Para fortalecer la identidad europea
Voltaire vivi¨® exiliado en Inglaterra y all¨ª public¨® -en ingl¨¦s- sus Cartas filos¨®ficas. Samuel Johnson visit¨® Par¨ªs en 1775 y, como no se sent¨ªa muy seguro de su franc¨¦s, hablaba en lat¨ªn con sus amigos, que no ten¨ªan dificultad en entenderle porque hab¨ªan recibido una educaci¨®n muy parecida a la suya. Nietzsche amaba Italia, pa¨ªs al que viajaba con frecuencia, se sent¨ªa heredero de los moralistas franceses (de Pascal, Vauvenargues, La Rochefoucauld, etc¨¦tera) y ten¨ªa a Sterne por el escritor m¨¢s libre de todos los tiempos.
Hab¨ªan de transcurrir todav¨ªa muchos a?os para que, sobre las cenizas humeantes de la Segunda Guerra Mundial, alguien pensara en crear una Comunidad del Carb¨®n y del Acero, pero la Europa de los escritores, los artistas y los fil¨®sofos -cuyo ocaso qued¨® magistralmente descrito en las memorias de Stefan Zweig, El mundo de ayer- era una realidad tan asentada como las firmes ra¨ªces hist¨®ricas comunes de las naciones del continente. Las ideas y las corrientes art¨ªsticas circulaban con la misma libertad que las personas, que antes de la Primera Guerra Mundial no necesitaban poseer un pasaporte para ir de un pa¨ªs a otro. Una vasta red de resonancias y de influencias mutuas un¨ªa a todos los que cultivaban el esp¨ªritu.
No se puede construir una verdadera uni¨®n pol¨ªtica sin una visi¨®n compartida de nuestro pasado
?Ser¨ªa posible una asignatura com¨²n en secundaria sobre la historia europea?
?Somos los europeos de hoy conscientes de ello? ?No es el insuficiente conocimiento de nuestro pasado com¨²n una de las razones de la debilidad de la identidad europea, y esta debilidad, a su vez, uno de los obst¨¢culos que nos impiden avanzar y actuar juntos cuando m¨¢s lo necesitamos?
Hace unos meses, el no irland¨¦s al Tratado de Lisboa volvi¨® a poner de manifiesto el desapego de muchos ciudadanos por la Uni¨®n Europea y la ausencia de una visi¨®n pol¨ªtica compartida del camino que queremos recorrer juntos. La Europa con la que los europeos estamos dispuestos a identificarnos no es siempre la misma para todos. Unos queremos una Europa federal y otros desean un ¨¢rea de libre cambio. Unos hablan de ra¨ªces cristianas y otros de los valores laicos. Unos quieren que la Uni¨®n sea un baluarte contra la globalizaci¨®n y otros que sea capaz de impulsarla y beneficiarse de ella. No estamos de acuerdo sobre las fronteras futuras de la Uni¨®n. En general, todos deseamos disfrutar de los beneficios de pertenecer a una Uni¨®n con voz y peso en el mundo, pero pocos estamos dispuestos para ello a pagar el precio de atemperar las identidades nacionales. Uno de los rasgos que parecen unirnos sin lugar a dudas es el rechazo de la pena de muerte, pero habr¨ªa que ver lo que ocurr¨ªa si este rechazo tuviera que ser ratificado por refer¨¦ndum en todos los Estados miembros.
Hay un d¨¦ficit de identidad europea, y mientras no se cubra ser¨¢ dif¨ªcil evitar los tropiezos. Todos deseamos un proyecto europeo n¨ªtido reflejado en unos textos legibles, pero en su estado actual este proyecto es como una manta que, para cubrir los pies de uno, deja al descubierto los hombros de otro. En vez de forcejear para abrigarnos en detrimento de los dem¨¢s, debemos agrandar la manta entre todos, y para ello lo mejor es tratar de reforzar la identidad com¨²n en terrenos que no resulten controvertidos y que faciliten la adhesi¨®n de los ciudadanos a los ideales europeos en todos los pa¨ªses miembros. El Programa Erasmus, que todos los a?os abre los ojos de miles de estudiantes a la realidad del continente, es un buen ejemplo de lo mucho que se puede hacer con ideas acertadas.
