Explicarse el silencio de Carmen Laforet
Cristina Cerezales publica un libro sobre su madre
Los p¨®mulos altos y la mand¨ªbula marcada. Los rasgos duros y templados por un gesto apacible. No hay duda de que Cristina Cerezales (Madrid, 1948) ha heredado la belleza angulosa de su madre. Carmen Laforet, una de las grandes voces de las letras espa?olas del siglo XX. Y probablemente, el m¨¢s irresoluble de sus misterios; la chica que con s¨®lo 22 a?os gan¨® el premio Nadal con Nada, una novela sobre la inquietud, la juventud y los grises a?os de la posguerra espa?ola. Tambi¨¦n, la mujer que decidi¨® sumirse en el silencio novelesco despu¨¦s de publicar obras de menos entidad como La mujer nueva y La insolaci¨®n.
"Tomas conciencia del trabajo que est¨¢s haciendo. No se trata s¨®lo de reconstruir la vida de tu madre, Carmen Laforet, sino de abrirte al misterio de la condici¨®n humana", explica Cerezales, cuyo ¨²ltimo libro, M¨²sica blanca (Destino) es precisamente el esfuerzo por desbrozar su propio enigma. Ella fue testigo de las crisis de su madre, del conflicto de una escritora para dejar de serlo y poder vivir la vida sin la necesidad de narrarla.
En la novela se profundiza sobre el retiro voluntario de la autora de 'Nada'
Cerezales dibuja un c¨ªrculo en el aire con ambas manos para explicar la estructura de su libro. M¨²sica blanca es exactamente eso: dos trayectorias en el tiempo que acaban uni¨¦ndose. Est¨¢ la de la madre, Laforet, que viaja al pasado con la ayuda de un ¨¢lbum de fotos desde una enfermedad degenerativa que la ha dejado sumida en el ensimismamiento. Cristina Cerezales pone voz a su madre interpretando las notas, cartas y testimonios que manej¨® mientras la acompa?aba en los a?os finales de su vida. "Los ¨²ltimos tres los pas¨® casi en completo silencio. Pero, de alguna forma, se comunicaba conmigo a trav¨¦s de sus reacciones en una frecuencia distinta". Mientras su madre retrocede en la memoria, la escritora hace el recorrido inverso. Se dirige a s¨ª misma en segunda persona para distanciarse de una historia que es tambi¨¦n la propia. "T¨² la vas siguiendo porque su sonido tambi¨¦n despierta ecos en ti como si ella representara la cuerda de un instrumento y t¨² fueras otra cuerda que vibrara por resonancia".
No evita episodios delicados. La separaci¨®n de sus padres y el dolor de Laforet, dividida entre su deseo de libertad y lo que ella sent¨ªa como el abandono de sus hijos. Las ocasiones en las que se encerraba a escribir y no escrib¨ªa o creaba y romp¨ªa las notas. "Hab¨ªa momentos en los que pensar en la maleta de papeles me provocaba dolor y otros en los que significaba liberaci¨®n. All¨ª le¨ªa lo que ella ya me hab¨ªa contado y lo que no me hab¨ªa contado nunca".
Habla tambi¨¦n del momento, en 1951, en el que su madre descubre a Dios de una forma repentina y desbordante como si de una epifan¨ªa se tratara. "Dios me ha cogido por los cabellos y me ha sumergido en su misma Esencia", dice Laforet a trav¨¦s de su hija. Este misticismo fue mal entendido en su momento como beater¨ªa, seg¨²n la autora.
Hacia el final de su vida, donde comienza el libro, la madre cede a la insistencia de la hija y le escribe "algo". Dos palabras: "Uno... ?nica". Las subraya en rojo. Su significado queda desgranado a lo largo de la novela. La hija, al mismo tiempo que el lector, comprende finalmente. Con "inter¨¦s amoroso" halla el modo de dialogar con el silencio de su madre.
Babelia
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