Capitalismo y confianza
Confieso que de adolescente ten¨ªa sentimientos muy encontrados respecto al sistema capitalista. So?aba con profesiones como la de profesor de humanidades o m¨²sico de orquesta, que nunca me reportar¨ªan un puesto en la Bolsa, y mientras recorr¨ªa las calles de Nueva York ve¨ªa a hombres-anuncio de unos diez a?os m¨¢s que yo que, proclamando que eran "Doctor en F¨ªsica por el Instituto de Tecnolog¨ªa de Massachusetts" o "Doctor en Econom¨ªa por Harvard", vend¨ªan manzanas. Pero tambi¨¦n ten¨ªa un t¨ªo que, sin haber estudiado en la universidad, se hab¨ªa montado una buena papeler¨ªa, se hab¨ªa comprado una bonita casa estucada en las afueras y, a lo largo del tiempo, m¨¢s que perder hab¨ªa ganado en sus inversiones en Bolsa.
La p¨¦rdida de confianza paraliza a todo el mundo, y hace que nadie se gaste un c¨¦ntimo
El lubricante fundamental de cualquier transacci¨®n es la confianza
Para complicar un poco m¨¢s mis sentimientos, yo admiraba mucho a los grupos de j¨®venes comunistas que ayudaban a las familias a volver a los pisos de los que la polic¨ªa acababa de des-alojarlas por no pagar el alquiler. Sin embargo, la raz¨®n principal de que no me hiciera comunista fue la repugnancia que en agosto de 1936 me caus¨® el juicio por "traici¨®n" contra los "viejos bolcheviques", que despu¨¦s de "confesar" que hab¨ªan conspirado para matar a Stalin, fueron ejecutados por orden de ¨¦ste.
Durante toda mi vida adulta nunca he estudiado econom¨ªa de manera sistem¨¢tica, pero, como historiador de la Europa contempor¨¢nea, y por razones tanto profesionales como personales, s¨ª que segu¨ª atentamente la competencia pol¨ªtico-econ¨®mica entre el capitalismo democr¨¢tico occidental y el comunismo de cu?o sovi¨¦tico.
Durante la grave depresi¨®n de la d¨¦cada de 1930, pareci¨® bastante posible que el comunismo, gracias a su centralizaci¨®n econ¨®mica, supuestamente racional, pudiera realmente tener m¨¢s ¨¦xito que el capitalismo. Sin embargo, desde finales de los cuarenta hasta la deliberada disoluci¨®n del imperio sovi¨¦tico, entre 1989-1991, fue quedando cada vez m¨¢s claro que una econom¨ªa capitalista democr¨¢tica, descentralizada y de mercados relativamente libres era bastante m¨¢s productiva y proporcionaba mucha m¨¢s calidad de vida que el modelo comunista sovi¨¦tico.
Al mismo tiempo, tambi¨¦n era cierto que el mundo capitalista, debido a la Gran Depresi¨®n de los a?os treinta y tambi¨¦n a la existencia del mundo sovi¨¦tico como modelo alternativo, hab¨ªa desarrollado el "Estado del bienestar", para que sus clases trabajadoras, tanto industriales como del sector terciario, no cayeran en la tentaci¨®n de optar por la seguridad econ¨®mica, la asistencia sanitaria universal y la ausencia de desempleo que aparentemente proporcionaban los reg¨ªmenes comunistas.
La desaparici¨®n del comunismo sovi¨¦tico y europeo-oriental, junto a la transformaci¨®n simult¨¢nea de la China comunista, que pas¨® de una fracasada utop¨ªa mao¨ªsta a una exitosa combinaci¨®n de econom¨ªa capitalista y control autoritario de la pol¨ªtica y la cultura, han liberado a los conservadores occidentales (sobre todo en los pa¨ªses anglosajones) de la inquietud que suscitaba una posible alternativa al capitalismo de libre mercado.
En general, las ventajas sociales y culturales del Estado del bienestar fueron aumentando y consolid¨¢ndose paulatinamente desde finales de la d¨¦cada de 1940 hasta la de 1980. Sin embargo, al desaparecer el rival econ¨®mico que representaba el comunismo y con el desarrollo industrial de gran parte de Asia y de Latinoam¨¦rica, el proceso de globalizaci¨®n que, dominado por el capitalismo, se inici¨® en los a?os ochenta, comenz¨® a reducir las ventajas del Estado del bienestar.
