Mundos quietos con vida propia
1 - Las densas brumas de la calle, de madrugada, no han logrado llegar hasta donde me encuentro: leyendo en el confortable cuarto del Morgans Hotel. Sospecho un mundo tan infernal afuera que si ahora un cuervo negro golpeara los cristales, ni me inmutar¨ªa. Aun as¨ª, me acompa?an ciertos temores cuando finalmente me aventuro a mirar a la calle. Voy despacio hacia la ventana y miro. Contemplo divertido la tan amenazante oscuridad. Pero, de pronto, en el rascacielos de enfrente se cierra el ala de una ventana, como si Nosferatu se envolviera en su capa en pleno Manhattan. Enarco una ceja y vuelvo al interior del interior del cuarto, regreso a la lectura del libro de Murakami. En la novela japonesa, hay una mujer llamada Mari, que en un bar interrumpe la lectura y se queda mirando hacia fuera y por la ventana ve, a sus pies, una calle concurrida. Me alegro de estar quieto, sin saber si voy a una parte u otra, tan s¨®lo siguiendo los pasos de esa mujer.
Ahora Mari, que ha perdido el ¨²ltimo tren de vuelta a casa, ha cambiado de lugar y est¨¢ en el lavabo de la discoteca Skylark, donde le han dicho que puede pasar la noche. Por los altavoces del techo suenan los Pet Shop Boys. Mari se lava las manos y de vez en cuando alza la mirada y observa su rostro reflejado en el espejo. Cierra el grifo y se inspecciona los dedos de la mano. Los lleva pegajosos y act¨²a como si temiera haber perdido alguno. Luego aproxima su rostro al espejo. Se mordisquea los labios. Y de modo simult¨¢neo la Mari del espejo tambi¨¦n se los mordisquea. Se cuelga el bolso al hombro, sale del lavabo. La puerta se cierra. Nuestra mirada convertida en c¨¢mara permanece unos instantes en el lavabo. Ya no hay nadie. S¨®lo la m¨²sica sonando por los altavoces del techo. Una melod¨ªa de Hall&Oates. Al mirar con atenci¨®n, descubrimos que en el espejo todav¨ªa se refleja la imagen de Mari. Y la Mari del espejo est¨¢ mirando hacia nosotros desde el otro lado. Con expresi¨®n grave. Pero a este lado no hay nadie. S¨®lo la imagen de Mari que permanece en el espejo.
No me altero ni medio segundo. La escena de Mari y el espejo me hace pensar en ese amigo al que le pregunt¨¢bamos qu¨¦ ve¨ªa cuando se abismaba tanto. -Nada -nos dec¨ªa-, s¨®lo la realidad que nos mira.
Miro la realidad que me mira en este cuarto del Morgans, y trato de pensar en otra cosa. Pero acabo no quitando la vista del libro, por miedo a descubrir que algo haya podido modificar los dedos de mi mano izquierda, la ¨²nica que tengo libre, porque la derecha sostiene a duras penas la japonesa novela.
2
- Mari en su espejo del Skylark me recuerda el oscuro mal que se instal¨® en mi mano derecha cuando le¨ª el primer cuento de Felisberto Hern¨¢ndez. Percibo evidentes puntos en com¨²n entre el mundo de Murakami y el de Felisberto, aunque es dif¨ªcil que el japon¨¦s haya ni siquiera o¨ªdo hablar del gran escritor uruguayo, cuyos cuentos en su momento fueron dejando en m¨ª una sensaci¨®n de raro extra?amiento, que se fue traduciendo en una modificaci¨®n de los h¨¢bitos a trav¨¦s de los cuales contemplaba la realidad, o, mejor dicho, era observado por ella. Y no estoy hablando s¨®lo de las modificaciones en mi mano derecha, que ya no volvi¨® a ser la misma despu¨¦s de aquel libro de Felisberto, sino de la impresi¨®n que me qued¨® para siempre de que no se pod¨ªa leer a este autor sin correr ciertos riesgos. Porque con ¨¦l uno pasaba a ser observado por mundos quietos con vida propia. Murakami no es m¨¢s que un involuntario sucesor de Felisberto en la creaci¨®n de ese mundo de la realidad que nos mira.
En un genial cuento del uruguayo, El balc¨®n, una mujer se enamora de una especie de mirador en el que se pasa la vida imaginando historias sobre los transe¨²ntes que ve a trav¨¦s de los cristales. Un d¨ªa, el balc¨®n se cae, pero lo que el lector percibe es que el balc¨®n no se ha ca¨ªdo, sino que se ha suicidado porque la mujer le ha sido infiel con un hombre. O sea que era el balc¨®n el que la observaba a ella. La literatura de Felisberto nos sit¨²a en muchas ocasiones al borde de un misterio perturbador. No conozco la vida de Murakami y ni tan siquiera si conserva los cinco dedos en cada mano, s¨®lo s¨¦ que la vida de Felisberto fue desgraciada; persigui¨® el reconocimiento como escritor y no lo obtuvo y, sin embargo, vivi¨® de los dedos de sus manos: fue compositor, pianista de cine y de cafet¨ªn, y dio conciertos en salones elegantes y casinos de mala muerte. Las notas de este artista compusieron un espacio fantasmal de ficciones, de espejos y balcones que capturan las im¨¢genes y desde ellas observan la realidad. Se cas¨® cuatro veces, pero siempre acababa regresando a la casa de su madre. Parece que no fue feliz un solo d¨ªa de su vida, pero invent¨® un sistema taquigr¨¢fico que le sirvi¨® para escribir m¨¢s deprisa en los ¨²ltimos a?os. Ya s¨®lo por haber inventado ese m¨¦todo de lo fulminante, Felisberto habr¨ªa pasado a la historia, pero es que, adem¨¢s, fue un cuentista excepcional, que controlaba muy bien la locura en sus relatos de premeditada, cabal rareza.
Siguen las densas brumas de la calle sin llegar adonde estoy tan perfectamente acomodado, mientras me acuerdo de Felisberto, que dec¨ªa que la met¨¢fora era un veh¨ªculo burgu¨¦s, confortable, que iba a muchos lados, pero que antes, eso s¨ª, ten¨ªamos que decirle siempre al conductor adonde ¨ªbamos, concretar el sitio, porque si le dec¨ªamos que quer¨ªamos ir a lo incognoscible sab¨ªa d¨®nde llevarnos: al manicomio.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.