Horror burs¨¢til
La destrucci¨®n de riqueza financiera exige abandonar las veleidades de la autorregulaci¨®n
De las m¨²ltiples consecuencias de esta crisis, la destrucci¨®n de riqueza financiera es una de las m¨¢s expl¨ªcitas. Todos los mercados organizados de acciones de las econom¨ªas avanzadas han registrado en 2008 uno de los peores a?os. La Bolsa de Nueva York no ha perdido tanto valor en un a?o desde 1931; para la de Madrid ha sido el peor de su historia.
No han sufrido ¨²nicamente las empresas financieras, m¨¢s pr¨®ximas al origen de la crisis. En todos los sectores las desvalorizaciones han sido expl¨ªcitas a medida que la convulsi¨®n financiera aceleraba su metamorfosis hacia la fase en la que nos encontramos: una de las m¨¢s severas y generalizadas recesiones de la historia, da?ando seriamente las expectativas de beneficios de todo tipo de empresas. Y el n¨²mero de particulares afectados en sus inversiones directas, o a trav¨¦s de fondos de inversi¨®n o de pensiones, en los mercados de acciones, se encuentra en el m¨¢ximo hist¨®rico, en torno al 50% de la poblaci¨®n en la mayor¨ªa de las econom¨ªas m¨¢s desarrolladas de la OCDE.
Estas p¨¦rdidas han constituido una primera fuente de erosi¨®n de la confianza en la industria de servicios financieros, en particular la de aquellos que delegaron sus decisiones de inversi¨®n en instituciones con fondos que en no pocos casos han tenido un peor comportamiento que el de los propios mercados. En segundo lugar, porque algunos de esos gestores han bordeado la legalidad y el juego limpio, como la ramificaci¨®n del caso Madoff est¨¢ revelando. No menos importante, la desconfianza de los inversores particulares tambi¨¦n se ha visto mermada por la cuestionable supervisi¨®n de algunos de esos mercados.
No son, en definitiva, los mejores fundamentos en los que basar la extensi¨®n del capitalismo popular o, cuando menos, las posibilidades de diversificaci¨®n de la inversi¨®n en sociedades cada d¨ªa m¨¢s envejecidas. Y, sin embargo, los mercados de acciones son esenciales en el funcionamiento de las modernas econom¨ªas. Pero asentados en la confianza. Por eso es muy importante que se abandonen veleidades autorreguladoras de los operadores y sean las instituciones p¨²blicas, sobre la base del rigor y del fortalecimiento de sus medios, las que garanticen en todo momento el juego limpio: que m¨¢s all¨¢ de las expectativas de beneficios en esos mercados no cotizar¨¢n pr¨¢cticas que rocen la corrupci¨®n o est¨¦n alejadas del buen gobierno de las empresas.
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