ¨¦l la cuenta con cercan¨ªa machadiana, "estos d¨ªas azules y este sol de la infancia", cuando yo siento que la ni?ez siempre ocurre en el presente, y al escucharla experimento inquietud retrospectiva imaginando a esa criatura tan vulnerable y al tiempo tan decidida a encontrar un futuro mejor. Mientras yo recuerde ese peque?o viaje que cambi¨® una vida y se lo recuerde a otros, esa historia seguir¨¢ existiendo, con su cualidad de peripecia individual pero enmarcada en un momento hist¨®rico que condicion¨® la existencia de toda una generaci¨®n. Siento una especie de urgencia por que los detalles no se pierdan y el deseo imposible de viajar en el tiempo para vivir, aunque s¨®lo sean unas horas, en aquel pa¨ªs derrotado. Por fortuna, esa generaci¨®n de ni?os de la guerra no ha muerto. Los tenemos aqu¨ª. Son nuestros padres. A ellos han dedicado un libro, La memoria amenazada, los antrop¨®logos Arturo ?lvarez Rold¨¢n, Noelia Mart¨ªnez Casanova y Sandra Mart¨ªnez Rossi. Treinta y ocho abuelos nacidos en la Puebla de Don Fadrique (Granada) antes de la guerra cuentan su vida. Esos treinta y ocho relatos contienen la experiencia de la guerra, el abandono prematuro de la escuela, la c¨¢rcel, la orfandad, el empuje por salir adelante y darles a sus hijos lo que ellos no tuvieron. Hay pastores, agricultores, comerciantes, tatas, sirvientas, mujeres que trabajaban como mulas en los cortijos, un m¨²sico y hasta alg¨²n fantasma. Las p¨¢ginas est¨¢n llenas de sus voces, de su manera parca y por tanto po¨¦tica de explicar c¨®mo aceptaron los golpes de la vida. Pero tambi¨¦n hay bailes y una juventud que quiere serlo a pesar de la penuria. Fiestas sencillas de los pueblos, titiriteros que hac¨ªan populares cancioncillas tontas de humor inocente: "Estando en Valladolid/me acord¨¦ de tu retrato,/ solamente porque vi/ una morcilla en el plato,/que se parec¨ªa a ti". En los diminutivos, en los giros que todos ellos utilizan se adivina un acento com¨²n; en los hechos que cuentan se percibe la dureza casi inimaginable de un pa¨ªs pobre. Es como un diamante sin pulir para un Juan Rulfo. La poes¨ªa americana tiene una de sus m¨¢s hermosas expresiones en Spoon River (1915). Su autor, Edgar Lee Masters, convirti¨® en poemas las historias de los muertos de su pueblo que su madre le iba contando. Cada poema es un epitafio en el que el muerto cuenta en pocas palabras la historia de su vida. Unos muertos se relacionan con otros. V¨ªctimas y verdugos, amantes, traidores y gente bondadosa componen un universo dram¨¢tico. Suenan como mon¨®logos teatrales. Estos personajes de La memoria amenazada tambi¨¦n merecer¨ªan su lugar en la ficci¨®n. El cine y el teatro espa?oles se han ocupado poco de estos h¨¦roes silenciosos. Y eso que nosotros vivimos en un pa¨ªs construido fundamentalmente por ellos. En los ochenta a¨²n se estaba a tiempo para haber recogido muchos m¨¢s testimonios de supervivientes de la guerra, pero entonces nadie (casi nadie), salvo los historiadores, estaba por la labor de poner el o¨ªdo al pasado. A ver si ahora, en el empe?o de recuperar las voces de aquellos muertos, se nos olvida que hay vivos, los ni?os de entonces, que tambi¨¦n merecen ser escuchados.
Por fortuna, esa generaci¨®n de ni?os de la guerra no ha muerto. Los tenemos aqu¨ª. Son nuestros padres
En los ochenta nadie (casi nadie), salvo los historiadores, estaba por la labor de poner el o¨ªdo al pasado
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.