El legado hist¨®rico y cultural europeo ofrece muchas posibilidades. La Uni¨®n se ha construido partiendo de los cimientos econ¨®micos y hasta ahora pocos han sentido la necesidad de fortalecer los v¨ªnculos culturales, obvios para unos e innecesariamente problem¨¢ticos para otros. Pero la Europa de Schengen y del euro, la Europa que aspira a dotarse de una defensa com¨²n y a proyectar sus valores en el mundo, necesitar¨¢ cada vez m¨¢s sustentarse sobre un sentimiento compartido de su identidad.
Dante, Montaigne, Shakespeare, Cervantes y Goethe se sent¨ªan hijos de una tradici¨®n que hund¨ªa sus ra¨ªces en Roma y Atenas. Durante siglos, este sentimiento era com¨²n entre las personas educadas, que raramente se sent¨ªan extranjeras dentro del continente. ?Se puede decir lo mismo de los ciudadanos europeos de hoy? ?No ser¨ªa bueno que, antes de entrar en la universidad, los estudiantes de la Uni¨®n tuvieran que superar, en uno de los cursos de secundaria, una asignatura de historia y cultura europeas con un temario parecido en todos los Estados miembros?
La historia y la cultura de Europa se han forjado a escala continental. Desde Atenas y Roma hasta el nacimiento de la Uni¨®n, pasando por el lento despertar de la Edad Media, el Renacimiento, la Ilustraci¨®n y el Romanticismo, no deber¨ªa resultar imposible a los especialistas ponerse de acuerdo sobre las l¨ªneas generales de un programa que mostrase la comunidad de ideas sobre la que la Europa actual se asienta y que presentase el Tratado de Roma como un verdadero tratado de paz tras las dos guerras civiles europeas que, al menos en su inicio, fueron en realidad las dos guerras mundiales.
La Uni¨®n Europea se cre¨® mediante un cambio de paradigma: tras siglos de enfrentamientos, los Estados europeos resolvieron refundar sus relaciones sobre un principio de cooperaci¨®n y de ayuda mutua. La proyecci¨®n de este paradigma sobre el estudio de nuestro pasado nos har¨ªa ver el futuro con otros ojos. L¨®gicamente, esta asignatura no deber¨ªa sustituir a la ense?anza de la historia propia de cada pa¨ªs. Tampoco se tratar¨ªa de establecer el germen de un sistema educativo com¨²n, ni de dar competencias a la Comisi¨®n Europea en materia educativa. Estas competencias est¨¢n muy bien donde est¨¢n. Bastar¨ªa acordar unas directrices b¨¢sicas para que fueran aplicadas por los ministerios o consejer¨ªas competentes en cada Estado miembro que deseara sumarse a la iniciativa.
S¨¦ que no es cosa f¨¢cil. Si ya nos cuesta ponernos de acuerdo dentro de Espa?a sobre nuestra historia, ?c¨®mo nos vamos a poner de acuerdo todos los europeos sobre una asignatura de esta ¨ªndole? Soy consciente, adem¨¢s, de que el momento no es propicio. Las fases recesivas nunca han sido las mejores para impulsar el proyecto europeo, y ahora el horno no est¨¢ para estos bollos. Pero la crisis pasar¨¢ -todas pasan-, y que no sea cosa f¨¢cil ni oportuna no quiere decir que no sea deseable y, a largo plazo, probablemente imprescindible. Tampoco parec¨ªan f¨¢ciles la moneda ¨²nica o la supresi¨®n de fronteras y ah¨ª est¨¢n.
Llegar¨¢ un momento en que ser¨¢ muy dif¨ªcil avanzar a menos que todos los ciudadanos de la Uni¨®n tengamos la misma conciencia de pertenecer a un espacio com¨²n que ten¨ªan las clases ilustradas de hace dos siglos. ?C¨®mo vamos a construir de verdad una Uni¨®n pol¨ªtica sin una idea compartida de nuestro pasado?
Carles Casajuana, diplom¨¢tico y escritor, es embajador de Espa?a en el Reino Unido y ganador del Premio de las Letras Catalanas Ram¨®n Llull.
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