Denuncias desde la trinchera
Lleva 14 a?os sumergida en la pena. Viajando desde los barrios marginales a la c¨¢rcel. All¨ª recoge los datos que alimentan sus informes: centenares de presos ven violados sus derechos en esta Espa?a moderna y democr¨¢tica del siglo XXI. Aunque quiere ver un rayo de esperanza:
-Todo no es tan horrible. A veces pasan cosas buenas.
-D¨ªgame alguna.
Silencio. Medita. ?Alg¨²n preso que se haya rehabilitado tras su paso por la c¨¢rcel?
-S¨ª-, exclama aliviada. Tengo un amigo que tras una vida espantosa en un barrio marginal, drogodependiente, agresivo, con un homicidio a sus espaldas, ingres¨® en prisi¨®n y dej¨® la droga gracias a Proyecto Hombre. Logr¨® la condicional y hoy tiene una vida normal, muy normal.
"La justicia fue para m¨ª una decepci¨®n. Se condena a gente por sus antecedentes"
"Ante una violaci¨®n de derechos, lo primero que hace el pol¨ªt¨ªco es negarla"
-?Cu¨¢ntos dedos de la mano necesitar¨ªa para contar otros casos como ese?
Su rostro se ensombrece. Levanta la mano derecha y dice:
-Uno, uno o dos.
El coche enfila los arrabales de la capital, camino del centro penitenciario Sevilla II. Isabel Mora Grande ten¨ªa 24 a?os y un t¨ªtulo de abogado cuando comenz¨® a transitar estas sucias calles de pol¨ªgonos industriales. Era pasante en un bufete. Se hab¨ªa especializado en derecho penal y penitenciario. Un compa?ero era voluntario en el servicio jur¨ªdico de la Asociaci¨®n Pro Derechos Humanos de Andaluc¨ªa (Apdha).
-Yo era inquieta, inconformista y contestataria. Me daban mucho coraje las injusticias. Mi amigo me llev¨® a la asociaci¨®n. Era el trabajo social que estaba buscando.
Hoy, esta joven nacida en Huelva hace 37 a?os, es la coordinadora general por elecci¨®n de la Apdha. Le gusta esta ONG porque, al contrario que otras, no es asistencial. "Nosotros no nos dedicamos a dar de comer a la gente, sino a defender sus derechos". Para eso, "tienes que meterte en la trinchera, conocer los problemas de la gente y hacerlos tuyos".
En la trinchera de c¨¢rceles y derechos civiles, una de las ¨¢reas m¨¢s sensibles de la Apdha, lleva Isabel desde 1995. Recopila violaciones de derechos, anota injusticias y las denuncia. La m¨¢s reciente, el calamitoso estado de salud de la poblaci¨®n reclusa andaluza.
A finales de 2008, en la comunidad hab¨ªa 16.236 reclusos, seg¨²n el Ministerio del Interior. De ellos, 1.298 (8%) son enfermos mentales. Otros 6.494 (40%) sufren trastornos mentales y de personalidad. Muchos de ellos est¨¢n en prisi¨®n por falta de centros m¨¢s adecuados y en contra de lo previsto en el C¨®digo Penal para los presos con trastorno mental grave. S¨²menle el hacinamiento.
El coche se detiene ante la alambrada que rodea el recinto penitenciario. En la c¨¢rcel hay 1.700 presos. Est¨¢ al 170% de su capacidad. El hospital psiqui¨¢trico anejo el porcentaje es mayor: el 220%, con un total de 180 reclusos. S¨®lo hay un psiquiatra, que va dos veces al mes a la prisi¨®n.
La salud general arroja cifras igual de aterradoras: el 10% de los internos padece sida, el 40% hepatitis C y el 5% tuberculosis. M¨¢s la droga:
-El 80% de los presos son drogodependientes. Todo el mundo pasa droga, los familiares, los presos, los funcionarios. El a?o pasado, hasta el mes de septiembre, fallecieron por sobredosis ocho reclusos.
Los padres de Isabel, ¨¦l ingeniero t¨¦cnico y ella ama de casa, forman una familia "tradicional". Habr¨ªan querido para su hija una vida m¨¢s acomodada. "No entienden mucho mi vida, la verdad, aunque me dejan vivirla". Ahora est¨¢n m¨¢s tranquilos, porque Isabel, adem¨¢s de dedicar horas y horas de forma gratuita a la Apdha -nadie cobra, salvo unos pocos contratados- es desde el pasado a?o funcionaria por oposici¨®n de la Junta.
?Una contestataria y antisistema, como ella misma se define, funcionaria?