Ahora, en medio de las alarmantes experiencias de nuestro siglo XXI: empezando con los esc¨¢ndalos contables de Enron y Arthur Andersen, y siguiendo a ritmo acelerado con las hipotecas basura, las bonificaciones de cien millones de d¨®lares para altos cargos cuyas empresas poco despu¨¦s perd¨ªan la mitad o m¨¢s de su valor en Bolsa, y las diversas bancarrotas y rescates con dinero p¨²blico de bancos y sectores industriales supuestamente de primera fila, he tratado realmente de instruirme en las necesidades y fallos de la econom¨ªa actual.
Si simplificamos un poco, pero no mucho, el lubricante fundamental que precisa cualquier transacci¨®n con efectos negociables, tarjetas de cr¨¦dito, valores, obligaciones, dep¨®sitos derivados o titularizaciones es la confianza de todos los implicados en la operaci¨®n.
En el caso de los productos de escritorio de mi t¨ªo, la confianza depend¨ªa simplemente de su patente calidad y de que sus precios y m¨¦todos de facturaci¨®n fueran justos y fiables. Pero en un ambiente empresarial complejo, centrado en materias primas diversas y caras, y en propiedades inmobiliarias tambi¨¦n costosas, que precisan de varios niveles de licencias p¨²blicas, y del servicio de abogados, ingenieros e investigadores cient¨ªficos especializados, los procesos deben conllevar una confianza total en la integridad de las personas. No pueden quedar en manos de vendedores zalameros o de corredores formados en universidades de ¨¦lite, que recuerdo que en los a?os ochenta predicaban: "La codicia es buena".
Quienes arriesgan su capital merecen obtener un porcentaje mayor de beneficios que el que obtendr¨ªan invirtiendo en bonos del Tesoro garantizados, pero el conjunto del sector financiero debe regularse para que la codicia, el error y el enga?o humanos no conduzcan una y otra vez a crisis como la de los a?os treinta y la actual. Y lo que recuerdo que viv¨ª de muchacho, y lo que ahora veo reproducirse, es que la p¨¦rdida de confianza paraliza a todo el mundo, y hace que nadie se gaste un c¨¦ntimo, salvo que sea para cubrir las necesidades cotidianas.
Durante el New Deal estadounidense de Franklin Roosevelt, en las sociedades socialdem¨®cratas desarrolladas de Escandinavia, y en los Estados de bienestar de Europa Occidental posteriores a la Segunda Guerra Mundial, se daba por entendido que cualquier instituci¨®n que gestionara grandes cantidades de dinero ten¨ªa que estar regulada por funcionarios responsables.
Tambi¨¦n se daba por hecho que para que el flujo de dinero sirviera para incrementar la prosperidad del conjunto de la sociedad, la gente deb¨ªa tener un salario decente y poder opinar sobre sus condiciones laborales, y tambi¨¦n contar con una asistencia sanitaria y una pensi¨®n de jubilaci¨®n que le dieran confianza a la hora de gastar su dinero. En t¨¦rminos econ¨®micos, las d¨¦cadas que median entre 1950 y 1980 fueron las mejores de la historia para los habitantes del entorno capitalista democr¨¢tico. Pero el presidente Ronald Reagan, Margaret Thatcher y, en general, los te¨®ricos del conservadurismo econ¨®mico, comenzaron a postular que "el Gobierno es el problema, no la soluci¨®n", y que la regulaci¨®n de los bancos y los mercados de valores obstaculizaba el creativo desarrollo econ¨®mico.
La existencia de bastantes ine-ficiencias y errores en los servicios p¨²blicos concedi¨® cierta verosimilitud a esas ideas, y los fallos de la regulaci¨®n se agudizaron, por el sencillo expediente de nombrar a reguladores que no cre¨ªan realmente en las normas que supuestamente deb¨ªan hacer cumplir.
A mis 88 a?os, mis deseos para el A?o Nuevo son que la gente ambiciosa y en¨¦rgica limite su apetito de pura y simple riqueza, y que todos los Gobiernos democr¨¢ticos, de derecha, centro o izquierda, reconozcan que la prosperidad econ¨®mica depende absolutamente de la confianza, y que ¨¦sta depende de virtudes tan anticuadas como la honestidad y la moderaci¨®n.
Gabriel Jackson es historiador estadounidense. Traducci¨®n de Jes¨²s Cu¨¦llar Menezo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.