Que nada se sabe
Bienvenidos a la Nueva Edad Media. Una vez m¨¢s, los escritores han ganado una partida a los cient¨ªficos sociales y a los fil¨®sofos a la hora de pronosticar hacia d¨®nde vamos. Ya sucedi¨® en los albores del industrialismo globalizado y colonial a gran escala cuando un Jules Verne indag¨® acerca de c¨®mo pod¨ªa ser el futuro. Y se debe decir: lo que vio no fue muy agradable.
De hecho, el Verne que crea a Nemo o escribe obras como Los Quinientos Millones de la Beg¨²n es un escritor desencantado que hace fracasar una empresa ut¨®pica cient¨ªfica y social convertida en dictadura. Su visi¨®n all¨ª de la ciencia en manos del ser humano es una mezcla de reinado t¨¦cnico sacrificado en el altar de la seguridad, y no en el de la libertad, prefigurando muchos de los horrores del siglo XX, y de los temores a lo que se nos viene encima.
No hay un ¨²nico modelo de crecimiento, sino varios. No hay verdad, sino verdades
No hay que descartar modelos de decrecimiento sostenible
La capacidad de s¨ªntesis de las grandes met¨¢foras ha solido estar en manos de los creadores. As¨ª, para entender de verdad el siglo XVI en Espa?a y sus problemas sabemos que hay que leer a Cervantes o a Quevedo, o para explorar una s¨ªntesis de la Francia de finales del XIX hasta la Primera Guerra Mundial hay que leer a Proust. Por contra, muchas de las memorias y ensayos de sus contempor¨¢neos languidecen en los anaqueles de las bibliotecas, sin derecho a copia digital.
S¨ª es cierto, sin embargo, que la ciencia social y gran parte de la filosof¨ªa decimon¨®nica, impuestas como seudociencia en el siglo XX, hab¨ªan aspirado a producir modelos predictivos de fen¨®menos sociales y a prever secuencias hist¨®ricas con un alto grado de fiabilidad. Pero la propia realidad ha repuesto sobre la mesa, a partir de los a?os ochenta del pasado siglo, la vieja idea del indeterminismo, y, asociada a ¨¦sta, la idea de que no es posible ni explicar por entero los grandes ciclos del pasado ni vaticinar los del futuro. Hay, digamos, interpretaciones m¨¢s o menos equilibradas. Cada tiempo practica su propio revisionismo. Es lo que se comenz¨® a popularizar, por entonces, como debate de la posmodernidad.
En ese contexto, no hablar¨ªamos ya de verdad sino de descripciones, valoraciones, pedagog¨ªas, estrategias, todas con intenciones (aviesas o ben¨¦ficas) muy claras. Por ¨²ltimo, lo sucedido desde la ca¨ªda del muro, patentizado con la actual crisis, elimina el supuesto prestigio que dichas ciencias conservaban no ya ante sus pares, sino ante los dem¨¢s, en lo que se refiere al valor predictivo y objetivo de sus formulaciones. Lo dec¨ªa el fil¨®sofo hispano-mexicano Adolfo S¨¢nchez V¨¢zquez de la ciencia social y lo dec¨ªa hace unos d¨ªas John Carlin a prop¨®sito del periodismo: la objetividad es un mito, las m¨¢s de las veces una coartada, es ¨²til para los procedimientos, para el trazo grueso, pero no lo es para las decisiones fundamentales.
La crisis ha evidenciado que estas disciplinas y las t¨¦cnicas a su servicio son en realidad herramientas al servicio de causas, ideolog¨ªa en un sentido marxiano ahora recuperado. As¨ª, ya no habr¨¢ Modelo de Crecimiento, sino modelos, afectados por distintas geoestrategias e incluyendo para todos los posibles y deseables modelos de decrecimiento sostenible, en la l¨ªnea de un Serge Latouche o en la del l¨ªder del Movimiento per la Decrescita Felice Maurizio Pallante. Lo contrario es suicida, como podemos leer en el recientemente publicado en Espa?a, Ecocidio (Ed. Laetoli, Pamplona), de Franz J. Broswimmer. O en cualquiera de los informes de Naciones Unidas referidos a Cambio Clim¨¢tico o a los Objetivos del Milenio.
