Una defensa fr¨¢gil
El PP no resolver¨¢ sus problemas con im¨¢genes de falsa unidad ante el enemigo exterior
La fotograf¨ªa de familia que arrop¨® a Mariano Rajoy durante la comparecencia p¨²blica para denunciar la supuesta existencia de una conspiraci¨®n pol¨ªtica y judicial contra los populares no cerr¨® la crisis del partido, sino que dej¨® patente su manifiesta gravedad. Si nadie en el seno del Partido Popular considerase el liderazgo de su actual presidente como un desafortunado par¨¦ntesis, la presencia en el estrado de la calle G¨¦nova de barones regionales y altos cargos de la direcci¨®n habr¨ªa resultado innecesaria. La decisi¨®n de exhibir un cierre de filas se deb¨ªa a que, con anterioridad, no s¨®lo se hab¨ªan mostrado en desorden, sino que se hab¨ªan enzarzado en una lucha cainita que amenazaba con bloquear la tarea de oposici¨®n durante un largo periodo.
El electorado suele censurar la divisi¨®n en los partidos, pero falta por ver que apoye la imagen de una unidad conseguida en torno a cualquier iniciativa. El juez Garz¨®n y el ministro Bermejo cometieron un error al aceptar la invitaci¨®n a una monter¨ªa: el ejercicio del poder exige deslindar con extremo rigor la esfera p¨²blica y privada de quienes lo ejercen. Pero este error constituye una base extremadamente fr¨¢gil para que el PP pretenda reconstruir su unidad a partir de una reacci¨®n desproporcionada contra ¨¦l; entre otras razones, porque la simple coincidencia en un acto social al que ni el ministro ni el magistrado deb¨ªan haber asistido no es prueba de una colusi¨®n entre el Ejecutivo y el Judicial. Si los barones que han estado al acecho de la ca¨ªda de Rajoy, haciendo, adem¨¢s, cuanto est¨¢ en su mano por acelerarla, aceptaron comparecer junto a ¨¦l, fue en raz¨®n de sus exclusivos intereses. Eran ellos, y no Rajoy, quienes m¨¢s ganaban con la escenograf¨ªa, pues consegu¨ªan esconder tras la imagen de la falsa unidad unos problemas que les afectan en exclusiva. En aras de pacificar las aguas interiores, Rajoy se ha subrogado pol¨ªticamente, y ha subrogado al PP, en la responsabilidad por los casos de corrupci¨®n que investiga la Audiencia Nacional y, de paso, en asuntos pendientes de esclarecer como el espionaje.
Hasta el momento, las diligencias instruidas por Garz¨®n han alcanzado al consejero L¨®pez Viejo de la Comunidad de Madrid y a otro cargo aforado del Gobierno de Valencia, adem¨¢s de varios ediles y antiguos responsables municipales del PP. Tras la reacci¨®n de esta semana, los populares han preferido dar curso al viejo instinto de declararse atacados antes que a preservar la honorabilidad del partido desmarc¨¢ndose de cualquier persona o grupo sobre los que recaigan fundadas sospechas de corrupci¨®n. Es un viaje de corto recorrido, que deja la suerte pol¨ªtica de la principal fuerza de oposici¨®n en manos de los avances de la justicia. La dif¨ªcil decisi¨®n de desmarcarse de los encausados se convertir¨¢ desde ahora en un desgaste pol¨ªtico con cuentagotas, dependiendo de los hechos que vaya estableciendo la justicia. Y lo que se necesita es, por el contrario, una oposici¨®n capaz de elevar el debate pol¨ªtico hasta los niveles de rigor y de responsabilidad que exigen estos tiempos de crisis.
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