Hay una explicaci¨®n: desde que termin¨® la carrera ejerce como abogada. Trabajaba en despachos privados, en el turno de oficio, daba clases en una academia, y atend¨ªa el servicio jur¨ªdico de la Apdha. Sus ingresos eran escasos y variables, pues trabajaba como aut¨®noma.
-Como abogada, me interesaba el derecho penal y penitenciario y eso no daba mucho dinero. Vas creciendo y vas teniendo m¨¢s claro lo que te gusta. Y lo que me gustaba era la asociaci¨®n. M¨¢s que el dinero.
Soluci¨®n: al tiempo que preparaba a otros alumnos para opositar, ella misma estudi¨® y aprob¨®. Desde el pasado a?o trabaja en la Direcci¨®n General de Consumo de la Consejer¨ªa de Gobernaci¨®n. En realidad, lo que hizo fue comprar horas libres para dedicarlas a su pasi¨®n: la defensa de gente desamparada, las denuncias de los fallos del sistema.
La asociaci¨®n presenta sus informes al Defensor del Pueblo, al Parlamento, a la prensa. ?Tienen buena acogida? M¨¢s bien no.
-Lo primero que hacen los pol¨ªticos ante una denuncia nuestra, si el tema no es muy conocido, es negarlo. Lo niegan todo. Lo que los mueve a actuar es si la denuncia tiene repercusi¨®n medi¨¢tica.
Al final, con tes¨®n se consigue algo. "Hace a?os se negaba la existencia de la droga en las prisiones, ahora se habla de los programas de ayuda a los internos drogodependientes". Lo mismo sucede con las denuncias sobre la salud de los presos. "Que la Administraci¨®n, al final, lo reconozca, es un ¨¦xito. Porque lo mejor para que las violaciones de derechos no queden impunes, es sacarlas a la luz".
Entonces es cuando Isabel encuentra alguna satisfacci¨®n. Porque aunque lleg¨® a la abogac¨ªa "con una ilusi¨®n tremenda", y a¨²n hoy sigue sintiendo esa pasi¨®n, "la justicia para m¨ª ha sido una decepci¨®n". Cre¨ªa que la justicia era "realmente justa". Pero la realidad se impuso: "Se pasa muy por encima de los temas, entre los abogados de oficio hay una falta de inter¨¦s impresionante y muchas veces se condena a alguien por sus antecedentes".
Gentes como las que ella defiende, y que habitan en los barrios marginales y en algunos agrupamientos chabolistas que atraviesa cada d¨ªa cuando se dirige hacia la prisi¨®n Sevilla II a cargar su maleta con m¨¢s penas y miserias.
?Nos quedamos sin hacer nada?
En el sal¨®n de la Apdha un grupo de voluntarios ultima un par de pancartas que condenan el genocidio en Gaza. Es una de las ¨¢reas, solidaridad internacional, en la que trabaja la asociaci¨®n en Sevilla. Las otras son marginaci¨®n y chabolismo, c¨¢rceles y derechos civiles, prostituci¨®n e inmigraci¨®n.
Isabel Mora est¨¢ al frente de m¨¢s de 4.000 socios andaluces repartidos en una docena de sedes. Un centenar de ellos son "socios activos". Ellos preparan el trabajo y las campa?as a desarrollar. En la asociaci¨®n, creada en 1991, hay m¨¢s mujeres que hombres.
-La mujer se interesa m¨¢s por los temas sociales, y menos por los cargos burocr¨¢ticos-, dice la coordinara general.
La Apdha es una ONG "de denuncia y sensibilizaci¨®n". La edad media de sus socios est¨¢ en los 50 a?os. "Es dif¨ªcil que se enganche la gente y menos la gente joven". No suele haber militantes de partidos pol¨ªticos. "Nosotros denunciamos abusos de las administraciones y los partidos pol¨ªticos son quienes las controlan". Lo hacen por amor al arte, en este caso por amor a los desfavorecidos. ?Son los misioneros del siglo XXI? Isabel dice que en todo caso misioneros sin el halo m¨ªstico y religioso.
El misionero tendr¨¢ su recompensa en el m¨¢s all¨¢. Estas mujeres y hombres que regalan horas y horas de trabajo lo hacen "porque crees en algo, vives en la utop¨ªa de que puedes poner tu granito de arena para que las cosas cambien".
Pero algunas cosas no parecen que vayan a cambiar. Lo que sucede en Gaza, por ejemplo, y sobre cuyas pancartas trabajan los voluntarios de la Apdha. Aun as¨ª, Isabel Mora no arroja la toalla:
-Aunque es casi imposible cambiar las cosas en este sistema capitalista, ?qu¨¦ te quedas, sin hacer nada?
Pues no. Queda la palabra y la pancarta.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.