Davies, el encantador
La famosa aldea global en la que estamos inmersos responde, a menudo, m¨¢s a las caracter¨ªsticas de aldea que a las de globalidad. El gran escritor canadiense Robertson Davies (1913-1995), a quien John Irving defini¨® como "el Dickens de Canad¨¢", estuvo a punto de obtener el Premio Nobel en 1993. Entre sus apasionados lectores estaban Malcolm Bradbury, que aseguraba que se trataba de "uno de los grandes novelistas modernos", y Harold Bloom, que lo incluy¨® en El canon occidental. Y, sin embargo, Davies era pr¨¢cticamente desconocido en Espa?a hasta que la peque?a editorial Libros del Asteroide emprendi¨® la publicaci¨®n de la Trilog¨ªa de Deptford, la m¨¢s adictiva de su extens¨ªsima obra. Ahora que lleva m¨¢s de una d¨¦cada muerto, sus novelas se pasean con fuerza creciente por las librer¨ªas espa?olas. La ¨²ltima en llegar es Lo que arraiga en el hueso, segunda parte de la Trilog¨ªa de Cornish. El placer que suscita su lectura es uno de los muchos prodigios de la literatura: difuntos desconocidos que pasan a formar parte de nuestras fantas¨ªas, nuestras risas y nuestras conversaciones. Con argumentos de menos peso se han creado religiones.
El personaje es tan sorprendente como su obra. El hijo de John Irving crey¨® que estaba ante Dios el d¨ªa que lo conoci¨®
Era un narrador ir¨®nico e imaginativo, con una visi¨®n de la vida m¨¢s tragic¨®mica que sentimental
El hallazgo de Davies es sensacional, ya que el personaje es tan sorprendente como su obra. Su aspecto era tal que el hijo de John Irving crey¨® que estaba ante Dios el d¨ªa que lo conoci¨®. Era desmesuradamente alto, iba ataviado con ropas ligeramente pasadas de moda, luc¨ªa una larga barba de una blancura resplandeciente, al igual que su cabello, y pose¨ªa una sonora voz de actor. Su biograf¨ªa iba a la par de su fabulosa apariencia: hab¨ªa sido actor en la Old Vic Repertory Company de Londres, productor de teatro, prestigioso periodista en Canad¨¢, renombrado profesor de Literatura y rector en la Universidad de Toronto, adem¨¢s de galardonado autor de novelas, cuentos, obras de teatro, cr¨ªticas literarias y art¨ªculos.
Nabokov dec¨ªa que el don m¨¢s importante de un escritor es shamanstvo, una palabra rusa que hace referencia a "la cualidad del encantador". Esa habilidad para conseguir que la gente desee ardientemente seguir leyendo tus historias no puede ser ense?ada. Dickens la ten¨ªa. Davies tambi¨¦n. El propio autor canadiense aseguraba que el shamanstvo formaba parte del oficio de escribir: "Un escritor de verdad desciende de los contadores de historias medievales que sol¨ªan ir a la plaza de las ciudades, extender una alfombrilla en el suelo, sentarse sobre ella, golpear un cuenco y decir: 'Si me das una moneda de cobre, te dar¨¦ un cuento de oro'. Si el narrador era bueno, reun¨ªa a un peque?o grupo de personas a quienes contaba una historia hasta que llegaba al punto m¨¢s interesante; entonces, se deten¨ªa y pasaba de nuevo el cuenco. As¨ª se ganaba la vida; si no consegu¨ªa retener a su p¨²blico, deb¨ªa dedicarse a otra cosa. Eso debe hacer un escritor".
