Espa?a sali¨® bien: ?y ahora?
La historia reciente demuestra que nuestra sociedad ha sabido reaccionar frente a las sucesivas crisis, especialmente si se planteaba un doble reto de inserci¨®n en la econom¨ªa global y de liberalizaci¨®n interna. Y que estas respuestas colocaron a la econom¨ªa espa?ola en mejor posici¨®n que las de partida. ?Ser¨¢ esta vez as¨ª?
Espa?a sali¨® bien de otras, con matices en cada caso. As¨ª, el Plan de Estabilizaci¨®n de 1959 resolvi¨® la debacle de la moneda, enterr¨® la autarqu¨ªa e inici¨® una t¨ªmida liberalizaci¨®n exterior que permitir¨ªa el despegue de los sesenta, malgastado por unos planes de desarrollo encorsetados, y al coste social de una gran emigraci¨®n. As¨ª, la crisis petrolera de 1973 se encauz¨® con m¨¢s retraso ("puentear la crisis" para no apuntillar la moribunda dictadura, fue la consigna). Tuvo que esperarse a los Pactos de la Moncloa, en 1977, un modelo que logr¨® repartir entre los distintos sectores sociales los costes del desempleo y de la lucha contra la espiral de precios.
Aquella soluci¨®n conllevaba a¨²n m¨¢s af¨¢n por sostener a la naciente democracia que por atajar el prolongado desajuste econ¨®mico, con inflaci¨®n de dos d¨ªgitos y unos d¨¦ficit galopantes. Qued¨® grabada como emblema de las virtudes del consenso nacional y permiti¨® el ¨¦xito de las severas pol¨ªticas sectoriales de los ochenta: la reconversi¨®n bancaria, que encauz¨® la quiebra de m¨¢s de 50 entidades y dot¨® al sector de un rigor del que a¨²n ahora es tributario, y la industrial, sobre todo de los grandes sectores pesados (astilleros, siderurgia). Iniciados esos deberes, la econom¨ªa espa?ola cosech¨® el ¨¦xito del siglo al digerir con resultado ejemplar su integraci¨®n en la Europa comunitaria, pese a las previsiones agoreras de algunos (sobre todo, sectores protegidos de la CEOE), pero al coste social cifrado en un mill¨®n de empleos agrarios, posteriormente reabsorbidos. Los fondos europeos y luego los declinantes tipos de inter¨¦s acompa?aron y multiplicaron el esfuerzo de adaptaci¨®n de empresas, ejecutivos y trabajadores.
Con Espa?a integrada en la primera velocidad de la econom¨ªa mundial (aunque en puestos muy discretos), gracias al asumido reto de atreverse a competir fuera, se aceler¨® la internacionalizaci¨®n y modernizaci¨®n del tejido productivo. Gracias a ello, posteriores crisis como la de los primeros noventa se resolvieron con menor asfixia. El acceso al euro, al filo del cambio de siglo, vacun¨® a Espa?a de otras crisis internacionales y rubric¨® el acierto de una pol¨ªtica econ¨®mica enfilada, con escasos vaivenes, sobre el hilo conductor de la ortodoxia y el apoyo social.
De modo que abundan las razones hist¨®ricas que abonan la confianza (no ret¨®rica) en la capacidad de recuperaci¨®n de la econom¨ªa espa?ola frente a cualquier crisis. Pero en esta ocasi¨®n, el envite es de mayor calado. Porque los perfiles de la recesi¨®n son m¨¢s poli¨¦dricos, m¨¢s profundos y m¨¢s globales, como indica la persistente sequ¨ªa crediticia mundial. Y porque se echa en falta lo que otras veces abund¨®: la reacci¨®n r¨¢pida (contra la actual lentitud en la radiograf¨ªa y el recetario, desbordados antes de dise?arse); la claridad y ejecuci¨®n puntillosa de las medidas adoptadas (frente a vaivenes burocr¨¢ticos); un implacable liderazgo, en suma, frente a los titubeos gubernamentales en presencia de una oposici¨®n distra¨ªda por pulsos fratricidas. Podemos, pero...
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