Zarzueler¨ªas
Este a?o es el del centenario de la muerte de Ruperto Chap¨ª, un autor sobre todo de zarzuelas, ese g¨¦nero que ha dado por igual obras maestras y ejemplos abominables de m¨²sica ratonera, como pasa en la ¨®pera. Chap¨ª, que no era madrile?o, traza en La revoltosa un retrato genial de ese casticismo inexistente en el fondo que crearon otros for¨¢neos como el salmantino Tom¨¢s Bret¨®n y canoniz¨® para el teatro un alicantino como Carlos Arniches. La mitolog¨ªa madrile?a es, pues, moderna y artificiosa, lo que no quiere decir que no haya dado frutos y, sobre todo, que, volviendo a la zarzuela, ¨¦stos hayan sido filtrados por el tiempo, que sirve, entre otras cosas, para construir la memoria.
Se intenta una y otra vez hacer de la zarzuela un arte perdurable, y escen¨®grafos como Calixto Bieito, Emilio Sagi o Marina Bolla¨ªn han conseguido que los m¨¢s j¨®venes se crean las cuitas de un cajista de imprenta comido por los celos o de un mec¨¢nico que hace tiempo que acude al taller sin saber a qu¨¦. Y, sin embargo, uno no puede escuchar otra zarzuela que la que ha ido llegando en los discos viejos pasados al compacto por firmas como Aria o Blue Moon. Grabaciones antiguas pero no rancias -de poco antes o poco despu¨¦s de la Guerra Civil- cuyas voces y ruidos nos llevan a un tiempo ido en el que los espectadores se quedaban en su butaca durante los intermedios a cantar las romanzas y los coros leyendo sus letras que aparec¨ªan en el tel¨®n, como ya pose¨ªdas por un p¨²blico que al salir las har¨ªa suyas para siempre. Son los celos y el desamor y la lucha de clases dichos por voces que aquel mismo tiempo ha hecho levemente gatunas en ellas, de chuler¨ªa impostada las de ellos.
Escuchar Los claveles de Serrano por Amparo Romo o La eterna canci¨®n de Soroz¨¢bal por Manuel Gas es sumergirse en el pasado que se vence a s¨ª mismo desde la imposibilidad absoluta de su vuelta pero tambi¨¦n desde la dignidad de una impronta popular que no molesta como puede hacerlo la copla, sucesi¨®n de historias de un pueblo que se engolfa con la desgracia de quien no tiene quien le quiera o el orgullo requintado en la jaca o el sombrero.
Por eso cada vez me gustan menos esas coplas y le concedo a la zarzuela un plus de sabidur¨ªa que nace tambi¨¦n de la modestia de sus autores, triunfadores en su d¨ªa muchos de ellos, due?os de su decisi¨®n de quedarse en eso. Ah¨ª est¨¢ Pablo Soroz¨¢bal, un m¨²sico capaz de escribir una pieza con P¨ªo Baroja de libretista -Adi¨®s a la bohemia- que es la historia m¨¢s amarga jam¨¢s contada por la m¨²sica espa?ola y llenar de detalles de grandeza esa otra bien distinta que es La del manojo de rosas. Soroz¨¢bal, el siempre cabreado, el vasco m¨¢s madrile?o de todos los tiempos y el madrile?o m¨¢s vasco que vieron los siglos. -
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