Guerra y crimen
No soy ning¨²n cristiano que crea que se debe poner la otra mejilla, ni pacifista a ultranza que considere que nunca se ha de responder con violencia. Si a uno lo atacan, me parece natural que se defienda. Si lo agravian o insultan, no juzgo mal devolver lo recibido, o por lo menos tomar medidas y prevenirse para la pr¨®xima. Si alguien nos detesta hasta el punto de querer borrarnos del mapa, encuentro l¨®gico oponerse a todo trance y, si no hay m¨¢s remedio, intentar borrar del mapa al otro, al que desea aniquilarnos. Ahora bien, lo que distingue a una persona civilizada de una mala bestia, un venado, un mat¨®n o un chulo, es pensar en las consecuencias de su reacci¨®n, por justificada que ¨¦sta sea. Tambi¨¦n lo es tener en cuenta la capacidad de quien nos aborrece: alguien puede ansiar perjudicarnos gravemente, pero no siempre ese alguien est¨¢ en condiciones de conseguirlo. Si yo llevo pistola y un individuo me abofetea, lo que en modo alguno puedo hacer es pegarle un tiro en respuesta a su agresi¨®n. Si no estoy dispuesto a enzarzarme en un cuerpo a cuerpo, entonces s¨ª debo aguantarme con mi bofetada y rehuir esa acercanza, porque lo que tendr¨ªa prohibido ser¨ªa hacer uso del arma que llevo en el bolsillo. Si un muchacho de catorce a?os -o dos, o tres- me tiran piedras, sigo sin poder sacar mi pistola, ni tan siquiera una navaja.
Todos montamos en c¨®lera alguna vez, nos exasperamos, nos sentimos provocados, burlados, agredidos o estafados. Hay personas que, si un empleado de cualquier empresa o servicio se les insolenta o disputa con ellas de mala manera, no vacilan en elevar una queja furibunda a los superiores de ese empleado, con su nombre y apellido, sin pararse a pensar que con su protesta iracunda pueden propiciar el inmediato despido de quien fue insolente o inepto, y que acaso eso sea demasiado castigo, que alguien pierda su empleo por una mera impertinencia o negligencia ocasionales (tal vez quien nos ofendi¨® ten¨ªa un mal d¨ªa). Los escritores, y cuantos damos a conocer nuestro trabajo, somos a menudo objeto de pullas y fustazos. En principio nos toca aguantarlos, porque nadie nos ha obligado a exponernos p¨²blicamente (podr¨ªamos haber guardado en un caj¨®n nuestras obras), y todo el mundo tiene derecho a opinar lo que le plazca. Cuando se trata de ataques personales, reiterados o incluso obsesivos, es l¨ªcito responder a ellos seg¨²n de qui¨¦nes provengan: bien est¨¢ si es alguien que dispone de una columna en un diario, como es mi caso, o de un programa de televisi¨®n o de radio, desde los cuales podr¨¢ devolv¨¦rseme mi latigazo; si quien habla mal de m¨ª no est¨¢ en igualdad de condiciones conmigo, m¨¢s me vale callarme.
?Y en las guerras, qu¨¦ pasa en las guerras? En mi ¨²ltima novela hice decir a un personaje ingl¨¦s, al habar de la Segunda Guerra Mundial, algo as¨ª como lo siguiente (lo siento, pero no voy ahora a ponerme a buscar una p¨¢gina entre setecientas): "En una guerra de supervivencia uno hace todo lo necesario, lo cual acaba por incluir tambi¨¦n lo innecesario. El problema es que mientras se dirime el conflicto, uno cree que todo es necesario. Luego, cuando ha terminado, y si uno ha salido vencedor, es casi imposible no pensar que tambi¨¦n se habr¨ªa ganado sin que yo hubiera hecho esto o lo otro. Pensamos que podr¨ªamos habernos ahorrado alguna crueldad o vileza, y algunas v¨ªctimas, y que aun as¨ª el resultado habr¨ªa sido el mismo. Hay gente a la que luego eso le pesa durante la vida entera". Creo que, en efecto, hay guerras en medio de cuyas indecisi¨®n y fragor es muy dif¨ªcil medir y saber eso, qu¨¦ es necesario y qu¨¦ no lo es tanto. Hay otras, sin embargo, en las que la cuesti¨®n es meridiana, y en ellas resulta imperdonable hacer, a sabiendas, mucho m¨¢s de lo necesario: provocar escarmientos en la poblaci¨®n civil, para diezmarla y aterrorizarla; matar a ni?os que no podr¨ªan empu?ar un arma aunque quisieran, y si la tuvieran; bombardear hospitales en los que se atiende a heridos, que ya est¨¢n fuera de combate; o escuelas en las que se refugian mujeres con sus hijos, a¨²n inocuos e inermes. Todo lo que se sabe que es gratuito y superfluo, excesivo y desproporcionado, abusivo y no vital para el desenlace de la contienda, es un crimen. El resto es otra cosa: es guerra, y as¨ª son ¨¦stas desde que existe el mundo.
Israel ha incurrido en todos esos cr¨ªmenes en su respuesta a los cohetes lanzados sobre su territorio por Ham¨¢s desde Gaza. Una vez m¨¢s ha hecho pagar, desoyendo el viejo mandato, a justos por pecadores, y adem¨¢s con plena conciencia, crueldad, exhaustividad y encarnizamiento. Ha sacado la pistola ante una bofetada y ha hecho uso de ella. Hoy por hoy, es un Estado incivilizado, un venado, una mala bestia, un mat¨®n y un chulo. Las consecuencias injustas de su reacci¨®n le han tra¨ªdo sin cuidado. Hace a?os, con motivo de la publicaci¨®n de una de mis novelas en hebreo, vino un periodista a entrevistarme. Recuerdo que me pregunt¨®: "Si se le concediera un d¨ªa el Premio Jerusal¨¦n, ?lo aceptar¨ªa? ?Vendr¨ªa a nuestro pa¨ªs a recogerlo?" Le contest¨¦ que s¨ª, en el improbable caso, que no ve¨ªa por qu¨¦ no. Hoy mi respuesta habr¨ªa sido otra: "No", le habr¨ªa dicho. "Lo mismo que nunca he ido a Cuba, o que no ir¨ªa a Ir¨¢n, ni a Arabia Saud¨ª, ni a Venezuela, o que no habr¨ªa ido al Chile de Pinochet, tampoco ir¨ªa a Israel. A un pa¨ªs, para ser civilizado y democr¨¢tico, no le basta con celebrar elecciones libres. Esa condici¨®n se gana o se pierde d¨ªa a d¨ªa, en la manera de gobernar, y tambi¨¦n en la de conducir una guerra. Israel hoy la ha perdido".
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