Davies era un narrador ir¨®nico e imaginativo, con una visi¨®n de la vida m¨¢s tragic¨®mica que sentimental. Durante sus a?os de periodismo, descubri¨® c¨®mo viven las personas, qu¨¦ hacen por la noche y qu¨¦ sucede tras las cortinas de sus casas. Del teatro, aprendi¨® a elaborar di¨¢logos para decir lo m¨¢ximo con el m¨ªnimo de palabras posible. De su educaci¨®n presbiteriana, con su terrible concepto del destino, hered¨® la cuesti¨®n moral a la que se enfrentan sus peculiares personajes: la tenue l¨ªnea que separa el libre albedr¨ªo de la predestinaci¨®n, la responsabilidad de la inocencia, la condena de la salvaci¨®n. Y de su educaci¨®n brit¨¢nica mam¨® el humor presente en sus novelas y que le convirti¨® en un solicitad¨ªsimo conferenciante. Sol¨ªa referirse a s¨ª mismo como "una voz desde el ¨¢tico", burl¨¢ndose as¨ª de la escasa consideraci¨®n intelectual que la literatura canadiense ten¨ªa en Estados Unidos.
Su energ¨ªa creadora era tal que conceb¨ªa las novelas de tres en tres. Estaba dotado de una inmensa vitalidad intelectual y, al final de su existencia, lleg¨® a reconocer que su experiencia sobre el temido bloqueo del escritor se reduc¨ªa a "algo peque?ito, suficiente para recobrar el aliento". Escribi¨® la Trilog¨ªa de Salterton (Tempest-Tost, Leaven of Malice, A Mixture of Frailties); la Trilog¨ªa de Deptford (El quinto en discordia, Mant¨ªcora, El mundo de los prodigios); la Trilog¨ªa de Cornish (?ngeles rebeldes, Lo que arraiga en el hueso, La lira de Orfeo) y la inacabada Trilog¨ªa de Toronto, de la que s¨®lo lleg¨® a finalizar las dos primeras partes: Asesinatos y ¨¢nimas en pena y Un hombre astuto. En total, once novelas donde unas historias se engarzan con otras hasta formar tramas sorprendentes. Lo que no se sabe es si su esposa lleg¨® a temer que semejante afici¨®n a la trilog¨ªa se extendiera, en alguna ocasi¨®n, del terreno laboral al sentimental.
Para empezar a leerlo, nada mejor que la Trilog¨ªa de Deptford, considerada su obra maestra: El quinto en discordia (1970), Mant¨ªcora (1972) y El mundo de los prodigios (1975). Las tres novelas, como relatos poli¨¦dricos, relatan la extra?a muerte del millonario Percy Boyd Staunton desde tres puntos de vista. Lo que empieza con una inocente bola de nieve en El quinto en discordia, que recibi¨® el Premio Llibreter 2006, se convierte en un alud que arrastrar¨¢ a los singulares protagonistas -locos con halo de santidad, magos, mujeriegos mutilados, analistas junguianos...- en una trama de venganza, amor, alcohol y mitos.
El autor conceb¨ªa la ficci¨®n como un gran tapiz con limpios dibujos en cuyo reverso se entretejen las vidas de todos los personajes de forma aparentemente ca¨®tica. Ese modo de entender la literatura conecta con un modo de escucharla y disfrutarla: credulidad, escepticismo, asombro, maravilla y, a veces, aunque sea breve y d¨¦bilmente, la sensaci¨®n de vislumbrar lo inaccesible, aquello que no puede obtenerse con el pensamiento racional. Y percibir lo inaccesible, por imperfecta que sea la percepci¨®n, significa haber accedido a ello.
Robertson Davies coment¨® en una ocasi¨®n que George Bernard Shaw floreci¨® cuando ten¨ªa veinte a?os, pero que nadie aspir¨® su aroma hasta que cumpli¨® cuarenta. Y, a continuaci¨®n, a?adi¨® con iron¨ªa que con ¨¦l a¨²n hab¨ªan tardado m¨¢s tiempo. H¨¢ganse un regalo: no demoren el placer de leerle.
Lo que arraiga en el hueso. Robertson Davies. Traducci¨®n de Concha Carde?oso. Libros del Asteroide. Barcelona, 2009. 487 p¨¢ginas. 21,95 euros.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.