Se impone un regreso a la Pol¨ªtica con may¨²sculas y una cierta limitaci¨®n del mercado como centro ¨²nico de toma de decisiones. Se trata de "redefinir por consenso" las tendencias de consumo tal y como se?ala el te¨®rico del dise?o PierLuigi Cattermole. Porque probablemente una parte de la soluci¨®n de la crisis sist¨¦mica y global que estamos viviendo est¨¢ al alcance de la mano, pero no la queremos ver ni implementar porque faltan precisamente consensos y, perdonen, coraje. Porque son soluciones que tienen que ver con cambios dr¨¢sticos y radicales en la organizaci¨®n del trabajo, de la vida en la ciudad, en el consumo entre proveedor y cliente, incorporando valores de respeto y de responsabilidad de ese homo reciprocus, defendido por Francesco Morace en La estrategia del colibr¨ª. La Globalizaci¨®n y su ant¨ªdoto (Editorial Revista Experimenta, en prensa).
Lo que esta enorme crisis de valores est¨¢ afirmando es el fin definitivo de ese tipo modelo de an¨¢lisis lineal, autoritario. La dichosa posmodernidad ha demostrado ser muy correosa. Su debate apuntaba que la filosof¨ªa y la ciencia social tend¨ªan a difuminarse en relato, perdiendo su teleol¨®gica aspiraci¨®n de objetividad. Por contra, se enfatizan ahora los modelos en red, arborescentes, sin conclusiones claras y con planteamientos m¨¢s d¨¦biles, provisionales, aproximativos, no jer¨¢rquicos, con predominio de praxis alternativas frente a los discursos cerrados y machistas.
Ser relato no quiere decir no ser nada. Lo ¨²nico que sucede es que su sistema de validaci¨®n y aceptaci¨®n es discursivo y, por definici¨®n, democr¨¢tico. No hay verdad sino verdades. Y por supuesto, incluyen valoraciones ¨¦ticas y ejemplos positivos, hasta heroicos, no basados en ciencia objetiva sino en historia, en tradiciones incorporadas. Por ejemplo, como dir¨ªa Richard Rorty, la democracia es mejor para articular la convivencia racional, para la soluci¨®n de conflictos en incorporaci¨®n del cambio.
Una vez m¨¢s el tiempo da una vuelta. Estamos ahora como aquellos ciudadanos de la Roma del siglo IV que descre¨ªan de sus dioses pero se ve¨ªan incapaces de detener y comprender esos extra?os cultos orientales, s¨ªntesis ¨®rficas premezcladas con ritos locales, que se impon¨ªan entre las masas y que acabaron ocupando todo el espacio de pensamiento, tal y como expuso Joseph Campbell en su Mitolog¨ªa Creativa. (Entre par¨¦ntesis, no es descartable una recuperaci¨®n sesentayochista y hippy, ahora que algunos ex pr¨®ceres y has-beens hab¨ªan dado por enterrado aquel esp¨ªritu. Pues con todo derecho los m¨¢s j¨®venes, arrojados al m¨¢s negro de los futuros, pueden decir: "As¨ª que nos hab¨¦is llevado a esto").
De lo que digo ya se est¨¢n viendo rasgos. El mundo de lo m¨¢gico, de lo oculto, de lo conspirativo, de lo cient¨ªfico como turba y cat¨¢strofe vuelve, ya est¨¢ aqu¨ª, entre nosotros, y de hecho el relato de magia se ha impuesto entre j¨®venes y adultos. De Potter y Narnia al seudo-sufismo y a los mensajes esot¨¦ricos, nuestras novelas y fantas¨ªas est¨¢n pobladas de brujos, seres de otras galaxias, secretos revelados y fantas¨ªas mil. Si los escritores y guionistas aciertan, parece que nos acercamos a una sociedad hipertecnol¨®gica, atrapada por el paradigma del control sobre el ciudadano, dirigida por estrafalarios nuevos merlines.
Yo deseo que no sea as¨ª: necesitamos nuevas met¨¢foras. Y entre todos est¨¢ el poder para que la salida sea otra. Pero no cabe duda de que la actual crisis acent¨²a (acredita) esa consciencia colectiva del "que nada se sabe", como bien escribi¨® en otros tiempos revueltos Francisco S¨¢nchez, fundador del escepticismo racional en 1576. Y ojo. ?ste es un escenario con riesgos donde todos quieren pescar. De ah¨ª mi provocadora salutaci¨®n a una Edad Media con traje seudo-cient¨ªfico. Con todo lo que esto supone.
Jos¨¦ Tono Mart¨ªnez, soci¨®logo y doctor en Filosof¨ªa, es escritor y ensayista. Su ¨²ltimo libro es La doma del elefante.
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